El estudio de Julio Falagán es un amplio espacio diáfano compartido con varios artistas en la zona de Oporto, en el castizo barrio de Carabanchel. Su caótico rincón de trabajo, repleto de trastos y objetos curiosos, parece uno de esos puestos del Rastro de donde el artista rescata escenas de caza, bodegones o retratos antiguos para darles una segunda vida, añadiendo elementos de estética pop que permiten una nueva lectura de estos cuadros costumbristas. La obra de Julio Falagán es crítica, pero destila buen rollo, ironía y sentido del humor en cada pieza.
El rótulo del ficticio taller mecánico Grupo Empresa Falagán preside el espacio. Uno de tantos letreros que llevan el apellido Falagán en negocios abandonados de España, Italia y Portugal, y que forman parte de un proyecto que habla de la precariedad en la que viven los artistas.
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Aunque estudiaste Bellas Artes, empezaste tu carrera en el mundo de la publicidad. ¿Cómo fue el cambio de un campo a otro? 
Yo vine de Salamanca a Madrid en principio intentando sacar la cabeza en el mundo del arte, y me di de bruces con la realidad. Fui ingenuamente a las galerías con mi carpeta, con mis proyectos y mis cosas, y enseguida me di cuenta de que esa no era una vía de acceso adecuada al mercado del arte. Desistí y me puse a trabajar en publicidad, que en ese momento era un mundo bastante fácil de penetrar. Empecé de becario y fui ascendiendo poquito a poquito, como todos. Pero a mí me gusta aprender, y cuando empecé a actuar mecánicamente utilizando las estrategias y los métodos que siempre funcionan, me dejó de interesar. Además, trabajar en una agencia es no tener el control de tu vida, no es compatible si tienes cualquier otra inquietud... lo dejé y me puse a hacer lo que había venido a hacer.
La forma de pensar a la hora de hacer un proyecto publicitario o a la hora de hacer un proyecto artístico es similar. Lo único que cambia es que en publicidad tienes que convencer al cliente para que le guste el trabajo, porque en realidad es un encargo. En el arte la obra te pertenece y trabajas con total libertad.
Es curioso, porque tu obra en gran medida es una crítica al poder, y la publicidad es una herramienta más del poder para conseguir sus objetivos. 
El proceso creativo de la publicidad y del arte pueden ser parecidos, pero a la vez no tienen nada que ver, son antagónicos. Para mí la publicidad es el enemigo total de la evolución. Ahora mismo se supone que estamos viviendo una época de democracia, pero en una sociedad en la que todos los medios de comunicación están controlados por el poder, el lavado de cerebro es tal que dicha democracia no existe, porque vas a votar pero vas a votar lo que ellos te han dicho que votes. La mayor parte de la gente no reflexiona. Y al final la publicidad está al servicio del poder, es el Goebbels de la oligarquía.
¿Cuál ha sido la influencia de la publicidad en tu obra? ¿Le has sacado provecho?
Todo lo que aprendí trabajando en publicidad me ha servido. Es una manera muy cruda de ver cómo funciona el mundo. Quería formar parte de la escena del arte, pero venía de la nada y tenía que venderme a mí mismo. Hice un proyecto, Grupo Empresa Falagán, en el que ponía mi nombre en letreros de negocios abandonados, usando un soporte publicitario para darme a conocer. Hice como los grafiteros, que bombardean la ciudad con su firma, pero utilizando espacios publicitarios y contando otra historia. Eso era auténtico marketing de guerrilla.
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En este proyecto hablabas también de la precariedad del artista.
Sí, de que tiene que desdoblarse en varios trabajos para poder subsistir. Para poder producir arte tienes que tener un dinero, porque te lo auto-produces tú, es una inversión. Y para tener ese dinero tienes que trabajar en algo. Grupo Empresa Falagán era un reflejo de esos trabajos inestables a los que solemos acudir, que no deben quitarte mucho tiempo porque si no no puedes producir, pero que te tienen que dar dinero. 
Además acababas de lanzarte al mundo del arte, así que me imagino que la situación era precaria.
Sí. Tiré de ahorros, becas, premios, ventas… A la gente de la publicidad le gusta mucho la cultura, y algunos de mis coleccionistas eran amigos del mundillo.
Y ahora que ya han pasado unos años, ¿cuál es el panorama? ¿De qué vive un artista?
El panorama es muy crudo. El panorama, desde mi propia experiencia, es que tienes que trabajar de otra cosa y luego, por necesidad, produces arte. De todos modos, mi idea es no obsesionarme con ser artista profesional, en el sentido de vivir únicamente de mi obra, sino ser un buen artista y poder seguir haciendo mi obra. 
¿Y qué hay de las ayudas del gobierno? 
Están bien en un comienzo, pero no es una buena vía a largo plazo; es absurdo vivir de becas, premios y subvenciones. Tienes que formar parte real del mercado, pero es que el mercado en España es prácticamente inexistente. Además, con la crisis, el pequeño coleccionista está en peligro de extinción. Antes vendía muchas piezas pequeñas a gente que tenía pequeñas colecciones, y ahora es al contrario, vendo poco pero piezas más grandes. También es un reflejo de la sociedad: cada vez son menos los que pueden invertir, pero los que invierten lo hacen a lo grande.
“El humor es la mejor forma de hacer crítica. Es un lubricante.”
Por otro lado, si dependes del mercado no sabes si estás elaborando un producto porque se vende o si estás haciendo una obra porque que te nace como artista.
Por suerte mis galeristas, de Galería 6mas1, tampoco tienen una necesidad imperiosa de vender arte. Tienen una necesidad, como la tengo yo, pero no imperiosa. Hacen lo posible por vender, pero si no lo consiguen no se mueren de hambre. Eso a mí me permite tener plena libertad y a ellos les gusta ir siempre un paso más allá de lo convencional. Es perfecto. Valorar la calidad del trabajo por encima de su productividad mercantilista. Esa libertad no se paga con dinero. 
También el mundo del arte es poco accesible para la gente de a pie. En tu obra superas esa barrera utilizando imágenes y frases populares, muy reconocibles para el público general, al que además involucras a menudo en el proceso creativo. 
Sí, por ejemplo el proyecto Otra puta feria más, que hicimos el año pasado en la galería coincidiendo con ARCO, JustMad, We are fair, etc., era una crítica al elitismo de las ferias. Desde mi punto de vista todos podemos ser coleccionistas de arte si queremos. En Otra puta feria más, al contrario que en ARCO, por 50 céntimos te podías llevar una obra de arte. Participaron artistas de primer nivel que querían aportar su granito de arena. La mayor parte exponía también en las otras ferias, pero cedieron un original que se vendía a un precio de 300€ y del que la gente podía hacer copias por 50 céntimos. Entrabas en la sala y podías tocar la obra, la descolgabas de la pared, la llevabas a una fotocopiadora, metías el dinero y tú mismo fotocopiabas la obra y luego la volvías a colgar en la pared. Eliminamos esa falta de accesibilidad que hay en otros sitios, que te ponen un cordón para que no te acerques a la obra. Desde mi punto de vista es un error. A veces nosotros mismos nos creamos esa separación con el otro, pero bueno, es un problema de educación, que a lo mejor no es solo nuestro sino un problema de base. Creo que en España no interesa el arte, cada vez tiene menos horas lectivas, no interesa el pensamiento crítico en las aulas.
De hecho tú utilizas el arte para pensar y para hacer pensar a la gente. 
El arte es reflexión. Tú reflexionas sobre lo que ves y lo reproduces bajo tu criterio. Eso en el fondo también es una crítica, para mí es muy importante. La asignatura de plástica, por ejemplo, no debería ser solo colorear sin salirte de la línea, sino hacer pensar al alumno de otra manera, enseñarle a pensar de forma lateral. No es algo que solo sirva si va a ser artista. En su vida, trabaje de lo que trabaje, va a poder aplicar ese pensamiento creativo en cualquier situación. Para mí, abordar un proyecto artístico es encontrar soluciones a un problema, cuantos más problemas haya que resolver, más me interesa el proyecto, porque va a ser más interesante para mí el proceso.
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O sea, que la falta de recursos también estimula. 
Sí, una vez de hecho hice un proyecto que se llamaba Street Fighter sobre eso, sobre cómo la falta de recursos agudiza tu creatividad. Me estuve documentando acerca de cómo vivía la gente que está en la calle y cómo resolvía, por ejemplo, el problema de vivienda. Intenté realizar un proyecto a coste cero imitando un poco los procesos de estas personas: construí una sala de exposiciones con cajas, por la noche iba en busca de material, iba consiguiendo cosas y haciendo composiciones, uniendo unos objetos con otros, cortando, pegando, también recibí algunas donaciones... y fui decorando ese espacio que había creado sin gastarme un duro.
Siempre hay mucho sentido del humor en tu obra. La crítica siempre viene presentada de forma divertida. 
Es que para mí el humor es la mejor forma de hacer crítica. Es un lubricante. Cuando tienes al otro con una sonrisa le puedes decir alguna que otra barbaridad que de otra manera no podrías. Y otra forma de conseguirlo y de acercar lo que haces al mayor número de gente posible es trabajando con la cultura popular; porque todo el mundo ha convivido con un cuadro de una cacería en casa de sus padres. Y si utilizas eso como un comienzo para contar algo, cualquier persona que pase al lado lo va a ver como suyo, va a estar cómoda, y luego en un segundo vistazo se va a dar cuenta de que ahí hay otras cosas, que la obra le está contando otra historia. Hay niveles de lectura y tampoco hace falta que todo el mundo llegue a un nivel máximo. Es un poco como ver Los Simpsons con tus sobrinos: tú te ríes en unos momentos, ellos se ríen en otros y a veces os reís todos juntos.
Esos cuadros que reciclas...
Me gusta mucho el collage, ¿por qué vas a hacer algo si ya está hecho, y además bien hecho? Me gusta también la idea de recuperar lo devaluado, lo pasado por alto, lo que no interesa a otro... y darle una segunda oportunidad. Es un tema que siempre me ha gustado desde que era pequeño, la curiosidad, investigar; el placer de buscar y encontrar. Me gusta también que el espectador investigue. Para mí el espectador no debe tener una actitud contemplativa, sino participativa. Es una manera de que haya una relación mayor entre la obra y el espectador.
El último proyecto que estoy haciendo puede ser un buen ejemplo. Ya había trabajado con el paisaje y el bodegón, pero me quedaba el retrato para completar las temáticas clásicas. El problema de los retratos es que nadie quiere comprarlos porque son de personas muertas que no conoces, ¿quién quiere convivir con eso? Para volver a introducirlos en el mercado había que eliminar su anonimato, por lo que contacté con amigos que he ido conociendo todo este tiempo, que trabajan a tu lado pero en otra trinchera, la de la crítica, la gestión, el comisariado, etc. Les invité a una exposición en privado con todos los retratos que había conseguido y cada uno eligió uno y les pedí que escribieran una historia sobre el personaje que habían elegido. Yo ahora lo que estoy haciendo es interpretar el retrato con la historia que ellos han escrito. Hay un intercambio de papeles: ellos son los creadores de la obra, del personaje, y yo soy el crítico, el que reflexiona sobre ello a posteriori. Esos retratos ya tienen un vínculo con el espectador, son alguien, no incomodan. Sus miradas ya no son vacías.
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¿Qué importancia tiene la técnica en tu trabajo?
Importancia, ninguna. Dominar una técnica no es mi objetivo, es algo secundario. Me interesa el resultado, que exprese lo que yo tengo en la cabeza. Muchas veces a lo mejor hasta está bien hacerlo mal para que no quede pretencioso dependiendo de lo que quieras contar. Cada proyecto es un mundo. En algún momento he hecho piezas muy elaboradas porque ese proyecto tenía que reflejar ciertas cosas y tenía que dedicarle a cada obra mucho cuidado, pero lo importante es la idea y transmitirla de la mejor forma posible, el virtuosismo puede convertirse en ruido.
Parece que quieres decirle a la gente que hay una forma creativa de ver el mundo al alcance de todos.
En cierta manera es verdad, ya lo dijo Wharhol. Para mí no todos somos artistas, pero todos podríamos serlo, aunque hay que tener una intención y algo que contar.
Para mí aislar el arte de la vida es imposible. Todos los estímulos que interfieren en tu día a día se graban en tu cabeza, la misma que utilizas para todo. Yo no me siento en una mesa a pensar en qué proyecto voy a hacer. Eso está ahí en tu vida y te sientas a escribirlo cuando te toca, pero no hay ningún proceso especial, más allá de vivir, siempre con curiosidad. 
Para terminar, háblame de Sin respeto, la exposición colectiva que tienes ahora en Combustión Espontánea.
Es curioso, cuando llegué a Madrid un amigo me dijo: "Tienes que ir a Espacio Mínimo, que hay un artista que parece que eres tú". Y cuando fui y vi la obra de Nono Bandera, después de pensar: "¡joder!", me di cuenta de que teníamos muchas similitudes. Hay diferencias claras, cada uno tiene temáticas diferentes, y las diferencias estéticas, si conoces bien nuestra obra, las distingues, pero había un componente afín. Al final Sae Aparicio, una amiga y muy buena artista que teníamos en común nos presentó, y con el paso del tiempo nos hicimos muy amigos. Empezamos a hacer un proyecto junto con otros dos colegas, Marcos Covelo y Carlos González Boy, en el cual intercambiábamos cuadernos e íbamos completando la obra del anterior sin respeto. Podías taparla, arrancarla, lo que quisieras. Y fuimos intercambiando por correo estos cuadernos durante cuatro años. Uno estaba en Berlín, otro en Pontevedra, otro en Barcelona y yo en Madrid y Roma. Cuando lo vieron Marta y Adrián de Combustión Espontánea nos dijeron que había que exponer esos cuadernos. Basándonos en ellos empezamos a desarrollar piezas grandes que es lo que está expuesto ahora, junto con los cuadernos originales y unas instalaciones que hemos hecho para la ocasión. Ha sido un experimento muy divertido, un juego entre los cuatro. ¡Hay que hacer ese tipo de cosas!
Sin respeto puede visitarse en la galería Combustión Espontánea en la calle Amaniel, 20 (Madrid), hasta el próximo 12 de noviembre.
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