“La práctica artística supone una suerte de movimiento performático que sale de las tripas, o no sale. Es un ejercicio de confrontación tanto para mí como para el espectador de la pieza, ya sea teatral o pictórica. Una toma de consciencia que te devuelve a un origen, a una zona primigenia, donde solo existe el cuerpo, el espacio y residuos emocionales. Casi como si fueran retablos religiosos, donde se vuelve a la liturgia, a la religión arcaica intentando rescatar lo sagrado a través de lo pagano”. Así se expresa José Luis Barquero cuando habla de su obra, que por cierto podéis ver ahora en Habitación Número 34, de Madrid. Pintura, performance, teatro, Barquero es un artista poliédrico cuyo espacio de trabajo transgrede los límites y las reglas, un espacio donde la identidad se multiplica y se desdobla en un “ejercicio espiritual y de resistencia” frente sí mismo y lo aquello que le rodea.
Hola José Luis, antes que nada me gustaría saber cómo tu infancia te ha construido. ¿Cómo era Barquero de niño? ¿Con qué jugaba? ¿Qué le llamaba la atención?
Siempre fui un niño bastante solitario. Tenía una sensación de no pertenencia y eso permitió que de muy temprana edad jugara a crear mi propio mundo. Me sentía ajeno a todo aquello que me rodeaba. Como si fuera un alienígena. Me pasaba horas en librerías como Norma Comics. Ahora miro los libros y los filmes que veía cuando era pequeño y flipo con las referencias. Es casi como si estos personajes me hubieran encontrado a mí. (Poe, Mignola, Lovercraft, Moore, Burton, Tolkien…)  Como si estos autores me hubieran secuestrado/encontrado a mí en vez de yo a ellos. Fantaseaba con crear mi propio mundo. Dibujando, escribiendo, leyendo... Sentía una necesidad de estar muy cerca de personas con mundos poliédricos y complejos. No me separaba de ellos. Podría decir que durante la infancia ellos fueron mis mejores aliados.
¿Desde dónde empezaste tu andadura artística? ¿Fue primero la interpretación o la pintura?
Realmente no recuerdo un comienzo. La práctica artística ha viajado desde siempre conmigo. Ha sido un territorio de refugio y de expresión desde que soy pequeño. Nunca hubo una primera vez, simplemente ha estado. Iban de la mano. El cine y el dibujo me acompañaban a todas partes. Cuando fui más mayor me apunté a clases de teatro, pero aun haciendo teatro dibujaba. Por lo tanto no concibo una práctica sin la otra. Se retroalimentan.
¿Cuáles son tus referentes más inmediatos? En todos los aspectos.
Mis referentes más inmediatos sobre todo son dramaturgos y directores de cine. De Albert Serra a Oliver Laxe, pasando por Liddell, Rodrigo García, Artaud, Lynch, Pasolini, Barney o Reygadas. Me siento próximo a todos ellos, como si compartiera llagas comunes. Me interesa su fuerza, su radicalidad, interdisciplinariedad  y su forma incendiaria de devolver la mirada.
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¿Julia Kristeva y la noción de ‘abyección’ está presente en tu obra? Para ella, la obra es el último lugar de abyección ¿consideras que es así?
Por supuesto. Dentro del marco teórico es un término que me interesa mucho y muy adecuado con el que acercarse a mi trabajo. A través de mi obra expreso y manifiesto mis obsesiones e inquietudes, es por tanto un ejercicio de liberación. El material expulsado a través de mis pinturas o dramaturgias es una amenaza al mismo tiempo que es una atracción sin precedentes. Un material que perturba al mismo tiempo que la purga. Un espacio donde transgredir los límites y las reglas donde la identidad se multiplica, se desdobla, recupera una mirada oblicua y ambigua y donde la definición y las fronteras quedan diluidas. Para mí, es un ejercicio espiritual y de resistencia frente a uno mismo y lo que me rodea.
En 2018 participaste en Otro de esos sueños tuyos, de Diego Postigo, en el papel de un camarero serio y de pocas palabras. ¿Qué nos puedes contar acerca de esta experiencia?
Participar en Otro de esos sueños tuyos fue una gran experiencia. Trabajar con Diego Postigo, Bárbara Lennie, Jorge Suquet… Me sentí muy arropado y muy comprendido. Recuerdo que Diego me dio la pauta de un personaje a lo Bela Lugosi. Rápidamente supe que hablábamos el mismo lenguaje. Me hizo especial ilusión, pues cuando era más pequeño había visto el corto que hizo junto a Bimba, David Delfin y Julia de Castro. Por otro lado, supieron juntar mucho talento emergente y hacer del rodaje una auténtica fiesta. Nos reímos mucho todo el equipo.
The Baptism, en el marco del Festival Internacional Buñuel Calanda, fue tu primera exposición individual, además de encargarte del cartel para su difusión. ¿Qué nos puedes contar acerca de esta experiencia?
Cuando El Centro Buñuel Calanda me propuso exponer no me lo podía creer. Calanda es uno de los últimos reductos místicos de Europa. Una vez al año irrumpe paradójicamente Dionisio al ritmo de los tambores para conmemorar la muerte de Jesús. Es un lugar donde lo sagrado y lo pagano todavía están muy cerca, y eso se percibe en la atmósfera del pueblo. Fue interesante observar la reacción de la gente local que no está tan acostumbrada a cierto tipo de lenguaje. El enterrador del pueblo me regaló unas llaves que dejo a vuestra imaginación para deducir lo que abren. Sin duda, fueron unos días increíbles por donde pasó gente que admiro profundamente. Se nota que el espíritu de Buñuel sigue latente en el pueblo.
Me flipa la visceralidad de tus pinturas, la cual se refleja también en tu práctica de performer. ¿La práctica artística significa esto para ti?
Una suerte de movimiento performático que sale de las tripas, o no sale. Sí. Para mí es así. Un flujo de fuerzas subterráneas que surgen de lugares muy profundos de mí mismo. La visceralidad se presenta tal vez porque es un trabajo de acción y no de razón. Como dices es un movimiento, un recorrido desde que localizo la emoción, la desentierro, brota y se materializa. Es un ejercicio de confrontación tanto para mí como para el espectador de la pieza, ya sea teatral o pictórica. Una toma de consciencia que te devuelve a un origen, a una zona primigenia, donde solo existe el cuerpo, el espacio y residuos emocionales. Casi como si fueran retablos religiosos, donde se vuelve a la liturgia, a la religión arcaica intentando rescatar lo sagrado a través de lo pagano. Entiendo el arte como un servicio al culto, un campo destinado a la batalla, los espíritus, las emociones y lo inexplicable. Una comunicación con formas y corrientes sutiles. Concibo mi trabajo como una forma de consagración.
En tus pinturas, rescatas elementos de la cultura pop, como podrían ser un caniche o un par de Crocs, para llevarlos a una pintura que podría parecer de otra época, situando también al mismo nivel a un trabajador con traje reflectante amarillo con La Pietá de Miguel Ángel. ¿Qué te interesa hacer chocar con este tipo de propuestas?
Ambas escenas presentan personajes en no-lugares. Espacios que podrían pertenecer al pasado o al futuro, a los sueños o a limbos fronterizos. En el caso de Human and his dog walking through a desert of ashes while playing with spines crown se plantea una figura humanoide, sin género, caminando a través de un campo de cenizas. En la mano sostiene una corona de espinos que podría ser la que se salvó del incendio de Notre Dame. La figura camina junto al caniche, desalmada, triste. Casi reptando. La única vestimenta que luce son unas Crocs. Me interesaba rescatar este zapato que en los últimos años ha sido tan importante. No solo por ser tendencia, sino por quien lo lleva en el trabajo como pueden ser trabajadores de fábrica o médicos… Un zapato de una goma indestructible y tóxica que será desenterrado por civilizaciones futuras y lo observarán con la misma ternura y extrañeza con que nosotros miramos sandalias egipcias o romanas. Serán restos arqueológicos… En cuanto a la pieza Worker dives into a pool of la Pietta tears retrata un trabajador que desciende a una piscina cuyo liquido son las lágrimas de La Pietà de Miguel Ángel. No son tanto símbolos sino sensaciones, esta idea de ceder a la sociedad tal y como está planteada, sabiendo que el poder omnívoro del capital lo devorará todo y poco a poco decides ceder hasta que todo lo inunda, convirtiéndote en un trabajador del propio sistema. El trabajador se zambulle, se hunde, aceptando su sino. Bajo la mirada de una escultura cuyo significado se ha diluido y se ha convertido en el triunfo del capitalismo. La pérdida del aura, de la contemplación, el recogimiento… y todo esto siendo aceptado por la humanidad. Flotar en lágrimas, pero flotar… No ser capaz de sentir la gravedad. Pues el impacto sería irreversible.
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Me interesa especialmente la obra en la que representas a Karl Lagerfeld mientras devora un trozo de carne, después comulgando y por último, de la mano de Dionisio. La pregunta que más me intriga es, ¿por qué él? ¿Por qué en una manera goyesca de pintar?
Me interesan figuras tan contradictorias como Lagerfeld. En este caso me interesaba revelar la parte oculta e íntima del diseñador. Estoy seguro que detrás de esa máscara y coraza tan férrea se escondían terribles miedos e inseguridades. Planteo una ficción en la cuál investigo que relación tuvo con el placer o si alguna vez existió. En la ficción se plantean diversas escenas, en las que el propio Lagerfeld es maltratado, comulga o entierra a su gran amor, Jacques de Bascher. Jugué con la vampirización e imaginé un final para su amante. De Bascher fue l’enfant terrible de Paris durante décadas. Un objeto sexual que hacía caer a todo el mundo a sus pies. Lagerfeld se enamoró locamente de él y ejerció de ‘protector’. Todo el mundo lo deseaba, era bello y con mucho estilo, características de las cuales Lagerfeld carecía. En la ficción planteo la frustración de Karl por la imposibilidad de controlar a Jacques. De tal forma, Karl idea un plan para conducir a Jaques a la autodestrucción y que, tras superar los límites de los excesos, su cuerpo caiga enfermo y nadie lo desee, solo Karl le da cobijo en su lecho de muerte. De tal forma, Karl poseería de forma única a Jacques de Bascher. Tras la muerte de Jacques de Bascher, Karl Lagerfeld moldea su emblemática star persona. Un vampiro. Un drácula moderno, que absorbe la vida de lo que más ama para así poseerlo en alma y cuerpo.
¿Qué importancia tiene la moda –o el vestir como acto performativo– en tu obra?
La moda es una herramienta increíble así como una forma de expresión muy directa. Es un reflejo directo de la época en la que se está viviendo. McQueen, Galliano, Margiela, Gvsalia… Todos ellos reflejan de forma muy concreta su época.  A mí me fascina e intento llevarlo al límite. Pienso mucho en la ropa de mis piezas teatrales pues al final dotan a la escena de personalidad y posicionan el cuerpo. Revelan la identidad. Juego con ella y me permite descubrir nuevas facetas de mí mismo.
El colectivo de arquitectos Casa Antillón te contactó en 2019 via Instagram para participar en su segundo “experimento expositivo”, tal y como ellos lo denominan. El encargo consistía en apropiarse del espacio como si expusierais solos, creando una encapsulación de un tiempo y un espacio concretos que no se volverá a repetir de la misma forma. ¿Cómo concebiste tu intervención para responder a esta propuesta?
Casa Antillón supo reunir desde mi punto de vista lo mejor del arte emergente del momento. Casabanchel se convirtió en un gabinete de curiosidades donde el horror vacui se convirtió en armonía y diálogo entre los diferentes artistas. De hecho había muy poca pintura. Mi propuesta era la recreación de una escena teatral de unos libertinos practicando diferentes filias sexuales, de la zoofilia al canibalismo e indagando en los límites morales del placer. La pintura por mucho que agonice sigue emocionando y lanzando dardos directos a los espectadores. A altas horas de la madrugada me encontré con una chica llorando frente a las piezas. A veces, lo más clásico resulta ser lo más radical.
Imagino la gran diferencia que debe de haber entre enfrentarse al soporte en blanco antes de comenzar a pintar, y enfrentarse a un guión, a un personaje por construir. ¿Cómo te acercas a cada una de las diferentes prácticas?
En realidad no hay tanta diferencia. De hecho, el proceso es el mismo, pero el medio/canal varía. En mi caso la tarea consiste en ser capaz de distinguir los sentimientos para incidir de la manera más certera y afilada, como si fuera una operación de precisión quirúrgica. De hecho, muchas veces antes de pintar, realizo ejercicios clásicos de investigación teatral y meditación, mucho más ligados al cuerpo, las energías y tecnologías terapéuticas, mientras que para atacar el espacio escénico o la creación de un personaje invierto el proceso y parto de dibujos, palabras e ideas. Una práctica alimenta a la otra.
En 2019 presentaste tu performance Qué pálido, qué débil, qué décadance, en el Reial Cercle Artístic de Barcelona, donde veo claras referencias a Saló o 120 días de Sodoma de Pier Paolo Pasolini. ¿Cuáles fueron tus referencias al crearla? ¿Qué te interesaba transmitir con ella?
Es el inicio de un proyecto de acciones poéticas que consiste en irrumpir en el espacio de forma radical y anárquica. Generando tensiones entre personajes y espacios, situaciones de carácter poético. Es un espacio que sirve a modo de laboratorio de investigación personal para investigar con distintos recursos teatrales. Recientemente realizamos uno junto a Regin San Martino y Adrián Pino en el Grec de Barcelona. Partimos de poesías, ideas y obsesiones y las ponemos en escena jugando y reinventando un lenguaje. El teatro es un lugar de entrega completa.
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