No puedo hablar de un proceso muy regular, la verdad. Confieso que es una montaña rusa emocional, en la que las cosas más pequeñas se magnifican y a veces se pierde la noción del tiempo. Lo que sí me alegra es que, pasadas cuatro semanas, sé identificar los malos momentos y los bajones cuando se acercan, localizar de dónde vienen y, sobre todo, aceptarlos. Es la mejor manera –bueno, la mía– para que se vayan. No reprocharme a mí mismo por necesitar uno o dos días de hacer la ameba en el sofá.
La productividad y la creatividad necesitan reposo, y mucho más en unas condiciones tan peculiares como en las que nos encontramos. Al final, me he encontrado con una oportunidad (o, ¿el karma mandando señales?) de entrenar la paciencia y la aceptaciónn, así que la estoy aprovechando. Además, tengo más tiempo para invertir en mis plantas y, la verdad, ¡las veo mejor!