La verdad es que fue un rodaje muy mágico (risas). Y no lo digo yo, ¡me lo dicen! De vez en cuando me sigo encontrando a mi equipo y me preguntan, “¿qué echaste en el aire? ¿Qué pasó ahí?”. Realmente fue un rodaje de muy poquitos días en un lugar maravilloso, en esa casa de Astorga. En cuanto encontré la casa, decidí hacer la película. Sentía que había estado escribiendo sin saberlo para esa casa, siempre se lo digo a Mercedes, la mujer que sale también como dueña de la casa, la dueña real. Le escribí un personaje a ella también porque sentía que mágicamente había estado haciendo el departamento de arte durante veinte años. Ha levantado esa casa con sus propias manos, la ha reformado entera y pensé, esta mujer y esta historia de vida tienen que estar en la película de alguna forma.
También hubo algo muy bonito, yo había escrito que había unas fiestas del pueblo en el guion original, ya que a mí me encantan las verbenas, y fue muy curioso porque al final todo encajó para que, el único fin de semana que se podía grabar, fueran las fiestas de Nistal. ¡Eso sí fue mágico! Fue una coincidencia por una cosa de fechas, de actrices y de todo y fue como una señal, fue increíble cómo el pueblo entero se involucró en medio del rodaje. Todo fue súper adrenalínico porque yo no sabía si estábamos rodando o no, era loquísimo. En un momento, toda la plaza del pueblo estaba saltando con nosotras y en ese instante pensé que era la mejor figuración del mundo. De hecho, hay muchas miradas a cámara, pero me gustan como están; hay asombro. En un momento, empiezo a hablarle a una chica del pueblo y era como una cosa de ¿estoy dentro de la película o no? Había cierta extrañeza, como suele ocurrir cuando cinco chicas de ciudad van a un pueblo muy pequeño, un poco esa cosa de cinco marcianas caídas de no se sabe dónde que me gustaba. Era realmente el rol que tenían los del pueblo: ¿estos del cine quiénes son? Esa extrañeza amigable que está reflejada en la película.
Además, ese día con Laura Renau, la de vestuario, hablábamos de que queríamos ir vestidas modernas, como rarísimas, medio marcianas (risas). Me gustaba mucho esa cosa casi frívola de me visto como sea porque son las fiestas del pueblo. Yo siempre me he sentido un poco marcianilla en mi pueblo y me gustaba el contraste, me hacía gracia, pero no desde una posición de superioridad del tipo, ay, las de ciudad. Los del pueblo fueron maravillosos, se montaron al carro perfectamente.