Fue al cumplir la mayoría de edad cuando, después de que la sociedad le ‘obligara’ a reprimir ciertos instintos, decidió empezar lo que él llama “una especie de venganza artística”. Con la teoría queer como elemento fundamental, su obra bebe del camp, del trash, del drag, del underground, de la noche. Casi todo lo dispara en analógico, lo que conduce al valor que da al tiempo y a una producción que implica una mayor minuciosidad y precisión. Al final, como él mismo admite, un auténtico lujo en el panorama actual, en el que se nos exige una productividad inabarcable. Y además, y sobre todo, elige ese formato por ser el más idóneo para expresar lo que quiere transmitir.
Durante esta cuarentena le robamos un rato para conversar y para conocer su obra, sus intenciones, su universo personal. Y sobre todo, para aprender. Aprender de él –que conste que son palabras mías, él no es nada pretencioso– en nombre de un colectivo que grita por no ser olvidado y que no tiene miedo de expresarse y de ser libre, aunque a veces tenga que ser al anochecer, en un club underground de Barcelona.