Guillem Balart me ha citado en un céntrico hotel de la ciudad para que podamos escucharnos, sin ruidos. La escucha, para un intérprete, es esencial para dar la réplica. Él es el elegido para llevar el peso de una obra teatral representada en infinidad de ocasiones a lo largo de los siglos, y de la que se han escrito treinta y seis óperas y producido más de cincuenta películas. Shakespeare se basa en los principios de la Tragedia de Orden para construir Hamlet.
Esta consiste en el asesinato de una figura de orden por un conspirador y el posterior restablecimiento del orden por un vengador. El príncipe de Dinamarca duda entre el amor a su madre y la lealtad a su padre asesinado, entre el amor por Ofelia y sus obligaciones, y entre sus miedos y el deber de vengar a su padre. Según Nietzsche, Hamlet sabe muy bien que de todas maneras nada de lo que haga podrá cambiar en absoluto la naturaleza de las cosas y los hombres.
Con 28 años, Balart se enfrenta a un personaje principal del teatro clásico sin hacerle reverencias, pero con la inmensa curiosidad de llegar a comprenderlo para apropiarse de su grandeza. Y lo hace desde su juventud y desde sus propias dudas, para recordarle al público que sabemos lo que somos, pero no sabemos qué podemos llegar a ser.