Sí, hay que tener mucho cuidado en no caer en el exotismo de la primera mirada. Esa mirada hay que saber combinarla con los valores y la ética. Yo evito con todas mis fuerzas llegar, robar una foto y salir corriendo. Ahora sí que vivo en Madrid, pero estos últimos años me he movido bastante con los niños y el perro. Estuve unas cuantas veces en la República Checa. Y cuando me fui a vivir a Bamako estuve muchos meses sin poder coger la cámara. No era mi primera vez en el continente africano, pero sentí un rechazo absoluto ante la fotografía exótica. El paisaje, la belleza del cuerpo, las mujeres hermosas con telas coloridas, los niños sonrientes, etc.; no quería caer en eso. No podía seguir alimentando un imaginario que, sin saber muy bien por qué, me irritaba.
Me puse a leer sobre cómo se había creado maquiavélicamente durante siglos la idea de África, cómo ese imaginario colectivo occidental seguía construyéndose siempre en detrimento del ‘otro’ y a favor del privilegiado. En la invención del Bon Sauvage descubrí el concepto de negritud creado por Senghor y Aimé Cesaire, o lideres anticolonialistas como Sankara y Lumumba. Me sirvió para aclarar mi mirada y darle una vuelta. Y es que creo que es esencial la responsabilidad del que vuelve a casa para generar un imaginario colectivo, sea en la disciplina que sea: fotoperiodismo, escritura, fotografía conceptual, lenguaje cinematográfico, pintura, escultura, teatro, danza, etc.