“Todo es pop en el fondo. Me gusta escuchar trap desde que se ha puesto de moda; yo soy de esa gente falsa que lo ha empezado a escuchar recientemente.” Gerard Alegre es un tipo directo, melancólico y descarado. Para él las letras traperas, más allá de machismo, albergan un romanticismo tan auténtico que la gente, por deje, no es capaz de apreciar. “Esta canción me entró de una forma muy triste”, confiesa. ¿Y no es eso dulcemente dramático? Según dice, elevar lo cutre y barriobajero a la canción pop perfecta es un acto bello de respeto y amor al arte. Gerard y El Último Vecino son pura poesía.
“Siempre que me han salido letras ha sido en momentos en los que me he recuperado, momentos de luz”. Sospecho que es justamente esto lo que mantiene vivo al grupo, la profundidad y la sinceridad de su talento. Un equilibrio conmovedor entre música de autor, recursos emotivos y la banda. En directo, versionan constantemente sus propias canciones, el escenario es su catarsis y su terapia en la que sentirse libres. La escena es el espacio que les otorga el virtuosismo y la esencia necesaria para seguir siendo El Último Vecino. Me hablan de ese momento con el nerviosismo y la fogosidad de un niño que estrena su bicicleta. “Diez segundos antes de salir es insoportable, siempre vomito, pero a la que pisas el escenario, pum, ya está.”