Quedamos por la tarde en Sitges, aprovechando que Eduardo viene a presentar su corto. Sentados en una mesa alejados del gentío –quedar con él es un flujo constante de fotos, autógrafos y alabanzas por sus trabajos–, se sienta y se cruje el cuello como señal de ‘empieza’. Cercano, observador y con una rapidez verbal vertiginosa, la pasión que transmite es contagiosa. A veces, exponer al mundo tu propia versión de las cosas suele dar miedo. Pero él ha venido a jugar.