Mi aproximación fue por casualidad. Un amigo de la familia, Rubén Valbuena, me planteó la posibilidad de unirme a él y a otros dos queseros en un proyecto que se llamaría
Quesería Cultivo, y que tenía como finalidad abrir una tienda en el centro de Madrid desde la cual poder vender sus propios productos, así como otros quesos del panorama nacional.
Era 2014, un momento en el que todavía la palabra o término 'artesanía alimentaria' estaba empezando a tener cierto peso en la sociedad, pero no había calado a nivel social como ocurre hoy. Cuando Rubén me propuso formar parte de su proyecto, yo había interrumpido mi carrera de Comunicación Audiovisual para vivir una temporada en Londres, acababa de volver de esa ciudad, y no tenía ningún conocimiento dentro del mundo del queso, no me interesaba ni siquiera un poco. Tampoco la alimentación, en general era un ámbito que me hubiera despertado mayor curiosidad. Pero me llamó la atención la vinculación del proyecto al entorno rural y el reto que suponía para mí el incorporarme a un proyecto en el que se me iba a dar desde el principio unas responsabilidades.