La dicotomía entre lo que mostramos y lo que sentimos, así como la importancia de crear “un tejido entre mujeres, reivindicar la escritura femenina y la importancia de leer otros textos escritos por mujeres” fue lo que llevó a Carolina Astudillo a crear Ainhoa, yo no soy esa. Hablamos con la periodista y realizadora chilena sobre su última película, ganadora de un Biznaga de Plata al Mejor Largometraje Documental en el Festival de Málaga.
Ainhoa Mata fue una mujer que “nació en el seno de una familia que filmó, grabó y fotografió su vida cotidiana durante muchos años”, cuenta la sinopsis de Ainhoa, yo no soy esa. De adolescente empezó a escribir aquello que las cámaras y las grabadoras no captaban, lo que su mente experimentaba y su cuerpo no reflejaba. Sus experiencias y emociones, su vida, podrían haber ocurrido en cualquier otro lugar y momento. De hecho, el hilo conductor de todo el documental es una carta de la directora a Ainhoa, en la que narra vivencias similares de otras mujeres que también publicaron –en vida o no– sus diarios: Frida Khalo, Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik.

Su hermano Patxi, consciente de que todo aquel material no podía quedarse en un cajón, lo cedió a su amiga Carolina Astudillo para que construyera una narración que diera valor a todos esos textos e imágenes, como había hecho antes con las experiencias otras mujeres en trabajos anteriores como De monstruos y faldas, Lo indecible o El gran vuelo. En los próximos meses, la película estará rondando por festivales y en otoño al fin llegará a las salas de España, así que no podemos dejar de recomendarte que vayas a verla en cuanto puedas.
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Tu último largometraje antes de Ainhoa, yo no soy esa fue El gran vuelo, que se estrenó en 2014. ¿A qué has dedicado estos años?
Desde 2014 vengo trabajando en varios proyectos. Primero empecé el proceso de investigación para Ainhoa, yo no soy esa en 2015, cuando Patxi –su hermano– me pasó todo el material. Por otra parte, estuve trabajando en una ficción de la que estoy escribiendo el guión. También en otros cortos relacionados con distintas temáticas. Tengo varios cajones abiertos y voy trabajando en uno y en otro. El primero que salió fue Ainhoa. Por las condiciones del documental era un proyecto que requería un tiempo, por eso nos demoramos unos tres o cuatro años en terminarlo.
Ainhoa, yo no soy esa ganó el premio Biznaga de Plata al Mejor Largometraje Documental en el Festival de Málaga Cine Español. ¿Qué tal llevas la acogida del documental?
Con El gran vuelo ya había ganado la Biznaga de Plata al Mejor Largometraje Documental y eso me sirvió porque, si bien es cierto que el festival de Málaga no tiene tanta repercusión en el documental, creo que sí es un festival de alfombra roja y me dio mucha visibilidad y después me la pidieron en otros festivales. Con Ainhoa pasó lo mismo. Pero lo bonito fue que, como yo ya había ganado, no me esperaba para nada un premio. Pensé que si ya había ganado una vez, en esta edición ganaría una persona distinta –tampoco tiene que ser así, porque si una peli es buena puede ganar, claro. Y además, el nivel era buenísimo: estaba Carmen Guarini, por ejemplo, que es una documentalista argentina.
Fue una sorpresa muy bonita, sobre todo porque es una película que ha costado mucho sacar adelante. Creo que gracias a Málaga el film ha tenido visibilidad porque ha salido bastante en la prensa. A parte de eso, me parece que me van a llamar de otros festivales. De hecho, ya me han llamado de alguno a propósito de Málaga.
La manera en que se cuenta la vida de Ainhoa ayuda a empatizar con ella: hay testimonios sobre cómo era la Ainhoa que se mostraba al mundo pero también textos escritos por ella que cuentan su interior más sincero, triste e inseguro. Para conseguir esta manera de narrarlo, tuviste que descubrir su historia. ¿Qué te llamó la atención de ella?
Patxi, un amigo mío, me contó que había tenido una hermana que se había suicidado en 2006. Me dijo que tenía algunas películas porque a su padre le encantaba filmar. Un día vino a mi casa y me trajo una gran cantidad de ellas junto con muchas fotografías también. Ahora es muy común fotografiarlo todo y uno puede tener mil instantáneas en el móvil, pero eso ha pasado en los últimos años; antes, tener cuatro mil fotografías era complicado.
Patxi llegó con fotografías en blanco y negro, en color, las películas, los vídeos y los diarios de Ainhoa. Cuando empecé a mirar el material pensé que qué bien filmaba el padre o qué bonitos eran los retratos de la familia. Pero cuando empecé a leer los diarios de Ainhoa me di cuenta que la chica de los diarios era totalmente distinta a la que Patxi me había contado y a la que yo había visto en los vídeos tardíos que ella filmó –de los 90 y los 2000, no tanto los de cuando era pequeña.
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Así que tenías mucho material, y además contradictorio entre sí.
Hay vídeos que no puse en el documental porque ya no quedaba espacio o tiempo, pero había algunos en los que Ainhoa estaba en algún bar o en alguna fiesta y mostraba una personalidad avasalladora y muy dominante. Cuando hablaba todo el mundo se daba la vuelta. Además hablaba fuerte, tenía una voz ronca. Cuando entrevisté a sus amigos y amigas me dijeron que era una persona muy contenedora, que siempre trataba de proteger a quien estaba a su alrededor, que era muy buena amiga, que nunca se mostraba débil, que tenía una fortaleza impresionante. Y eso a todo el mundo le llamaba la atención. Pero en los diarios se ve lo contrario.
¿Qué Ainhoa se ve, entonces?
Esta Ainhoa es sufriente, muy insegura en general y con los hombres en particular, muy melancólica, depresiva, y con preocupaciones existenciales. La Ainhoa que todos conocían parecía fría, nada reflexiva, era una mujer a la que le encantaban las fiestas. Respecto a los hombres, entrevisté a algunos ex novios y me dijeron que pasaba de todos los tíos, que no le importaban nada; y en el diario se ve que es distinto.
Esa dicotomía entre la Ainhoa de los diarios y la Ainhoa que todos conocían es la que me interesó mostrar en el documental. Creo que era una mezcla de ambas; no creo que una fuera real y la otra un personaje. Sí era cierto lo que le pasaba, era una persona que sufría. Finalmente se suicidó. Pero también tenía esa careta de mujer fuerte, por eso Patxi me comentó que, cuando él leyó los diarios, pensó que nunca había conocido realmente a su hermana. Nunca conoció esa parte depresiva y esa extrema sensibilidad. Era raro conocer a esa mujer torturada tan de golpe.
En la sinopsis del documental se dice que “traza conexiones entre las inquietudes de la retratada, las de la propia directora o las de otras féminas ilustres, como Frida Khalo y Virginia Woolf”. Para quien no haya visto la película, ¿puedes explicar cuáles son esas inseguridades, como la que contabas de Ainhoa hacia los hombres?
Cuando empecé a leer los diarios de Ainhoa, además de esta dicotomía, observé que había temas relacionados con la experiencia femenina. Anteriormente había leído otros diarios de figuras como Alejandra Pizarnik, Frida Khalo, Virginia Woolf, Anne Sexton o Sylvia Plath. Me di cuenta que, si bien es cierto que las escritoras utilizan un lenguaje totalmente diferente al de Ainhoa, sí había temáticas que se repetían literalmente. Por ejemplo, el miedo a quedarse embarazada y que no te viniera la regla. O al revés. Sylvia Plath tenía muchas ganas de ser madre, al igual que Frida Khalo, que no podía porque a causa del accidente que sufrió acababa abortando de forma natural.
También se trata el tema de la espera de un hombre. En los años 90, que se supone que era una época de libertad increíble –ya habían pasado la dictadura y la movida– se ve cómo culturalmente se enseñaba a las mujeres a esperar a un hombre, a que él llamase y llevara la iniciativa. La gente con la que he hablado me dice que la libertad era ficticia, que en realidad las mujeres seguían atadas a unos patrones antiguos y entraban en ese juego de seducción. De ese tema, Alejandra Pizarnik tiene un montón de textos en su diario, y también sobre el aborto o el amor romántico.
“La dicotomía entre la Ainhoa de los diarios –depresiva, melancólica, sufriente– y la Ainhoa que todos conocían –fuerte, protectora– es la que me interesó mostrar en el documental.”
Así que, a pesar de la distancia geográfica o temporal, estas mujeres compartían las mismas preocupaciones o inseguridades.
Eran temáticas que se repetían y daba lo mismo que una estuviera en Argentina, en Estados Unidos o en Inglaterra; que una fuera de los 50, de los 60 o de los 80. Era bonito tejer, de alguna manera, un tejido entre todas estas mujeres y reivindicar la escritura femenina y la importancia de leer otros textos escritos por mujeres. No solamente para crear genealogías, sino para sentir identificación. Son textos que te pueden ayudar.
Esa empatía de la que hablábamos también tiene que ver contigo, y es que en el film cuentas cómo se trazan relaciones entre tu vida y la suya, aunque no la conociste personalmente. ¿De qué manera te afectó abrirte y contar tus experiencias?
En un principio no tenía para nada contemplado aparecer en la película. Quería hacer esa relación entre escritoras pero que la narración fuera una voz femenina en tercera persona. Cuando me quedé embarazada, justo a los tres días estaba leyendo el diario de Ainhoa y encontré un texto que se llama Carta a un hijo no nacido. Era una carta en la que le escribía a un hijo o una hija no nacidos las razones por las que quiso abortar. El último párrafo dice: “Perdóname, perdóname por no quererte, primero quería aprender a quererme a mí misma”. Esa me pareció una frase muy importante y me ayudó en aquel momento. Hubo otras reflexiones; no tomé la decisión solo por la carta de Ainhoa, obviamente, pero sí fue mágico para mí encontrarla.
Pensé, si estoy haciendo una película en la que hablo de la importancia que tiene leer a otras mujeres, de la importancia de recordar a las precursoras, a lo mejor es coherente y honesto que diga que mientras estaba haciendo un documental sobre este tema, a mí me pasó esto. Ahí decidí incluirlo y escribir una carta a Ainhoa. Si esa experiencia no hubiera ocurrido, la película hubiese sido en tercera persona y hubiese sido diferente. 
En El gran vuelo cuentas la historia de Clara Pueyo, militante del Partido Comunista y conocida por escapar de la prisión de Les Corts de Barcelona por la puerta principal y no dejar rastro sobre ella. Para hacer el documental disponías de muy poco material, pero construyes una historia comprensible y, de nuevo, con la que uno puede identificarse fácilmente, aunque no hayamos vivido lo mismo ni en la misma época que Clara. ¿Cómo fue trabajar sobre una mujer tan interesante con ese escaso material?
Con Claya Pueyo fue todo lo contrario: tenía solamente fotos de su familia y otras oficiales tomadas en la prisión de Les Corts, de cuando ella estuvo presa. ¿Cómo contar una historia con tan pocas fotografías? Entonces surgió la idea: para hacer un contrapunto entre la vida de Clara y las imágenes, utilicé fotos de otras mujeres catalanas y valencianas –porque Clara había vivido en Catalunya y en Valencia.
Obviamente eran de una clase social más alta porque tenían acceso a cámaras y habían vivido una posguerra totalmente distinta a la de Clara, pero eran imágenes de la época que podían reflejar cómo se vivía, cómo se vestían las mujeres y los hombres, las costumbres que se mantenían, etc. Las imágenes familiares son una forma de contar la historia no oficial, un contra plano de la Historia en mayúscula que me interesa mucho más que un documental de un historiador o un archivo oficial.
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Así que usaste un poco la comparación o la analogía para construir la historia.
Cualquiera de esas mujeres podría haber sido Clara. Tenía imágenes de archivo, las cartas que Clara nunca pudo mandar y las que recibió –las conseguí en el archivo militar de Madrid. Eran muy bonitas y había muchísimas. Entonces, con todo ese material conté su historia y también la de las mujeres republicanas incomprendidas incluso por sus propios compañeros de partido, ya fuese durante la guerra civil o la posguerra.
¿Qué pasaba con ellas?
Durante la guerra civil, las mujeres que fueron al frente fueron discriminadas. Se decía que podían ser portadoras de enfermedades venéreas y, durante la posguerra, muchas que vivían en la clandestinidad estaban también sujetas a la autoridad masculina. Tenían que renunciar a una serie de cosas a las que los hombres no. Siempre estaba la pugna entre lo privado y la militancia, la renuncia de la vida privada: no poder sacar fotografías, enamorarse o tener hijos. Estas relaciones se veían también en las cartas de la militancia y me parecía bonito hablar de eso y de esa estructura tan rígida del partido comunista, que era casi como la de una religión.
Y con Ainhoa, yo no soy esa, te ocurrió lo contrario, disponías de muchas grabaciones y fotos de la familia y textos escritos por ella. Con él has construido un lenguaje muy interesante, en el que se conjugan el montaje, el guión y los testimonios. ¿Cómo trabajasteis las encargadas de la dirección y del montaje?
Generalmente, primero construyo un texto escrito. En este caso, fue la carta que yo escribí a Ainhoa y trozos de los textos de las escritoras que he mencionado antes. Había mucho material así que tuve que pensar bien dónde podía ir cada imagen. Junto con mi ayudante de montaje, Ana Pfaff, construimos una columna vertebral que no estaba del todo acabada. Ya había trabajado con ella en El gran vuelo, y la verdad es que es una maravilla porque, además de ser amiga, acostumbramos a tener una visión muy similar del cine y de cómo trabar el archivo. Normalmente coincidimos, pero si no, se generan debates interesantes.
Como ella no conocía todo el proyecto y tenía una visión más global y externa era como una bocanada de aire fresco. Cuando lo veía, me decía “esto sí, esto no, esto sí, esto también”; además, me ayudó en partes de la película en las que me sentía estancada. Así que la película se fue construyendo así, en conjunto. Hice un esqueleto y con Ana lo fuimos puliendo y trabajando.
“La primera vez que Patxi, el hermano de Ainhoa, vio el documental fue muy emocionante porque, de alguna manera, se eliminó ese miedo de que el material de su familia se quedara en un cajón y se perdiera en el olvido. Al fin había una película sobre su hermana y se iba a proyectar en algún sitio.”
¿Cómo acogieron la propuesta del film sus familiares y amigos más cercanos? ¿Crees que asusta conocer profundamente a una persona que ya no está?
Patxi me pasó el material pero él no vio absolutamente nada hasta que terminamos la película. Fue muy generoso, me lo dio todo y me dijo que hiciera lo que quisiera. La primera vez que lo vio fue muy emocionante porque, de alguna manera, se eliminó ese miedo de que el material de su familia se quedara en un cajón y se perdiera en el olvido. Al fin había una película sobre su hermana, y se iba a proyectar en algún sitio. No es una persona que caiga en sentimentalismos, es muy contenido, pero se emocionó a su manera. Fue bonito.
¿Qué es lo que más le gustó?
Le gustó mucho el juego que hice entre Ainhoa y las escritoras/artistas, aunque había cosas que no entendía. Le gustó también que me incluyera en el film y que lo mencionara a él. En un principio, yo no contaba que Patxi me había pasado el material o que había grabado conversaciones telefónicas. De hecho, yo no quería contar que lo eran, pero mucha gente creía que se trataba de actores o actrices. Así que tuve que explicar que había sido Patxi quien había grabado esas conversaciones. Al final lo pusimos y él estuvo muy contento porque, en realidad, no es solamente la vida de Ainhoa, sino también la de su familia o la suya propia.
Así que pasar de tener el miedo a que todo el material cayese en el olvido a ver que se había hecho una película, aunque fuera pequeña… Patxi ya está feliz. Además, ha tenido muy buena acogida. Aunque, de momento, sus sobrinos no lo han visto, y la mayoría de su familia esta en Navarra. Esperamos que la película vaya allí para que todos puedan verla.
Tu filmografía está repleta de historias de mujeres muy distintas entre sí. Este gesto, natural e inevitable –somos la mitad de la población, en algún sitio tenemos que poder expresar qué pensamos y sentimos– transforma el relato cultural, y quizá inevitablemente, es una seña activista. ¿Tienes en mente este factor reivindicativo o tienes interiorizadas y naturalizadas este tipo de historias?
Creo que tiene que ver con mi propia historia. A mí me criaron mi abuela y mi madre, dos mujeres muy fuertes. Viví la dictadura hasta la adolescencia, así que vi la represión tanto general como hacia las mujeres en particular. Y siempre me interesó. Desde que iba al colegio, cuando tenía que elegir algún tema para cualquier cosa, siempre escogía uno relacionado con las mujeres. Cuando me licencié como periodista hice mi tesis sobre Belén de Sárraga, una anarquista española que recorrió Latinoamérica pero cuya figura era muy desconocida.
Creía (y creo) muy importante el contar las historias de mujeres que no se conocían, visibilizarlas. Generalmente, las que me contaban en el colegio –que era muy progre– siempre estaban protagonizadas por hombres –y esto era algo que comentaba con mis compañeras de clase. Nunca nadie me habló de Sylvia Plath o de Virginia Woolf, no existían. Las descubrí de mayor. Lo mismo me pasó con el cine. Cuando estudié cine en Chile, nadie mencionó a Alice Guy, una de las primeras realizadoras de la historia.
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¿Cuándo pudiste contar tu primera historia, entonces?
Cuando vine a España e hice el máser de Documental Creativo en la Universidad Autónoma de Barcelona tuve la oportunidad de crear una historia y hacer una película de una temática que me interesara: la memoria y las mujeres. De ahí nace De monstruos y faldas, mi primer documental en 2008, que rescata la memoria de las mujeres que estuvieron presas en la prisión de Les Corts. Es una película contada por las hijas y el sobrino de Clara Pueyo. Siempre me interesaron estos temas, no sé de dónde viene, no lo hago a propósito. Voy a algún lugar y me llegan las historias. Si pudiera y tuviera mucho dinero, haría películas contando las vidas de estas mujeres que han sido olvidadas por la historia. 
¿Qué te atrae del lenguaje documental? ¿Tienes en mente hacer un largometraje de ficción?
Específicamente, que son generalmente historias de mujeres reales, que han existido. En la ficción también puedo hacerlas, pero es el contacto con la realidad lo que me atrae. Me gusta trabajar con cosas reales. La ficción que estoy preparando también tendrá parte documental porque me gustaría contar con la gente del lugar donde voy a filmar, no utilizar actrices y actores profesionales, sino filmar los pueblos, las costumbres. Las películas de no ficción que hago se nutren de la ficción. Me siento cómoda con los dos pero creo que nunca había hecho una ficción antes porque es mucho más costoso. Ahora que ya tengo más tiempo o puedo optar a alguna subvención, lo voy a hacer.
Cuéntanos qué planes tienes a corto plazo. ¿Habrá más proyecciones de Ainhoa, yo no soy esa?
Tenemos varios festivales internacionales en Argentina, en Francia, en Chile, en Alemania, etc. Y en octubre o noviembre se estrenará en salas en España. Y, como decía antes, entre los festivales esperemos que haya alguno en el País Vasco o Navarra para que la familia de Ainhoa pueda ir a verla.
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