He crecido con una madre apasionada por las artes plásticas que utilizaba la ropa como lienzo, y un padre bailarín, músico y artista en general. Supongo que eso ha condicionado mucho mi forma de entender el mundo. Todo lo que hacía en mi infancia, en mis ratos libres, era pintar o bailar, no había nada más.
Me decanté por la fotografía de una manera más bien causal, no meditada. La fotografía es la herramienta de mi generación: crecí con Fotolog, luego vino Facebook, después Instagram. Es el medio que mejor se adapta a la rapidez en la que vivimos y supongo que por ello el más explotado en la actualidad. Lo que más me gusta es la inmensidad de perfiles que puede englobar el término ‘fotógrafo’; es un mundo muy grande con una variedad infinita de aplicaciones y formas de trabajar.
Pero también me llaman la atención muchas otras ramas artísticas y, de hecho, me cuesta mucho definirme como ‘fotógrafa’. Por ejemplo, mi último proyecto –que pronto verá la luz– es un libro autoeditado con escritos, imágenes, pinturas y muchos sentimientos. En absoluto es un libro donde prima la fotografía, es un conjunto donde todo tiene importancia.