Cuando parecía que el mundo del arte ya no podía dar más de sí, un joven músico demostró todo lo contrario. Azuma Makoto necesitaba algo de dinero para seguir tocando en su grupo, pagar las facturas y financiar la compra semanal del súper. ¿La solución? Trabajar en una floristería de su ciudad. “En aquella pequeña tienda descubrí la belleza de las flores por primera vez. Además me di cuenta de que tenían muchas cosas en común con la música. Por ejemplo, las dos son instantáneas y únicas. Cada rosa roja tiene una forma distinta, y cada sonido difiere de los demás dependiendo del estado mental del músico o del ambiente que le rodea.”
La motivación estaba servida. A partir de entonces Makoto no paró de experimentar. Estudió las formas y los colores, precisamente para rechazarlos, y en 2002 montó Jardins des Fleurs, una floristería de alta costura (así es como él la llama) destinada a desarrollar nuevos proyectos. Internet y las redes sociales hicieron el resto. Cualquiera con preocupaciones estéticas y dotes para investigar en Google sabía de qué iba la obra de este japonés. Una obra que alcanzaba la categoría de arte y que al mismo tiempo superaba sus límites. La llamaron la ‘indefinible’. “Muchas veces la gente dice que mi trabajo muestra un lado más oscuro que el resto del arte floral, y yo creo que es porque siempre estoy pensando en los conceptos de vida y muerte,” asegura. “Todas las flores tienen su propio ciclo: florecen, se marchitan y luego se convierten en abono para próximas vidas. Sea cual sea el momento que tú seleccionas de ese proceso, que va desde el nacimiento hasta la muerte, su belleza es increíble.”