En la mayoría de los casos, sí les preguntaba. Y hubo gente –muy, muy poca– que se negó. Y lo entiendo. Y no pasa nada: yo soy la primera que, muy a menudo, rechaza ser fotografiada. La verdad es que no me imagino trasladando este reportaje a Barcelona. Me resulta un entorno demasiado familiar y, efectivamente, para mí sería mucho más complejo. En Coney Island, me encontré a un fotógrafo jubilado que, después de retratarlo, me dijo que qué suerte tenía de poder ver su ciudad, Nueva York, con esa curiosidad de la primera vez. Yo veía cosas que a él ya no le emocionaban o que ni siquiera veía. Está claro que a mí me gustaría que me pasara lo mismo pero a la inversa con Barcelona.