“Pura”, responde Albany cuando le pedimos que describa su música en una sola frase. Un adjetivo que, si bien es inherente a su trabajo –en el que habla de lo más auténtico que tiene, sus vivencias–, trasciende sus canciones y se plasma en su personalidad. Un recorrido por sus sentimientos que huye de la imagen estereotipada de la música moderna, tildada de vacía y pretenciosa en repetidas ocasiones. Albany le canta al amor (y al desamor), al dolor y a sí misma. “Una gran superación ha sido ser pobre y ahora estar bien”, comenta en relación a los obstáculos que ha tenido que superar hasta llegar a donde está a día de hoy. Una posición de aparente privilegio que conlleva una exposición pública constante, y en la que reconoce no sentirse del todo cómoda. “Lo que menos me gusta es el faranduleo”.
El clan Kardashian, Bad Gyal o C. Tangana, al que se refiere como Pucho y junto al que colabora en su single Bebé, incluido en su última mixtape, aparecen en el diálogo que se prolonga durante más de una hora. Una conversación distendida bajo un sol abrasador que le sirve a la cantante para compartir otra reflexión, en este caso sobre los pequeños placeres de la vida. “El otro día me puse a pensar por qué soy tan pesada con las terrazas y con el sol, y caí en que es porque soy de Andalucía”. Y es que aunque nació en Cataluña, su infancia transcurrió en el sur de España, conectada al flamenco, un género al que promete acercarse próximamente, convertido en la banda sonora de su casa mientras crecía. Su madre Charo, la misma que ponía a La Húngara mientras fregaba, es el pilar de sus planes a futuro. “Mi sueño es que me vea triunfar, cien por cien y súper arriba, antes de que se muera”.