No sólo el puente de Williamsburg, vestido de rosa Dior y acero inolvidable, y uno de los skylines más repetidos en todas las pantallas, completan la postal que ofrece el East River State Park. Porque en él se da cita, domingo tras domingo, lo que The New York Times ha definido como una de las mejores experiencias urbanas de Nueva York. Y mis ojos lo confirman: The Brooklyn Flea Market, un predio al aire libre en el que conviven ruedas de viewmaster y diapositivas, utensillos de cocina que ayudaron a muchas mujeres a esperar a sus maridos con la cena lista y los niños bañados y acostados.
Perlas que alguna vez se enredaron bailando un charleston y camisones de seda que muchas noches soñaron el sueño americano. Vestidos que resuman flower power y gafas que muchas mañanas leyeron las novedades de un pasado que hoy es reactualizado. The Brooklyn Flea es, sin lugar a dudas, el escaparate para lo que Huyssen ha denominado “marketing de la nostalgia”, la meca neoyorquina del negocio del recuerdo. Sin embargo, es justo decir que ese gesto del reciclaje, de “lo viejo es nuevo”, ese coleccionismo de objetos que cuentan historias que los hacen únicos en su género, contrasta con el minimalismo uniforme de teléfonos que hablan con los dedos y ordenadores-sobre que viajan en bolsos de cartero. No hace falta más que sentarse un momento en el parque y observar: nadie se resiste a la tentación de la manzana.
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