Y es que la serie está endiabladamente bien escrita. Tanto, que nos zarandea de un lado a otro generando simpatías que se van alternando a medida que avanza la historia con innumerables giros de guión. ¿En serio tengo que sentir empatía por Shiv cuando le recuerda a Kendall su inconfesable secreto en ese último giro de la historia perfectamente ejecutado? No como Daenerys, sea dicho de paso (coff, coff). Y es que Succession radiografía de forma meticulosa y con mucha mala baba lo más bajo de la condición humana, pero lo hace de tal forma que nos obliga a tomar partido por seres terribles que en otro contexto ganarían el mayor de nuestro desprecio. Y sin embargo aquí estamos, sintiendo compasión por Kendall, riendo las gracietas de Roman o alabando las dotes manipuladoras de Shioban la puta ama, que al final ni tan ama ni tan, oh, manipuladora, porque en el mundo machirulo de Succession más vale un tonto del culo fiel que una mujer lista y follable, no sea que luego la cosa se complique. Bueno, lista o no. ¿Hasta dónde puede llegar la codicia humana? Succession lo deja claro: hasta donde puedas aguantar tu humillación.