Una enorme piscina llena de bolas, con proyecciones audiovisuales de los italianos
Quiet Ensemble, nos da la bienvenida a
Hypercosmos, la pieza estrella del evento. La artista germano-polaca
Karina Smigla-Bobinski, por su parte, nos cede su esfera gigante con lápices incrustados que se puede mover y girar al mismo tiempo que la bola va pintando las paredes blancas que la circundan.
En otra sala –a la que previamente han aspirado el aire–, los catalanes de
Penique Productions han cubierto toda la superficie con una película monocromática fucsia hasta conseguir que los visitantes ‘floten’ en una atmósfera vaporosa. En la obra
Battle of Cannes, ubicada en la parte superior del recinto, el escultor canadiense Max Streicher ha convertido a un toro, caballos y otros personajes en globos colosales con sospechosas reminiscencias de
El Guernica de Pablo Picasso.
Y como colofón, en
Balloon Allee –la avenida de los selfies– hallamos algunas reproducciones en globos y otros soportes hinchables de obras maestras de la historia del arte (
El hijo del hombre de René Magritte) junto a otros escenarios ad hoc dispuestos en diferentes cubículos a fin de que el público pueda tomarse fotografías.
A medio camino entre las esculturas flotantes del célebre artista argentino Tomás Saraceno y un parque de atracciones temático,
Pop Air ha conseguido transformar más de 5000 m² de la Grande Halle de La Villette para que el visitante se funda con las gigantes obras hinchables. Para ello, echa mano de un formato creativo, recreacional e imaginativo. Más que una exposición, Pop Air se asemeja a un evento pensado para niños, adolescentes y viejóvenes, curiosos y ávidos de estímulos con los que espolear al niño interior. La experiencia es, además, inmersiva, estética, táctil y divertida. Por eso mismo garantiza un buen rato, quizá tan superficial como el contenido.