Entre los años 1987 y 2000, el fotógrafo Onofre Bachiller montó una serie de platós públicos en diferentes lugares de Barcelona, ofreciendo a la gente la posibilidad de autorretratarse. Con un fondo cualquiera, un taburete, dos flashes y una cámara en un trípode, quien quisiera podía hacerse con la perilla neumática, accionarla y formar parte de este proyecto al que llamó “Fotomatón”. Ahora “Fotomatón” quiere convertirse en libro. Onofre ha lanzado una campaña de crowdfunding para financiar el proyecto, si quieres ayudar a que este libro se haga realidad, puedes hacerlo aquí, tienes tiempo hasta el 1 de junio.
El libro recogerá una selección de 180 imágenes en tamaño A4, solo una parte de las muchas que durante los años que duró el proyecto el fotógrafo recogió en diferentes puntos de Barcelona ante la mirada de paseantes y curiosos, los participantes se convertían por un momento en performers que cedían su imagen e identidad al proyecto. Con todas estos autoretratos Onofre ha ido creando un archivo que, a través de la expresión individual de cada uno, conforma un atractivo retrato de la Barcelona de los noventa.
El hecho de sacarse una foto a uno mismo (el ya famoso “selfie”) y mostrársela al mundo, es hoy en día un acto casi cotidiano alentado por las redes sociales. Pero hay que tener en cuenta que el autorretrato, ha sido un subgénero de importancia a lo largo de la historia del arte, a través del cual los artistas han buscado plasmar su esencia o identidad. En esto último pensó Onofre Bachiller a la hora de concebir Fotomatón. Sirviéndose de la fotografía como medio, ofreció la posibilidad de que quien lo desease pudiese autorretratarse en los pequeños platós públicos que montó en diferentes lugares de Barcelona. Desde las animadas Ramblas, hasta las calles de Sarrià, pasando por un bar del Raval, o un local gay del Eixample, entre otros, los voluntarios se convertían en sujetos performáticos ante la cámara. Se trataba de instalaciones públicas, abiertas, por lo que el acto de fotografiarse suponía hacer una exhibición de sí mismos ante los presentes, siempre en un ambiente de improvisación. Los transeúntes cedían aquí su imagen, no a una red social, sino al objetivo del fotógrafo.
Onofre cuenta que se dio cuenta rápidamente de que la gente disfrutaba sacándose fotos a sí mismos, pero “lo sorprendente fue que les gustase hacerlo ante los demás”. Saberse protagonistas, el reconocimiento de la propia presencia. Y es esto lo que ha tenido en cuenta a la hora de hacer la selección de imágenes para el libro, ya que contaba con más de 4500 disparos. Desde entrañables parejas de ancianos, niños, o grupos de amigos, pasando por imágenes de marcado carácter sexual, en Fotomatón se le pone rostro, o más bien se le ponen muchos rostros, a trece años de una ciudad en transformación: la Barcelona pre y post olímpica, el acid house, la visivilización de la diversidad sexual. A trece años de vida.
Estamos pues ante un proyecto vivo, una obra que, según su autor, puede tener continuidad con acciones futuras. Es una obra de larga trayectoria, en la que ha habido muchos momentos de duda superados gracias al cine. En concreto, nos confiesa Onofre, a una película y a un diálogo. En Smoke (Wayne Wang, 1995), escrita por Paul Auster, los personajes hablan sobre el sentido de fotografiar un mismo lugar una y otra vez. Un lugar redefinido en cada momento por lo efímero de los acontecimientos y por la huella que en él dejan las personas. Sobre todo eso que también vemos en Fotomatón.
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