Recién salido de la cárcel de Rusia, el cineasta ucraniano Oleg Sentsov ha visitado Barcelona para presentar su film The Trial: The State of Russia vs Oleg Sentsov. El Festival de Cine y Derechos Humanos de Barcelona da voz a Sentsov, una voz perseguida que han intentado callar sin éxito.
El documental, proyectado este lunes a las ocho de la tarde en el cine Texas, gira alrededor de su juicio. Guiados casi todo el tiempo por su prima, asistimos a sesiones judiciales o acompañamos a sus hijos y a su madre en llamadas telefónicas. Detenido en Crimea en mayo de 2014 y acusado de planificar ataques terroristas, Sentsov ha pasado cinco años en prisión, primeramente en una celda de 2x3 metros y, después del jucio, en una prisión a seis mil kilómetros de su Crimea natal, donde los termómetros alcanzan temperaturas de -30 grados, dibujando un paisaje totalmente blanco nueve meses del año.

“Si alguien que vive en Crimea se manifiesta a favor de Ucrania irá a la presión”, ha dicho Sentsov en el desayuno organizado con la prensa. Inicialmente estudió económicas, pero finalmente decidió dedicarse al cine. A Perfect Day for Bababafish (2008) y The Horn of a Bull (2009) son sus primeros cortometrajes, producidos antes de su ópera prima, Gamer (2012). Debutó en el Rotterdam International Film Festival en 2012 y gracias a su éxito pudo encontrar financiación para la que sería su nueva película. Sin embargo, la grabación fue pospuesta por el inicio de las protestas del Euromaidán.

En ese momento, Sentsov se convirtió en activista y participó en esta serie de manifestaciones con índole europeísta y nacionalista ucraniano. Asimismo, durante el 2014, en la crisis de Crimea, Sentsov ayudó a entregar alimentos y suministros a militares de Ucrania atrapados en sus bases. Fue detenido juntamente con otros tres activistas pro-ucranianos dos meses después de que Rusia ocupara la zona. En el film se expone cómo sufrieron torturas, entre ellas electrochoques o asfixia con bolsas, para que declararan que habían participado en el incendio de una oficina y en la destrucción de monumentos.

“En Rusia no existen los juicios justos, solo el poder de Putin”, avanzaba Sentsov sobre lo que iba a ser el film, una evidencia de cómo los juicios políticos existen en el siglo XXI y de cómo se fue fabricando su acusación hasta llegar a la condena final, en la que se lo culpó de participar en una organización terrorista y de tráfico de armas. Según Sentsov, “la fabricó Rusia para demostrar que Ucrania es un país terrorista.” El momento exacto en el que se lee la condena es reproducido en la gran pantalla, a oscuras, ante la mirada incrédula y de indignación de la gente sentada en las butacas, conscientes de que lo que están viendo no es ficción, es la cruda realidad que viven los opositores al sistema ruso.

“No soy político, no pertenezco a ningún partido ni a ninguna organización oficial. Soy una persona particular”, nos recuerda Sentsov. Fue sentenciado a veinte años de prisión –irónicamente, el mismo dígito que le mencionaron una y otra vez mientras lo torturaban el primer día que fue detenido. Como contaba con apoyo internacional, pues fueron muchas las personalidades que se manifestaron a su favor, como Almódovar, Ken Loach o Béla Tarr en una carta en 2015 de directores de cine europeos, Sentsov dice que “no me tocaban porque tenían miedo, pero sí tenía una fuerte presión psicológica”. Para los trabajadores de la prisión, él era la personificación de Ucrania, esa Ucrania que odiaban profundamente.
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Pero pese a todos estos abusos y a las irregularidades del juicio, como por ejemplo el rechazo a la retractación de Afanasyev, quien declaró en contra de Sentsov y luego rectificó diciendo que había declarado bajo la presión de torturas, es sorprendente ver el carácter de Sentsov. Sus palabras directas, sin miedo, honestas, y su mirada penetrante, audaz y valiente traspasan la gran pantalla. La pregunta de cómo pudo mantenerse tan íntegro ante un sistema y un juicio corruptos rodea las mentes de todos aquellos en la gran sala. Previamente, en la rueda de prensa, él había confesado que su naturaleza fue lo que le permitió aguantar “sin saber muy bien cómo”.

En la película dice que “la cobardía es el pecado más grande en la tierra”, y precisamente de esto no peca Sentsov. En 2018, el cineasta llevó una huelga de hambre de ciento cuarenta y cinco días en la cárcel para presionar a Rusia para que liberara a todos los presos políticos ucranianos. Con la misma fortaleza, cuando acaba su speech final del juicio, levanta el dedo índice y el dedo medio invocando el signo de victoria. Unas palabras atrevidas que ponen de manifiesto la corrupción del juicio o la ignorancia de la gente y una televisión pública que los engaña. Sin embargo, dice que la liberación sucederá, y que tarde o temprano el pueblo se revelará contra el sistema opresivo. “No querían vernos, encendimos neumáticos”, dice refiriéndose a las manifestaciones.

El 26 de este mes de noviembre recibirá en persona el premio Sájarov a la Libertad de Conciencia, ya que no pudo recogerlo en 2018 por estar encarcelado. Haciendo referencia a la Unión Europea, reconoce y agradece que “la UE apoye a Ucrania y condene las acciones de Rusia”, pero también afirma que “la actitud de la UE es suave para luchar contra Putin”, pues dice que si quisiera castigar al presidente ruso y acabar con este régimen, deberían dejar de comprarle gas y petróleo, ya que “Putin es una persona dura y las acciones suaves no sirven con él, por desgracia”. Sin embargo, es consciente que esto no se ha hecho por las pérdidas económicas que supondría.

Liberado como parte de un intercambio entre prisioneros de Rusia y Ucrania en septiembre de este año, nos recuerda que “soy director de cine y estoy planeando volver a dedicarme a mi profesión a un año vista”. Al presentar la película, confiesa que hacía tiempo que no se encontraba en esta posición, pues es la primera vez que lo hace después de estar encarcelado. La sala llena, con presencia de la cónsul de Ucrania en Barcelona y del público ondeando banderas ucranianas, aplaude con la misma intensidad y emoción al iniciar y al finalizar el filme.

Era esa característica sensación, la de ver un sistema corrupto que abusa del poder en contraposición a personas como Sentsov, que desnudan su alma –en este caso, con su obra creativa– y hacen crecer alas en el pueblo, alas que nos harán volar por encima de las injusticias. Aunque la pantalla se fundió en negro y las luces se encendieron, quedó claro que el cine –y el pueblo– nunca callarán.
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