El mundo de Nicholas Nixon se perfila en gran formato, como las emociones que evocan su paisaje interior en blanco y negro lleno de luz. Una topografía del territorio en el que vivimos pero sobre todo del humano, con una serie de fotografías que de forma cálida y muy transparente trata en forma de series, con temas recurrentes que reflejan esa tensión entre el carácter descriptivo y el evocador, en los que también se filtran algunos pasajes con marcada vocación social.
La visión de Nixon sobre las azoteas de Boston y Nueva York nos adentra en una primera serie en la que la cámara de 8x10 sustituye a la Leica de sus inicios. Las vistas de estas ciudades de los años 70, a gran tamaño, son claras y definidas, tomadas desde un punto elevado con cierta distancia y algo de frialdad, que hace que reflexionemos sobre ese paisaje alterado por el hombre al que irónicamente le falta humanidad.
Un gran contraste si comparamos estas imágenes con sus posteriores series de retratos, donde se adentra en la intimidad de parejas, de ancianos alojados en residencias que visitaba como voluntario y también de personas con sida, con una secuencia de quince vidas afectadas que incluyen conversaciones y cartas transcritas por Bebe, su mujer, muy presente en el transcurso de su obra.