Baudelaire probablemente alabaría el trabajo de Nixon ya que para él “un buen retrato siempre parece como una biografía dramatizada o más bien como el drama natural que habita dentro de cada ser humano”. Los retratos de Nixon nos hablan de esas huellas vitales que se asoman en los rostros de la vejez y la enfermedad, donde la serenidad y el sufrimiento dejan ver la fragilidad y el abandono de los últimos años.
La familia también es un tema habitual, como vemos en la serie de las hermanas Brown, en la que como si fuera una biografía documental recoge la evolución física y emocional de su mujer Bebe y sus tres hermanas desde 1975 hasta la fecha. Fotografiadas siempre en exteriores y con luz natural, las hermanas miran a cámara en esta especie de álbum familiar para que seamos testigos del paso del tiempo: vemos cómo cambian sus caras, sus peinados, su ropa, pero también sus rasgos psicológicos, actitudes e incluso los lazos familiares que las unen.
Sin duda, esta es una de la obras más conocidas del fotógrafo, incluida entre las colecciones del MoMa de Nueva York, que ocupa aquí un espacio protagonista, convirtiéndose en el centro de la muestra.
Al finalizar el recorrido te das cuenta de que aunque las imágenes de Nixon destacan por su cualidad realista, también hablan de lo que no podemos ver, algo que comparte el comisario de la exposición Carlos Gollonet cuando dice que “estas fotografías no tienen ninguna función relevante, simplemente buscan el puro placer, la magia renovada de la fotografía de momentos que nunca se repetirán”.