1,2,3, de Andrés Galeano, Blessed image, de Tea Teerau, Craigslist All Stars, de Samira Elagoz, Some, de Andrea Zabala o LaSofy, de Sofía Estévez, fueron algunas de las performances que cerraron un fin de semana organizado en tres grandes bloques temáticos: Artista y su escritorio, Performer como Avatar y Artista en sus redes sociales.
Otra de las reflexiones más interesantes del festival trató sobre el imborrable rastro de nuestra conectividad y la huella digital que nos persigue. La performance realizada por Diego Olea y Rodrigo Sobarzo, Estuarino, trató precisamente de esto: el cuerpo de Rodrigo convulsionó sin pausa agitando los brazos y la cabeza a ambos lados, creando una ilusión óptica bidimensional, como ese personaje de videojuego que avanza autómata para conseguir su objetivo –en este caso, salvar el agua que da vida al planeta.
Rodrigo Sobarzo de Larraechea estudió en el SNDO de Ámsterdam y fue residente en la Academia Jan van Eyck en Maastricht (Países Bajos). El trabajo de Sobarzo muestra un gran interés por la subcultura y su producción digital en diversos lugares de internet y las redes sociales. Diego Olea, colaborador en esta actuación, estudió en la Escuela de Teatro Imagen de Santiago de Chile y ha participado en seminarios y talleres sobre estética y composición escénica.
Aunque en el programa se anunciaba otro título, Prins of Ne†works, con Estuarino, Rodrigo hizo referencia al ciclo de la vida digital, a ese espacio donde los opuestos se mezclan para dar lugar a nuevas formas de vida, al igual que el estuario, ese punto de encuentro donde el mar y el río se cruzan dando lugar a uno de los hábitats naturales más ricos de nuestro ecosistema.
Tras cuarenta y cinco minutos de sacudida, el espectador queda envuelto en una atmósfera visual y sonora que espera el clímax final: hay un punto de luz verde que señala la sien del personaje. ¿Game over? Una exploración de cómo nuestros avatares y perfiles digitales se crean y se intentan destruir, aunque nunca llegan a desaparecer del todo.