Kazanietz es un voyeur de las imágenes. Se apropia de lo ajeno, pero también de lo colectivo, para enseñárnoslo en primera persona. “Son un montón de imágenes de la vida real, escenas cotidianas, que se vuelven fotos digitales, que pasan a ser pinturas, para volver a ser fotos digitales”, resume el artista. También nos cuenta que las piezas nacen de fotos de su propio teléfono, pequeños relatos sin tiempo, con escenas que van desde un personaje vendiendo globos a otro con pinta de robot; o a un trabajador que transporta un espejo roto, quizá haciéndonos ver que el lugar desde donde miramos también nos rompe, o está roto. Con estas escenas, trata de estancarnos entre un pasado irreversible, y un presente demasiado abrumador, potenciado en gran medida por el sistema al que Instagram nos tiene acostumbrados: recortes de tiempo ad infinitum.
Para tratar de emular el proceso que hacemos cuando pasamos Stories en Instagram, ha creado un dispositivo móvil que emula los viejos carretes de fotos analógicas, quizá evidenciando que su generación se encuentra entre lo analógico y el boom tecnológico. El resultado es una especie de artefacto presentado en forma de carrusel, con doce pinturas que tienen el tamaño agigantado de una pantalla de móvil. Este dispositivo necesita de la fuerza humana para ir revelando todas las imágenes. El artista también ha creado pequeñas obras del mismo tamaño de su teléfono, dispuestas en pequeños cubos capaces de emular el zoom que conseguimos, tocando dos veces nuestras pantallas.
En mayo habrá una segunda parte de la exposición, inaugurando nuevo espacio en la galería La Causa. Esta vez, tomándole el pulso a la escena madrileña. Más de sesenta pinturas formarán parte de esta nueva muestra, en la que la presencia de la pandemia y de Filomena serán notorias. Kazanietz ha venido desde la Patagonia a Madrid con sus pinturas enrolladas para esta primera exposición, pero se ha quedado para retratarnos, pintarnos y volvernos a retratar, siempre con su smartphone.