Si eres de los que entra en un espacio y buscas si hay disponible una red Wi-Fi abierta, en esta exposición te llevarás una alegría. Con el emoji de un agujero de conejo como nombre, Santamaría ha creado una conectividad expresamente para la exposición. “Lo que hace esta conectividad es llevarnos por otro lugar del que debería ser”, explica él mismo. “Cuando nosotros abrimos una página web en el navegador, nosotros no visitamos una página web, ella nos visita a nosotros. Estos datos llegan desde un lugar, un servidor, y viajan por la geografía hasta llegar aquí”, continúa. A través de Thor –red privada de computadoras que funciona en otra capa de internet–, Santamaría ha modificado el tráfico de datos para que tengan que dar vueltas tremendas hasta llegar aquí. De Barcelona a Latinoamérica, de Latinoamérica a Barcelona otra vez, de Barcelona al Sudeste asiático, del Sudeste asiático a Europa otra vez, y finalmente a Barcelona.
¿Cómo de lejano puede ser este recorrido hasta que llegue aquí?, se pregunta. Santamaría también nos recuerda que la exposición “tiene que ver con poder imaginar ese recorrido de datos y de imaginar otras formas en las que se puede configurar la estructura de datos”. El reto era cómo llevar este tipo de prácticas a algo instalativo, y para eso, un seguido de elementos de la sala –pequeños dibujos, pantallas con vídeos, routers, cables, suelo técnico– interactúan con esta conectividad.
Al entrar nos encontramos con la imagen de un agujero, que si seguimos avanzando por el espacio cobra sentido. Una gran pantalla encima de la reproducción de suelo técnico nos muestra un vídeo grabado por un operario. En este, vemos un ciervo dentro de un centro de datos que ha creado un agujero en los miles de cables que se encuentran ahí. Se trata del mismo agujero que encontramos en la entrada. “Santamaría nos hace conscientes de un organismo vivo, un cuerpo orgánico dentro del sistema”. Se trata de casi un reflejo fantasmagórico de carne viva, una metáfora de nosotros en medio de plástico y metal.