Anaël Pigeat, editora y crítica de arte francesa, ha destacado en un documental la importancia que tenía para Christo el término preciso de ‘embalaje’. No se trata de empaquetar, sino de embalar, porque esta palabra contiene la idea de viaje, de desplazamiento, algo fugaz y nómada. Este ‘envase’ es una forma de resaltar lo cotidiano de una manera insólita. Es una invitación a detener la mirada, a crear un tiempo suspendido.
Christo se embarcó en esta reflexión en 1957. Empezó envasando un bote de pintura, para continuar con todo tipo de embalajes de objetos pequeños. Cubrió muebles, cochecitos de niños, un carrito de supermercado... para pasar seguidamente a los embalajes a pie de calle, como el muro de barriles de petróleo (el telón de acero de la rue Visconti, 1968). Después, su obra se trasladó al ámbito del paisaje y los monumentos.
Cuando llegó a París, Christo alquiló una pequeña habitación cerca del Arco de Triunfo y desde entonces se sintió violentamente atraído por el monumento. En 1962 realizó un fotomontaje del Arco de Triunfo envuelto, visto desde la avenida Foch. Casi sesenta años después, el proyecto ya es toda una realidad. Efímera, eso sí; antes de que se desvanezca para siempre, casi al mismo tiempo que su creador.