Comisariada por Hripsimé Visser, conservadora de fotografía del Stedelijk Museum de Ámsterdam, la muestra se divide en grandes bloques marcados por las ciudades que visitó; París, Ámsterdam, o Tokyo son las más destacadas. En la primera, que funciona a modo de introducción, se muestra cómo el fotógrafo cayó rendido a los pies de la ciudad de la luz y retrató incansablemente a artistas callejeros, vagabundos, manifestaciones, y amantes en el Sena antes de conocer a la bailarina Vali Myers, quien le introdujo al mundo de la bohemia parisina –a la que también inmortalizó.
En Ámsterdam, su ciudad natal, Ed fijó su mirada y objetivo a los jóvenes rebeldes y personajes singulares, mientras que en Japón repartió su tiempo entre retratar la naturaleza y la gran urbe en transformación que era Tokio: desde los mafiosos de la yakuza hasta transexuales, pasando por la emergente introducción al consumismo y a la cultura occidental. Pero si hay algo en común que comparten los trabajos realizados a lo largo de cuatro décadas es la naturalidad y la aparente facilidad con la que van der Elsken capturaba su entorno, convirtiendo cualquier pequeño detalle, gesto, o mirada en una obra de arte que congelaba el tiempo y que ayuda, hoy en día, a comprender de dónde venimos y hacia dónde podremos ir.