Esta obra nace de una noticia que recogía la tétrica historia de dos amantes con ‘locura mística’ y que marca un hito en su pintura, ya que la artista repite y reformatea en sus series gráficas las imágenes de los diarios que recorta y colecciona, con un interés principalmente formal, de diversos hechos relacionados con crímenes, asesinatos, luchadores de gimnasios populares, anuncios publicitarios y reinas de la belleza provincianas.
Sobre Los Suicidas, Beatriz nos cuenta cómo le abrió un camino en un momento crítico en su carrera: “Yo estaba en una crisis. Parecía que no tenia ningún futuro lo que estaba haciendo y entonces sale la foto de los suicidas. La corto, ni siquiera me interesa la noticia. Yo no quería ser Botero –aunque le admiraba– y tampoco quería ser Lucy Tejada, con esa finura de la línea. Empezaba a buscar un camino que no me volviera abstracta y tampoco quería que las figuras fueran esquemáticas. Tenía claro que era figurativa. ¿Cómo hacer cosas interesantes entonces? La foto de los suicidas me abre el camino, ya que a partir de la mala calidad de la foto solucioné pictóricamente todas las dudas que yo tenía. Y ahí empecé a trabajar el color. Recuerdo una vez que un niño, al ver mis cuadros, dijo que yo pintaba cosas tristes con colores bonitos”.
Beatriz nos desarma con preconcepciones muy arraigadas en torno a lo moderno y a la práctica de los 50 con aquella plenitud de la pintura que buscaba la pureza. En su caso se produce a la inversa, ya que esa plenitud viene de la mala fotografía que le ofrece un nuevo código que empieza a desarrollar a partir del 65: la llegada de ese tipo de pintura de colores planos, fuertes, con atmósfera. “Yo me imagino el color y lo voy poniendo, rara vez uso el blanco. Nunca pensé que tendría que luchar con la clasificación que me dan de pop”, dice en alusión a la lectura que se suele hacer sobre su trabajo, relacionada con el pop de Warhol.