Uno de los libros más bonitos del año es sin duda Leche cruda (Reservoir Books), Tras varios volúmenes de poesía a sus espaldas, ahora da el salto o, como dice elle, “la continuidad”, hacia la narrativa, donde un personaje cercano a sí misme le ayuda a “imaginar otras versiones de mí misma, incluso aquellas que no viví o no tuve el valor de vivir”. 
En esta novela seguimos la historia de Mia, una chica trans originaria de Lecce, Italia, pero afincada en España, que debe volver a casa para cuidar de su madre, cada vez más enferma. La comunicación entre ambas, hecha más a base de silencios, actos y canciones más que de palabras y frases bien construidas, hace que quienes lo leemos descubramos unas dinámicas atravesadas por el amor pero también la incomprensión e incluso la confusión y la frustración. El lenguaje, uno de los pilares fundamentales de Leche cruda, que incluye italiano e incluso el dialecto de Lecce, sirve también para reflexionar sobre modos de querer, de cuidado, o la disidencia versus la norma. Hoy, hablamos con Ángelo sobre habitar los márgenes, la dificultad de escribir un personaje cercano a sí misma, divas italianas como Mina y Patty Pravo, y palabras favoritas.
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Hola, Ángelo, ¿qué tal estás hoy? Es un placer hablar contigo, me ha encantado tu novela <3
¡Hola, Arnau! Gracias por la lectura y por la invitación. Me hace ilusión este diálogo contigo. En el fondo, para mí publicar es eso: poner en el centro unas búsquedas y unas preguntas, no encerrarme en respuestas. Me interesa la literatura como un lugar de encuentro, donde lo que yo escribo y lo que tú lees se contaminan. No hay un yo sin un tú que lo sostenga; yo lo vivo así: cada entrevista, cada lectore reescribe el libro conmigo.
Nuestra vida está ligada al lenguaje, pero la tuya lo está un poco más: escribes poesía, ahora narrativa, y también eres docente en la facultad de Traducción en la Universidad de Málaga. ¿Cómo describirías tu relación con el lenguaje?
Mi relación con el lenguaje es intensa y, a veces, conflictiva. Lo entiendo como una tecnología que me atraviesa, me modifica y me expone. El lenguaje no solo nombra el mundo: lo fabrica. Decide qué puede ser dicho, quién puede hablar, qué cuerpos existen y cuáles quedan fuera de lo decible.
En Italia, durante mucho tiempo, no tuve la posibilidad de nombrarme. No existían las palabras para hablar de las personas trans o no binarias porque ni siquiera estaban en el debate público. Y eso significa algo más profundo que una simple carencia lingüística: significa no poder imaginarte, no poder pensarte políticamente. Cuando llegué a España y empecé a habitar el español, encontré una lengua donde esas palabras circulaban, donde era posible pensarse de forma colectiva, en relación con otres.
El español se convirtió para mí en una lengua de las preguntas públicas, del pensamiento compartido. Escribir y hablar en ella fue un modo de existir de otra manera, de asumir la exposición y el riesgo de ser entendide (o mal entendide), pero hacerlo en voz alta. En ese sentido, cambiar de lengua fue una transición también política y corporal: una forma de ensanchar lo posible.
El habla, como el amor, es ponerse en riesgo, porque en cada palabra nos hacemos vulnerables. Preciado dice que toda lengua es un campo de batalla político y erótico, y yo lo creo profundamente. En una lengua se ponen en juego los cuerpos, los géneros, los modos de desear, la forma en que nos relacionamos. No hay palabra inocente. Cuando traducimos, escribimos o enseñamos, ponemos en disputa el modo en que el poder se cuela en el habla. Por eso me interesa el lenguaje como territorio de fricción, de placer, de transformación: un espacio donde podemos cambiar las reglas del mundo.
¿Tienes alguna(s) palabra(s) favorita(s), tanto en español como en italiano?
Siento un extraño empoderamiento al pronunciar la palabra “murciélago”. No me escondo. Contiene todas las vocales y, al decirla, la boca da una vuelta completa sobre sí misma, como si el cuerpo ejecutara una pequeña coreografía del lenguaje. Inténtalo y luego me cuentas. Me gusta pensar que hablar también es una forma de mover el cuerpo, de permitirle que se desordene un poco.
En italiano, mi palabra favorita es “soqquadro”, aparece también en la novela. Significa desorden, caos, algo puesto patas arriba. Pero lo más hermoso es que “soqquadro” desafía la propia gramática italiana: es la única palabra en la lengua que contiene dos ‘q’ seguidas, algo que no se debería permitir según las reglas. Cada vez que la pronuncio, siento que la lengua misma se rebela contra su norma, que encuentra una fisura para decir algo que no encaja. Creo que vivir entre lenguas es precisamente eso: habitar el soqquadro, aceptar el desorden como una forma de conocimiento.
Hasta ahora te habías centrado en la poesía. ¿Qué te impulsó a dar el salto hacia la narrativa?
No siento que haya habido un salto, sino una continuidad. En realidad, llevo haciendo lo mismo de distintas formas: a veces escribo poesía, otras hago una performance, otras voy a una manifestación, pero siempre parto de una misma pregunta: cómo nos comunicamos y cómo el lenguaje nos construye. La novela simplemente me permitió ampliar el campo, dejar que la historia respirara de otro modo.
No creo en los binarismos tampoco dentro de los géneros literarios. Me interesa cuando los géneros se contaminan, cuando la poesía se filtra en la narrativa o la narrativa se cuela en el poema. Leche cruda nació de la necesidad de explorar la porosidad de las palabras, su quiebre, la lengua del cuerpo cuando ya no habla y el lenguaje animal.
Para mí, un artefacto artístico siempre tiene la capacidad de mutar, como el propio lenguaje. La lengua no es un sistema cerrado, y aunque la RAE pretenda fijarla, su función nunca debería ser prescriptiva, sino recoger cómo se transforma al ser hablada. La lengua está viva, se mueve, se mezcla, se contamina. Lo mismo ocurre con un libro: no se acaba cuando se publica. Puede seguir mutando, respirando, reinventándose en otros medios.
En Leche cruda eso se ha materializado de forma literal: en la parte de los diarios, Mia escribe la letra de una canción que ahora he decidido convertir en un tema real, Deseo ser perro, y en un videoclip protagonizado por ella misma. El libro y mi escritura se han puesto al servicio de un equipo audiovisual (con el productor estadounidense Alexander Scott Harris y Tralla Estudio) que ha hecho una traducción intersemiótica, una reencarnación del lenguaje en otro formato. Esa es la parte que más me interesa del arte: cuando deja de obedecer a su propia forma y se convierte en un cuerpo vivo, capaz de mutar y de seguir preguntando.
“No veo “Leche cruda” como un espejo, es un territorio donde me permití imaginar otras versiones de mí misma, incluso aquellas que no viví o no tuve el valor de vivir.”
A pesar de tu experiencia a enfrentarte a la página en blanco, el formato cambia radicalmente. ¿Qué cambios has notado en ti misma y en tu proceso creativo a la hora de construir tu primera novela?
En la poesía estaba acostumbrada a que las palabras emergieran desde el silencio. Siempre he imaginado la página del poema como un río en cuya superficie flotan unas pocas palabras exactas, casi inevitables. En la narrativa el gesto es el mismo, dejar que las palabras emerjan, pero ocurre dentro de un mar mucho más amplio: hay que generar ritmo, arcos, respiraciones, valles.
La novela me obligó a pensar el lenguaje como una coreografía, donde cada movimiento depende del anterior y prepara el siguiente. Ya no bastaba con encontrar la palabra justa: había que cuidar el tránsito entre ellas, el pulso que las sostiene. Es un trabajo más largo y más constante porque no se trata solo de escribir y de encontrar una música del texto, sino de mantenerla viva mientras cambia de forma, igual que una llama.
Una protagonista trans, afincada en España pero originalmente de Lecce (Italia)… Veo que hay varios paralelismos entre Mia y tú. “Life imitates art”, que canta Lana del Rey. Escribir sobre un personaje con el que conectas tanto, al menos en lo formal, ¿crees que te ha facilitado el trabajo o te lo ha puesto más difícil en cierta medida?
Creo que me lo ha puesto más difícil. Cuando una escribe desde un lugar tan próximo corre el riesgo de confundirse con el personaje, de perder la distancia crítica y yo quería escribir ficción, no autoficción. No veo Leche cruda como un espejo, es un territorio donde me permití imaginar otras versiones de mí misma, incluso aquellas que no viví o no tuve el valor de vivir.
Mia comparte conmigo ciertos orígenes (Lecce, la extranjería, la necesidad de traducirse), pero lo que me interesaba no era reconstruirme, sino ver hasta dónde puede llegar el lenguaje cuando lo atraviesan el deseo, la enfermedad, lo animal y la memoria. En ese sentido, fue más un proceso de desidentificación que de identificación. Escribir sobre un personaje tan cercano me obligó a soltar el control, a dejar que ella tuviera su propio cuerpo y trazara su propio rumbo. Y ahí, en ese desvío, encontré algo liberador: que la escritura no sirve para reafirmarse, sino para desaparecer un poco y volverse plural.
Aunque pueda parecer extraño, hay algo de mí también en la madre, un personaje que ya no habla y solo se expresa cantando. Porque yo también he habitado ese lugar fuera del lenguaje. Como te decía, en la Italia de mi adolescencia y mi adultez incipiente no existían las palabras para hablar públicamente de la disidencia de género: no estaban en la lengua ni en el debate público. Y cuando una lengua no te nombra, te vuelve invisible. En aquel silencio, la música fue mi refugio, el lugar donde podía existir sin pedir permiso. Cuando Mia Martini cantaba: “Tu, tu che sei diverso, almeno tu nell’universo” sabía que me lo estaba diciendo a mí. 
Hay varias frases y expresiones en italiano e, incluso, en el dialecto local de Lecce. Hay momentos que el público puede sentirse algo perdido o confuso al no entender el cien por cien de lo que lee, ¿buscabas esta sensación premeditadamente?
Sí, absolutamente. Esa sensación de desconcierto es parte de la experiencia que quería generar. Leche cruda es una novela que pone el foco en la comunicación y, por tanto, también en la imposibilidad de comprenderlo todo. Siento que cuando se pone la otredad en el centro de los debates siempre se hace con la idea de asimilarla o controlarla, pero el amor y el cuidado no funcionan así. Una de las ideas más vivas del libro es precisamente esa: no necesito entenderte para amarte.
Por eso dejé las frases en italiano y en el dialecto de Lecce sin traducir: quería que quien leyera atravesara la misma dificultad que viven las protagonistas. En cierto modo, el libro se convierte en una performance porque el cuerpo del lector experimenta esa misma pérdida de sentido, ese esfuerzo por traducir y conectar sin tener todas las herramientas.
Cuando una lengua se escapa, algo se abre. El lenguaje se vuelve sonido, ritmo, gesto y la lectura se vuelve corporal. Esa incomodidad es también una forma de empatía: entender que amar y comunicarse no siempre consisten en comprenderlo todo sino en quedarse dentro de un misterio, como cuando lees un poema.
No quiero entrometerme mucho, así que no respondas si no te apetece. ¿Cómo es la relación con tus padres o, más específicamente, con tu madre?
Leche cruda es una exploración de muchas maternidades posibles, incluso las que habitan dentro de nosotres. Dicho esto, mi madre siempre me ha querido de una forma incondicional, aunque no entendiera del todo qué me estaba pasando o qué significaba vivir desde la disidencia de género. No encontraba probablemente el lenguaje para expresarlo, pero sí la manera de amarme. Y creo que ahí hay algo fundamental que quería transmitir con el libro: que no podemos exigir a nuestros padres que nos nombren en nuestros propios términos. A veces pertenecen a otra generación, a otra gramática, a otro contexto material que no les dio las palabras. Pero eso no significa que no nos quieran, sino que aman en otro idioma.
Mi padre, por ejemplo, que viene de una masculinidad mediterránea muy marcada, no sabía decir ‘te quiero’, pero lo hacía a través de la acción: llevándome a pescar, enseñándome ecuaciones o trucos de magia. Mi madre, desde que vivo fuera, a pesar de las dificultades económicas que atraviesa, una vez al año me manda un palé de ochenta kilos de productos de Lecce, muchos hechos por ella misma a lo largo de todos esos meses. En ese envío hay un amor enorme.
Creo que desde las disidencias de género es importante no medir el amor con el lenguaje normativo porque estaríamos cayendo en la misma trampa. Hay gestos, silencios y formas de cuidado que también son maneras de decir ‘te quiero’. A veces solo hay que aprender a leerlas.
“Vivir sin riesgo sería no vivir del todo. Creo que lo mismo sucede con la escritura: si no te expone, si no te transforma, si no te pone en peligro, no tiene sentido.”
Escribir es un acto de vulnerabilidad. ¿Cómo te enfrentas a exponerte en tus textos?
Para mí, escribir es una forma de amar, y amar siempre implica riesgo. Anne Dufourmantelle decía que el riesgo es la condición misma de la vida, que vivir sin riesgo sería no vivir del todo. Creo que lo mismo sucede con la escritura: si no te expone, si no te transforma, si no te pone en peligro, no tiene sentido. La vulnerabilidad no es una debilidad, es una disposición. Es abrir una grieta por la que algo o alguien puede entrarte y, con suerte, cambiarte. Cuando escribo, intento no blindarme: dejo que el texto me atraviese, que me contradiga, que me exponga a lo que no controlo.
Al final, escribir es un acto de confianza radical, una entrega al ojo desconocido que leerá. No sé cómo seré leíde, ni si seré entendide, pero decido hacerlo igual. Porque solo desde esa exposición, desde ese riesgo amoroso, puede aparecer algo que no esté protegido por la coraza del yo.
Mia se expone mucho también, especialmente con todos los intentos de acercarse a su madre, de quererla y de hacerse querer, incluso si tiene que convertirse en gata. Y eso conecta con lo que dijiste en una entrevista reciente con Vogue España: “Me gustaba la idea de hablar de la vulnerabilidad, porque creo que es algo que nos conecta mucho a lo animal”. ¿Podrías desarrollar más esta idea entre animalidad y vulnerabilidad?
Pensarnos como ‘animales en compañía’ y no en los seres vivos no humanos como ‘animales de compañía’ cambia por completo la perspectiva. Hay que alterar esta relación de subordinación para entender que vivimos en reciprocidad constante, en un mismo entramado de afectos, cuidados y vulnerabilidades. Fuera de las jerarquías normativas nos volvemos mutantes, en un precioso territorio intermedio y difuso.
Cuando un perro se acerca, primero te huele. Antes de confiar, necesita leerte, reconocerte a través del cuerpo. Y si decide tumbarse y mostrarte el vientre, te está ofreciendo su parte más frágil. Ese gesto, que parece pequeño, encierra una sabiduría enorme: solo confía quien se permite ser vulnerable. Es una lección de ética, pero también de amor.
Creo que los humanos hemos olvidado algo esencial que los animales aún conservan, que toda relación profunda pasa por un grado de exposición, por dejarse tocar y, a la vez, por cuidar el límite del otro. En ese sentido, Leche cruda propone volver a mirar a los animales no para humanizarlos sino para aprender de ellos otras formas de comunicación, de ternura y de estar juntes en el mundo.
En esa misma entrevista confesabas sentirte extranjera en tu propio cuerpo, tanto por lo físico como por lo lingüístico e incluso geográfico. Debe ser difícil lidiar con todo esto. ¿Crees que con el tiempo lo vas a ir aceptando más, o te interesa habitar esos límites desdibujados?
Al principio sentía que estaba fuera de lugar, que mi cuerpo, mi lengua y hasta mi acento me dejaban al margen y lo que intentaba era hacer que esos márgenes se parecieran a la norma, amoldarme un poco para ser legible. Pero con el tiempo entendí que el recorrido debía ser el contrario: no acercar el margen al centro, sino ensanchar el centro hasta que deje de tener bordes.
Pongo un ejemplo sencillo: el matrimonio igualitario es un hito político que celebro y defiendo. Pero el siguiente paso no puede ser homogeneizarnos con el modelo del matrimonio estándar, sino mostrar que, desde la disidencia, podemos pensar el amor, los afectos y los vínculos de otras formas, igual de gozosas. Creo que hay que entrar en la norma para transformarla desde dentro, hacerla estallar en matices, abrirle grietas por donde quepan más vidas.
Con el cuerpo y con la lengua ocurre lo mismo. No quiero ‘normalizar’ mi extranjería, ni mi género, ni mi acento. Prefiero habitar esos límites desdibujados porque ahí es donde el lenguaje se vuelve fértil. Estar fuera (o entre) me permite mirar el mundo con otras preguntas. Y, al final, quizá se trata de aprender a vivir en el tránsito, en ese movimiento que incomoda, pero también amplía lo posible.
La novela pone mucho énfasis en la música, hasta hay un link a una playlist con las canciones que aparecen: Patty Pravo, Mia Martini, Franco Battiato, Mina, Gianna Nannini… ¿Se asimilan a lo que sonaba en tu casa de pequeña?
Sí, totalmente. Leche cruda es también una oda a las divas italianas, a esa genealogía sonora que me acompañó desde la infancia. En mi casa sonaban todas: Mina, Patty Pravo, Mia Martini, Gianna Nannini, Franco Battiato y un largo etcétera. Lo hacían en mi habitación, que era el único lugar donde podía ser yo misma, y se convirtieron en mi escuela de imaginación.
Las divas, quizás un poco como las folclóricas aquí en España, representan para mí esa posibilidad de lo queer: cantar cuando no puedes hablar, convertir el dolor en un grito hermoso y en alegría porque algo que intenta ocultar la norma de turno todo el rato es que quienes abrazamos la vida desde las disidencias también somos personas alegres. A la norma le jode que nos lo pasemos bien. Nos quiere pensar y representar siempre tristes.
Como curiosidad, ¿qué suena últimamente en tus playlists? ¿Artistas, álbumes, o canciones que te obsesionen ahora mismo?
Fíjate que, gracias a la novela, estoy reconectando con la música italiana y estoy descubriendo grupos contemporáneos. Me tiene totalmente obsesionade La rappresentante di lista y la tengo en bucle.
La portada es simbólica a muchos niveles: sale una cabra, cuya leche es importante en la novela; los colores azul, blanco y rosa son los de la bandera trans, y hay un punto de feminidad artificial, como si la cabra se hubiese hecho a sí misma (no estamos acostumbrados a ver ese animal llevando joyas o guantes satinados, por ejemplo). ¿Cómo fue el proceso junto a Reservoir Books para encontrar la imagen perfecta?
Para mí la imagen de una cubierta tiene que ser una suerte de traducción intersemiótica, una forma de trasladar el pulso emocional del texto a una imagen. Tenía clarísima la ilustración de la artista Jeanine Brito, una ilustradora que admiro y sigo, cuando terminé de escribir la novela porque quería que condensara en un solo golpe visual todo lo que Leche cruda contiene: lo animal, lo femenino, lo queer, lo tierno, lo desobediente y lo violento.
Con la IA, el trabajo de traductor es uno de los más amenazados. ¿Cómo reivindicarías la figura e importancia de esta figura?
Pienso que en esta época hipertecnológica la traducción será uno de los lugares donde brille lo humano, precisamente porque implica lentitud, escucha, duda. En un mundo que busca la inmediatez y la eficacia, traducir seguirá siendo una forma de resistencia porque es una práctica artesanal, ética y política que nos recuerda que entender al otro nunca es automático, sino un trabajo de amor y de riesgo.
Las inteligencias artificiales pueden procesar información, pero no pueden interpretar la vulnerabilidad ni el deseo que hay en una frase. No pueden percibir la ironía, el tono, la ternura o el dolor que atraviesa una voz. Traducir es, en el fondo, un gesto empático: dejarse afectar por el otro, ponerse en su lugar sin apropiárselo.
Tras esta incursión en la narrativa, ¿te gustaría seguir explorando este formato, o quieres centrarte más en la poesía? O tal vez probar otras cosas como el teatro, el ensayo.
Siento que todo lo que hago está atravesado por la poesía. Aunque cambie de forma, el lugar de la búsqueda y de la pregunta es siempre el mismo. Lo poético, para mí, más que un género, es una manera de mirar y de habitar el mundo, una forma de atención. Ojalá la muerte me pille así, con los ojos siempre llenos del otro.
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