Sucedió como tantos proyectos que están viendo ahora la luz, a raíz del confinamiento. Durante ese periodo me obsesioné con el cine de Éric Rohmer, que había visto durante mis años de universidad, pero al que no había hecho demasiado caso. Un día, cuando hablaba por teléfono con mi amigo
Marc Ferrer –y coguionista de
La amiga de mi amiga– sobre la última película que había visto del cineasta francés,
Las noches de la luna llena, me animó a hacer mi propia película rohmeriana; basada en mi universo bollero. Marc siempre me decía que las historias que le contaba y que yo misma vivía daban para una película de las que nos gustaban, una comedia o más bien una tragicomedia.
Realizar el podcast con Cristina Pastrana y haber hecho, también durante confinamiento, un cortometraje llamado
Son ilusiones (2021), me habían permitido jugar con la autoficción como materia prima así que cogí todo esto, a Rohmer, a mis amigas, a mi propio personaje y a Marc y empezamos a escribir
La amiga de mi amiga, que pretendía ser, al inicio de todo, una adaptación de
El amigo de mi amiga, pero que se convirtió en otra cosa en la segunda página de guion. Marc Ferrer y yo empezamos a trabajar juntos, peloteando, y de manera muy natural, coescribimos
La amiga de mi amiga.