La ciudad oculta es el proyecto documental de Víctor Moreno (Santa Cruz de Tenerife, 1981) que se estrenará el próximo 31 de mayo y que acaba de presentar dentro de la 16ª edición del Festival Internacional de Cine Documental –Documenta Madrid 2019, Sección Internacional Fugas– después de haber viajado por otros festivales como IDFA (Ámsterdam), Festival de Sevilla o Film Comment Selects Ficunam (México).
Conocíamos el trabajo de Víctor por su anterior largometraje, Edificio España, que recibió una nominación al Goya por Mejor Documental. Y entre sus cortometrajes recordamos El extraño (gran premio del jurado Notodofilmfest), Feriantes o Felices fiestas, premiados también en múltiples certámenes. Pero después de ver La ciudad oculta, esta agudeza audiovisual, no sabríamos categorizarla: ¿película o documental? Pues se trata de toda una experiencia sensorial que nos lleva por la esfera oculta de la ciudad de Madrid, por esas entrañas que mantienen el pulso urbano y conforman de alguna manera simbólica el inconsciente del mundo exterior.

Con una visión casi espacial, el director arranca con unos primeros planos donde distintos puntos de luz surgen a modo de constelaciones que parecen situarnos en el espacio sideral. Solo cuando la cámara hace un ondulante picado nos damos cuenta de que nos encontramos bajo el suelo de una ciudad, ante un laberinto de conductos, túneles, tuberías y alcantarillas que nos muestran todo el engranaje invisible que la sostiene y de la que depende.

Un territorio hasta ahora inexplorado que Víctor presenta con texturas, sonido e imágenes que nos acercan a otra comprensión de la materia y del mundo en que vivimos: “La idea viene de esos viajes en metro y esas superficies negras. Me interesa la exploración en cualquier territorio. Me gusta mucho la aventura e incluso hacer películas entendiéndolas así, me gusta ir lejos o directamente a un sitio que no ha sido explorado, como sucede en esta peli y también la anterior, Edificio España. A nivel conceptual por tratar de aportar una especie de reflexión sobre el hábitat que nos hemos dado”.

La ciudad oculta va componiendo así una narrativa más sencilla de lo que parece a primera vista y nos lleva a planteamientos con más carga conceptual donde la realidad y la ficción construyen un universo a partir de ese vacío negro y esos espacios desconocidos donde tienen lugar nuestras relaciones cotidianas. Un viaje revelador a los abismos de la ciudad y a los vacíos de la propia existencia humana.
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¿Cómo surge la idea de hacer un proyecto que explore todo este entramado subterráneo?
Es algo que habitualmente ha permanecido oculto a los habitantes de la ciudad. Digamos que parte de mis motivaciones eran precisamente mis viajes en metro. Cuando veía ese negro en los cristales entre estaciones o me fijaba en las alcantarillas mientras caminaba, me preguntaba, ¿qué habrá detrás de ese espacio? Es lo que asociamos normalmente a restos arqueológicos o al pasado de la ciudad, pero nunca a unas infraestructuras o a un universo como el que se presenta en la película.
Pero eso era lo que más me interesaba: construir el imaginario de un espacio que apenas había sido explorado antes, como es el subsuelo de una ciudad, y hacerlo permitiéndome esas licencias más estéticas para que también el espectador pueda ampliar su percepción de la ciudad y vuelva a ver ese negro de alcantarillas, esa oscuridad entre estaciones, y pueda proyectar un universo nuevo al que está acostumbrado a ver.
Es difícil imaginar todo lo que hay ahí abajo, parece de otra dimensión. El tratamiento que haces es incluso casi de ciencia ficción. ¿Hay alguna similitud con este género?
Sí. Digamos que para mí había una relación muy directa entre el universo del subsuelo y el del espacio exterior porque, en el fondo, son dos lugares que ha conquistado el ser humano a la naturaleza. Es imposible que vivamos ahí, bajo tierra, si no somos capaces de construir algo, un hábitat o un espacio que nos permita estar en él. Para mí existía esa relación entre ambos lugares, que es al mismo tiempo la lectura más soterrada de la película –una reflexión sobre el hábitat que nos damos a nosotros mismos. Para mí, el subsuelo es una representación muy clara de ese universo que nos creamos; es algo intrínsecamente humano. Ese doble juego me daba posibilidades para establecer las conexiones entre el subsuelo y el espacio exterior.
Además, evidentemente, todos conocemos la novela de Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra, como el origen de la ciencia ficción. Y por otro lado está también la relación entre lo micro y lo macro que se ve en la película: todas esas superficies y texturas que vemos pueden remitirnos al espacio, o incluso las dinámicas de los trabajadores pueden remitirnos a las propias dinámicas de los astronautas. Había una selección premeditada al establecer ese paralelismo.
Vemos un gran contraste entre ambos mundos. Cuando aparecen los planos de la gente en el metro, por ejemplo, o la escena de los bomberos. Hay casi más paz en el de abajo que en el de arriba.
Absolutamente. Digamos que los rostros de la película sí que están dirigidos hasta cierto punto. Me interesaba que reflejaran cierto estado de ánimo: de la contemporaneidad, de cierto aletargamiento o ensimismamiento. De alguna manera, hemos terminado encerrados o atrapados en ese universo que hemos creado nosotros mismos. Y me gustaba mucho reflejar esto en los rostros de los trabajadores o incluso de los propios pasajeros del metro, que dan a entender que, de alguna manera, también somos un poco prisioneros de nuestra propia infraestructura.
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Detrás de esos rostros, de los trabajadores, por ejemplo, se reflejan algunos conceptos que has comentado antes, como la heterotopía de Foucault. No sé si puede haber alguna relación también con la sociología urbana de Lefevre.
Lo de la heterotopía digamos que era una manera de jugar con el espacio que está próximo a nosotros pero que no conocemos. Además, es un concepto no muy desarrollado incluso por el propio Foucault. Sin embargo, me permite jugar, en primer lugar, con el concepto, puesto que no está desarrollado. Y por otro lado, también me gusta porque permite predecir o aproximarnos a una idea del futuro más allá de la utopía o la distopía, que siempre están más acotadas. Esta idea me gustaba porque es más heterogénea.
Antes hablabas de la importancia de las texturas en la película, y además hay un gran peso de efectos sonoros e imágenes que nos crean un poco de agobio. Háblanos de esto.
Quería crear una experiencia audiovisual, es decir, que el sonido y la imagen estuvieran al mismo nivel; que fuera a la vez más próximo a la música que a la narración convencional. Esto me obligó a trabajar el sonido de forma muy exigente. En la imagen también, por supuesto, pero sobre todo en el sonido porque muchas veces es el más olvidado cuando haces una película.
Queríamos hacer un sonido líquido más próximo a la música que a la narración. De hecho, hay muy poco diálogo. Bueno, solo hay un diálogo anecdótico porque me interesaba la experiencia inmersiva, es decir, que el espectador al final sintiera más el viaje a través del subsuelo que tuviera que estar reconociendo o identificando todo el rato dinámicas.
Dar la sensación de ese recorrido de oscuridad y que a partir de ahí, después, inconscientemente pudiera ir relacionando de qué habla la película en lugar de hacer algo más explícito o más narrado.
Me interesaba más trabajar desde esta idea. Y lo mismo con  imagen. Uno de los elementos fundamentales con los que trabajamos fue partir desde la oscuridad, es decir, el cine trabaja desde la luz y a nosotros lo que nos interesaba era trabajar desde lo que no se ve, porque yo siento que cuando ves todo y entiendes todo, es como muy fácil reconocerlo, te tranquiliza, y sin embargo cuando no ves nada es como si de pronto tus sentidos se despiertan ¿no? En el cine ocurre con la imagen y el audio, pero en realidad es todo nuestro cuerpo. Nos ponemos alterados y empezamos a proyectar sobre esa superficie. Y me gustó mucho trabajar esta idea porque de alguna manera moviéndonos por el espacio, cualquier haz de luz, cualquier elemento lumínico que apareciera  sería casi como una revelación, podría formar parte también de esa propia búsqueda o esa cámara que mira a su alrededor.
El apartado técnico habrá sido bastante complejo, cuéntanos un poco como se ha desarrollado.
Sí. Primero pasó un período de acceder a los lugares y solicitar permisos, que es un proceso largo porque son muchas instituciones y nunca se habían visto en una situación como esta. Después, un proceso complicado también de localizaciones; al fin y al cabo, una ciudad es inmensa y el subsuelo, también. Escoger los espacios donde queríamos filmar fue complejo. Además, no hay mucha documentación escrita, y lo que hay es más sobre el pasado de la ciudad.
Esto fue un proceso de dos meses largos en los que también recibí mucha ayuda por parte de los trabajadores que, claro, pasan mucho tiempo ahí. Me ayudaron bastante a la hora de decirme lugares donde rodar. Yo iba sin mapa, sin referencias; trabajaba más a partir de la intuición, y ellos me hacían sugerencias.
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Y tras este periodo, ¿cómo fue el rodaje en sí?
El rodaje duró aproximadamente dos meses más. Es cierto que hubo muchas jornadas cortas porque solo podíamos acceder a algunos lugares durante dos o tres horas, así que evidentemente fue complicado. Íbamos con maquinaria pesada y muchas veces teníamos que bajar cuarenta metros, por ejemplo. O hay otras zonas, como túneles, muy cerrados y pequeños, lo cual nos obligaba a tener que ir en una línea a todos los que estábamos trabajando –éramos seis personas en el equipo, y alguno decía que era claustrofóbico, pero durante el rodaje se olvidaron (risas). Así que bueno, el rodaje fue intenso.
Ahora estáis en la ronda de festivales.
Sí, acabaremos a finales de este año supongo. La película está viajando mucho.
¿Qué explorarás en tu próximo proyecto?
Estoy con varios, la verdad, pero es difícil cuando estás de viaje en plena vorágine de presentaciones. Estoy con uno cuyo título me gusta, El exterior (risas). Tiene que ver con La ciudad oculta pero se desarrollará en el exterior, y también juega con lo real pero llevándomelo hacia lo imaginario, que es algo que me interesa cada vez más –construir un universo ficticio a partir de algo real.
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