Una vez asistí a un directo de Russian Red. De eso hace bastante, unos nueve (¡nueve!) años, en Santiago de Compostela. Ella, con un vestido camisero azul de aire naive, cantaba su álbum debut, I Love Your Glasses. La sala, llena casi al completo. Por entonces no había indie que se preciara (y tuviera una guitarra) que no tocara Cigarrettes. Y hace nueve años, todo el mundo era indie. 500 Days of Summer se estrenó ese mismo año y había pegado fuerte. Y en medio de todo esto, Russian Red, con su belleza tímida, suave, diferente. Musa indie, la llamaban. Era merecido.
Ahora ya nadie es indie. La mayoría de los que entonces tocaban sus canciones hoy pinchan electrónica experimental en algún club. Y, ojo, que no pasa nada. Al contrario, en realidad hay bastante belleza en todo esto. En contemplar, algún tiempo después, la evolución de las personas. Su recorrido. Lo que fueron y lo que son.
Lourdes, por ejemplo. Unos años después de aquel concierto atravesó una época algo turbulenta y una temporada desapareció. Luego, de cuando en cuando, nos llegaba alguna noticias sobre ella. Así nos fuimos enterando de que se enamoró y se mudó a Los Ángeles junto a su marido. De que cambió los escenarios y los estudios de grabación por una antigua iglesia en la que organiza eventos. Y de que, poco a poco, ha ido dando sus pasos en el mundo del cine.