Pablo Sola es de disparo rápido y mirada transparente. Las imágenes se presentan muy nítidas en su cabeza –una vidente le dijo una vez que recibía mensajes cósmicos y por eso hacía esas fotografías. Vestido de negro litúrgico, en un maravilloso contraste con el azul extraterrestre de sus ojos, nos encontramos una tarde en Madrid.
Está claro que Pablo no se mueve por el mainstream habitual, que su obra nace de los abismos de la experiencia personal, del conflicto y de la emoción; que sabe explicar muy bien qué demonios es eso de la estética campiana; y que aunque le preocupa el futuro –como cualquier artista que ama su trabajo–, lo que más le preocupa es quedarse sin ideas o perder la ilusión porque lo que hace le libera. Adentrarse en su obra es adentrarse en la intimidad de lo impúdico, donde lo religioso se mezcla con lo profano, lo histórico con lo alienígena, la luz con la oscuridad. Juega con la iconografía y las referencias culturales con la misma naturalidad con que desnuda e intercambia lo masculino y lo femenino: modelos sexuados, la mujer como heroína, el material quirúrgico como objeto doliente o máscaras y velos que muestran medios perfiles. Un tratamiento muy simbólico que consigue a través de la luz: contrapicada, con focos directos y una tonalidad fría.

Nos confiesa que al principio odiaba la fotografía. Después de cursar sus estudios en arte, empezó a desarrollar su actividad profesional en ilustración publicitaria y diseño gráfico en su Murcia natal:  “A Madrid vine después, cuando ya me gustaba la fotografía (risas). Gané una cámara en un concurso de ilustración y empecé a jugar en digital”.

Con veintidós años, Pablo ya hacía retratos internacionales para la desaparecida revista Rolling Stone, creando personajes y escenarios con unas reminiscencias pop con un punto muy LaChapelle: “A raíz de ganar el concurso fui a una bienal a Nápoles con diecinueve años, y después me dieron la beca en Efti, donde conocí a la antigua directora de arte de Rolling Stone, Marina Casalderrey, que me puso en contacto con MTV y Los 40 Principales. En aquella época hacía algo de moda pero casi todo eran personajes y músicos. Hacía unas cosas un poco frikis, mucho pop y era bastante kitsch. Trabajé como siete años en todo esto hasta que cayó en picado y me vi en una situación de, ¿qué hago?”.

A lo que sigue, “Ya no me gustaba lo que hacía. Había empezado en el arte pero me gustaba mucho verme todas las semanas en una revista publicado y ahí se bloqueó todo,  así que empecé a currar en varias cosas y volví al arte otra vez. Empecé a investigar un poco y a hacer este tipo de fotografía que hago ahora. Por accidente se me cayó un foco y empecé a disparar. A partir de ahí empezó esta época mía un poco dark”.

Esa época oscura a la que se refiere Pablo ha marcado sin duda su identidad como fotógrafo –nada que ver con su época pop– con una serie de trabajos en los que la luz continua aparece muy pegada al modelo o personaje que retrata, como si de una estatua viviente se tratara, con una iluminación que no borra ningún gesto de la cara, que encrudece la mirada y termina de caracterizar al personaje logrando esa teatralidad tan suya.

En Portrait with Mum podemos vemos esta evolución artística, a raíz de un trabajo que realizó en la escuela de arte, en el que tenía que homenajear a un fotógrafo consagrado, emulando su obra: “Me encontré en ese punto de ‘no soy capaz’ porque no conseguía un modelo masculino con la cabeza afeitada. En esa época, mi madre estaba superando una leucemia. Me dijo que ella sería ese señor: se afeitó el incipiente pelo que comenzaba a cubrir su cabeza después del tratamiento, anteponiendo mi ilusión a la suya propia de verse bien. Me aleccionó de por vida a no abandonar nada, a saber que las personas son generosas y, gracias a ese gesto de amor y confianza hacia mí, ese fue el punto de partida y el referente que mantengo siempre.  Ahí mi homenaje a ella en Portrait with Mum, una de las piezas más significativas de mi trabajo”.
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¿Ha sido esta pieza el punto de inflexión en tu obra?
Sí, fue un poco ‘la curación’.
Hablas de ese descubrimiento del mundo dark, pero siempre habrá estado latente.
Creo que antes utilizaba la fotografía para aislarme de los problemas que había, y en ese momento explotó todo lo que no había sacado antes. Entonces empecé a hacerme la terapia así yo creo.
Son imágenes duras.
Sí, pero como que te dan esperanza. Es ese punto al final del túnel que te va a iluminar un poco. Al final me llenaba de ilusión hacer eso.  Se había terminado todo aquello por lo que había luchado. Tuve que volver a casa de mis padres unos meses pero luego empecé a conocer gente de editoriales. Regresé a Madrid para trabajar como asistente de un fotógrafo para ver cómo funcionaba y cómo iba el rollo de la galería, y ya me quedé. David Trullo iba a empezar con su alter ego Vera Icon y necesitaba que alguien hiciera una foto para Doze Magazine (que ya no existe), pero era muy guay y él no sabía nada de lo que yo hacía. Le hice unas fotos y ya todo empezó a dispararse.
¿Las galerías son un circuito complicado?
Sí, porque al final, tienes que ser bastante comercial o tener un nombre. Ahora mismo llevo unos meses  trabajando con el comisario de arte Ricardo Recuero en un proyecto que saldrá a lo largo de 2019. Estamos ahí con casi todo atado, en una galería aquí en Madrid, pero no puedo decir mucho más.
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¿Cómo es tu proceso creativo?
Creo que funciono a la inversa de todos los demás. A mí me vienen imágenes a la cabeza y es ahí cuando investigo. Soy muy visual (vengo de la ilustración) y hay veces en las que las cosas que veo y leo se quedan en el subconsciente. Una vez, una vidente me dijo que recibía mensajes cósmicos y por eso hacía esas imágenes. Me dijo que intentara conectarme con ellos. Me aconsejó que hiciera mantras, aunque llegó un momento en el que me  tenía que relajar un poco. Esto no se lo cuento a todo el mundo…
Y además tendrás tu referentes.
Recuerdo que me compraba discos solo por la portada, porque me gustaba. Y sí hay referentes, claro. Muchos autorretratos que me hago pueden tener cosas de Cindy Sherman o Diane Arbus.  Yo hacía algo y me decían , “Ah, pues esto es muy de no sé quién”, y yo no tenía el conocimiento.
¿También de los 80?
Sí, ese frikismo lo tengo. Soy más oscuro pero sí tengo esa cultura cinematográfica de terror de los 80. Como te decía, antes era más pop, aunque luego revisando trabajos antiguos también veo que había un trasfondo religioso.
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En tu serie Women Worst también hay religión e historia.
Fue la primera serie de la sanación, como lo llamo yo. Ahí me inspiré en la historia de mujeres representadas por hombres, obviando el género. Es una representación de momentos icónicos de personajes históricos. También represento el lado sexual de las cosas. De la Pasionaria, por ejemplo, con el símbolo del partido comunista tatuado en una zona para muchos incómoda, o de Ana Bolena, que está ahorcada por una bolsita de té en el éxtasis de su muerte. Fui un poco perverso porque me daba la sensación que las cosas que les pasaron les daban hasta morbo.
¿Cómo desarrollas la parte técnica?
Todo surge de una idea inicial y se lleva a cabo en el set de fotografía con el tratamiento de luz continua, que manejo a mi antojo mientras observo el efecto por el visor de la cámara. Esa luz es la que determina la caracterización final del personaje, su transformación hacia el mundo cósmico y teatral que quiero darle a mi obra. También depende de la sensación que tengo con cada historia que estoy contando. Ahora veo que meto más iluminación.
Dentro de un tiempo ¿dónde te veremos?
Me hace gracia porque antes quería tapar y ahora quiero enseñar. Me preocupa el futuro, obviamente. Me encantaría encontrar una galería que se preocupara por mí y por mi trabajo, pero me preocupa más quedarme sin ideas o perder la ilusión porque es algo que me libera totalmente. Y el hecho de trabajar en otra cosa, de compaginarlo, me hace tener más ganas.
¿Cómo surge la colaboración con Ricardo Recuero?
Estaba participando en una exposición colectiva. No tenía ni idea de quien era él pero se acercó y, poco a poco, surgió la oportunidad de este proyecto: visualmente es bastante extraterrestre. He empezado a hacer caso a esas cosas que me vienen a la cabeza y luego le encuentro el sentido. Trata de esos mensajes cósmicos. Hay cosas familiares, hay mitología, denuncia, ironía –ahora más crudo, pero hay un poco de todo eso. Y, como siempre, están las postales del pasado con cosas que son fantasía o muy teatrales pero siempre remiten a algo que ya me ha ocurrido. El cuerpo y el objeto también están. A veces son objetos que puede manipular el cuerpo. Muchas veces el objeto tiene el peso principal, totalmente protagonista.
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También has tratado siempre lo queer, ahora que está tan de moda.
Sí, casi es mainstream, nos viene bien para poner el hashtag (risas). Pero me gusta cómo lo tratan. Creo que es como una rueda, que se está volviendo un poco al rollo de los 70, de hacer lo que a uno le da la gana.
Algunas de tus imágenes vienen acompañados de texto. ¿Son tuyos? ¿Qué es la estética campiana?
Unas veces son mías y otras, de gente experta y amiga que me regala esas maravillas. Es un concepto también dentro de lo queer, que tiene mucho que ver con la idea del cuerpo. Es como llamar ‘campo de batalla’ al cuerpo. Acoger lo que es nada y transformarlo en un algo, en un todo. Cualquier cosa a través de esa mirada inexplicable se convierte en campiano. Este concepto me lo dio a conocer un amigo mío polaco. Yo lo asocio a cuando estamos mal y maltratamos un poco el cuerpo –a mí me ha pasado. Es un poco esa cárcel, como el campo de batalla.
¿Cómo organizas tu día a día? ¿Qué planes tienes ahora?
Normalmente me hago la agenda caminando. Me organizo paseando y así se me ocurren muchas ideas o afino otra –busco esa soledad sorda de la ciudad. Tengo mucho trabajo guardado que aún no se puede publicar, como la portada de un disco, algo con teatro próximamente, y sigo presentándome a cositas que creo interesantes. También surgen curros de moda que me gustan y me cuadran dentro de la estética particular que he desarrollado en estos años. Y luego está la exposición comisariada por Ricardo, en la que seguimos trabajando para que vea la luz el próximo año, que es lo más importante y donde estoy poniendo más fuerza en este momento.
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