Mi primer contacto con el arte fue un poco bizarro, teniendo en cuenta que vivía en un pueblo y en un contexto poco cultural. Sin embargo, en aquellos años, la tele catalana pasaba mucho anime y solo sé que me encantaba dibujar aquellos personajes. Recuerdo que entonces también estaba tomando algunas clases de violín y que lo dejé porque me coincidía con la emisión de Dragon Ball y no tenía video para grabar el capítulo.
No hubo ningún momento de lucidez en el que decidí que el arte sería mi profesión. De haber sido así posiblemente hubiera escogido otra cosa, pero de alguna manera, todo lo que me importaba y amaba estaba relacionado con la estética y con la búsqueda de otro tipo de lenguaje. Poco a poco, entre rebeldía, fantasía e inconsciencia decidí meterme en Bellas Artes sin saber muy bien qué me encontraría allí ni qué era el Arte.