No todas las pasiones se descubren a una edad temprana, aunque quizás siempre han estado ahí. Mònica Bedmar estudió publicidad y diseño gráfico pero algo le dijo que no debía frenar su curiosidad, que había algo más. Ámsterdam, Barcelona y Galicia son solo algunos de los lugares que la ayudaron a descubrir su amor por la fotografía. Una fotografía de naturalidad extrema en la que la luz lo impregna todo. Hablamos con ella de su trayectoria, su día a día y sus proyectos.
Hola Mònica háblanos un poco de ti, preséntate.
Soy Mònica y tengo treinta y cuatro años. Vivo en el Empordà, en un pueblo muy pequeño cerca de la costa de Girona. Llevaba mucho tiempo moviéndome por distintos lugares como Holanda, Barcelona o Galicia y parece que finalmente hemos encontrado un sitio donde echar raíces con mi pequeña familia. Siempre quise que mis hijos crecieran en un entorno alejado del ruido y del consumismo.
Ahora estamos felices con nuestra chimenea y con la posibilidad de vivir en un entorno así que me permite tener más tiempo para explorarme, reflexionar y buscar nuevas formas de expresión a través de la fotografía. Siempre he pensado que el entorno en el que trabajas condiciona todo lo que haces, así que como fotógrafa y directora de arte me obsesiona todo lo que veo al levantarme –como el camino de mi hija al colegio, el por donde se esconde la luz al final del día o el cambio de las estaciones. Al final todo lo que conforma un territorio influye en mi manera de fotografiar de una manera u otra.
¿Cómo entró en tu vida la fotografía?
Yo estudié primero Publicidad. Estuve a punto de dejarlo al segundo año, tuve una crisis en la que quería ser médico. Acabé y me di cuenta de que esa crisis formaba parte de algo que nos pasa a todos en mayor o menor medida: dar sentido a nuestra existencia. No sabía muy bien hacia dónde encarar mi futuro. Me puse a estudiar Diseño Gráfico y decidí salir de mi entorno para ver otras opciones.
Me mudé a Ámsterdam (Holanda) y allí trabajé en un estudio de diseño que se dedicaba mayoritariamente al sector cultural. Fue entonces cuando empecé a hacer fotos de camino al trabajo. Al principio las guardaba en mi diario personal pero luego decidí abrir mi propio blog. Un día el director creativo de la agencia usó algunas de mis fotos para hacer la maqueta de un proyecto. Al cliente le gustaron y me contrataron para un shooting. Y desde ese momento hasta ahora. Siempre he compaginado lo personal con lo comercial, es algo que me ayuda a tener una visión más amplia de mi trabajo.
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O sea que fue más bien por casualidad que hayas acabado siendo fotógrafa. ¿Eres autodidacta?
Soy autodidacta absolutamente. Más bien fue un cruce de momentos y personas. Cuando trabajas en un sector relacionado con la mirada puedes tocar muchos campos que te interesan. No descarto en algún momento explorar otras cosas que me interesan. Lo bueno es que de lo que llevas a las espaldas siempre puedes aplicar algo.
Tus imágenes son de una naturalidad extrema en las que la luz lo impregna todo y el sujeto y el espacio se encuentran en armonía. ¿Qué te inspira en tu día a día, en tu forma de crear, de ver el mundo?
Pues paradójicamente me inspira mucho el texto, lo escrito. De lo que leo me gusta imaginar paisajes, personajes, escenas o gestos. Literatura y fotografía hacen una perfecta combinación. Más allá de eso me fascinan los gestos espontáneos que caracterizan a cada persona. Esa forma de ponerse el pelo detrás de la oreja, de cogerse las manos o de mirar a hurtadillas.
Tu forma de captar la cotidianidad es muy especial. No son solo paisajes infinitos sino esas personas, esos momentos que viven en ellos. Juegos de luz y sombra, naturaleza, flores y parajes inhóspitos. ¿Cómo definirías tu forma de mirar, tu identidad como artista?
Me muevo entre la improvisación y la imaginación. Muchas veces veo una foto antes de hacerla. A veces el proceso es rápido: estoy en ese momento con una luz especial y puedo pedirle a alguien que repita un gesto o me muevo para captar lo que he imaginado. Me gusta pasar desapercibida, hay cosas que no se repiten si hay una cámara delante. Otras veces, en cambio, llevo meses imaginando algo. Ahora mismo, por ejemplo, hay un campo de flores blancas de camino a casa en el que llevo viendo una foto cada día que paso por delante, la voy imaginando y alguno de estos días pararé y la haré. Por otro lado, me gusta combinar paisaje y persona y ver como se superponen.
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Aunque tu trabajo es sobre todo personal también realizas editoriales y campañas comerciales. ¿Cómo afrontas el proceso creativo en estos casos? ¿Cuáles dirías que son las principales diferencias entre fotografiar este tipo de proyectos frente a uno personal?
Es muy distinto. Normalmente en las campañas comerciales tienes mucho menos tiempo para pensar o reflexionar. Es otra forma de trabajar, con más normas y limitaciones pero que te hace sacar lo mejor de ti en medio de todas las condiciones. Lo que hago normalmente es preguntar mucho al cliente, meterme en su mundo y ver qué se imagina. Encontrar puntos en común es básico para poder llevar a cabo un buen trabajo.
En relación con la pregunta anterior, ¿tienes predilección por algún tipo de trabajo concreto? ¿Qué situaciones o momentos prefieres captar con tu objetivo?
Más que de un tipo de trabajo me gusta hablar de un tipo de clientes. Si tienes un cliente que entiende tu manera de trabajar y la respeta es lo mejor que te puede pasar –a ti y a él. La confianza en la mirada de un fotógrafo es imprescindible. Si por el contrario tienes a alguien que no está seguro de lo que quiere, que duda constantemente, es muy probable que acabe siendo algo sin mucha ‘chicha’, con poco concepto o contenido.
Me encanta ese momento en el que sabes que en tu cámara tienes las fotos que habías proyectado. Cuando estás haciendo click sabiendo que esa foto es justamente la que habías imaginado. También me parece interesante aprovechar momentos fuera del set, cuando por ejemplo la modelo está más relajada y puedes captar esa espontaneidad que muchas veces se pierde.
¿Alguna colaboración soñada?
Pues por pedir, me encantaría fotografiar a Silvia Pérez Cruz. Su fuerza –no solo en su manera de cantar o interpretar– me parece fuera de serie.
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Me llama especialmente tu proyecto Analog, tomado íntegramente en analógico. ¿Qué significado tiene para ti el uso de este formato? ¿Qué te aporta o qué tiene de especial que no te puede dar el digital?
La espera. La pérdida de inmediatez, el pensamiento antes de tomar la foto. Además, el resultado al capturar en analógico tiene un ‘no sé qué’ que ninguna cámara digital ha conseguido. Como amante de la imperfección no puedo pedir más, si por mi fuera haría todo en analógico siempre. El único problema es que es un medio mucho más caro que el digital en cuanto a revelados y no siempre es posible. Muchas veces lo que hago en una sesión es disparar al menos un carrete en analógico que complementa a las fotos en digital.
Eres muy activa en las redes sociales y en tu perfil de Instagram encontramos Watercolour, un proyecto en el que se fusionan fotografía, acuarela y una íntima creación madre-hija. ¿Cómo surgió la idea? ¿Simplemente pasó?
Cuando nació Alma estuve un tiempo algo perdida. Por un lado estaba enamorada de esa pequeña personita y por el otro no sabía de dónde sacar el tiempo para poder seguir expresando todo lo que me hervía por dentro. Tuve un año duro, con muchas contradicciones y sintiendo que me había quedado en el limbo. Siempre he disfrutado con los pinceles y el papel, y en casa siempre hay alguna caja de lápices de colores abierta.
Me acuerdo una tarde en la que puse a Alma en pañales, cubrí toda una habitación con papel y le di un pincel y unas acuarelas. Su manera de pintar sin juicio, sin esperar nada, me conmovió. Empezamos a pintar juntas muchos días; a ella le encantaba y yo sentía que mi parte artística se veía un poco recompensada. Acabamos llevando una caja de acuarelas y una libreta allí dónde íbamos.
Cuando tenía un año y medio viajamos en autocaravana a Irlanda con unos amigos. Las acuarelas nos acompañaban a playas, bosques, restaurantes y montañas. Me di cuenta de que mientras ella pintaba yo podía fotografiar tranquila. Era una especie de danza entre las dos. Una noche estuve mirando sus dibujos, los trazos sencillos, sin ninguna intención o proyección. Me pareció interesante unirlos a mis fotografías y ver qué pasaba.
Esa misma tarde le había hecho una foto a María, nuestra amiga del norte, mientras Alma sentada en el suelo con su libreta mezclaba colores. Lo junté y, ¡voilà! Todas mis vacilaciones de los meses anteriores desaparecieron. De repente, y sin buscarlo, tenía un proyecto con mi hija. Me encantó tenerla a mi lado durante todo el viaje con su libreta mientras yo fotografiaba. Ahora tiene tres años y ya dibuja con más pretensión, quiere dibujar cosas más concretas. Pero son muchas las tardes que pasamos juntas en una mesa con los pinceles en la mano. Todo un regalo.
Indoors Poetry o la serie Watercolour beben y se inspiran de otras ramas artísticas como las artes plásticas o la poesía. ¿Cómo se produce ese acercamiento a otras disciplinas? ¿Has trabajado íntegramente en alguno de esos formatos o te gustaría hacerlo?
No he trabajado íntegramente en ninguno de esos formatos pero no descarto nada. Me gusta mezclar disciplinas y parte de mi formación es el diseño gráfico, que lleva implícitas muchas ramas artísticas. Imagino que de manera natural se van produciendo acercamientos a otras ramas o formatos que despiertan mi interés y que puedo ir mezclando con la fotografía.
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¿Qué es lo que te inspira de otros campos artísticos como las artes plásticas, la poesía, la música? Un verso, una canción, un artista, ¿qué o quiénes son esos referentes, esas líneas, esas personas a las que siempre vuelves?
Tengo épocas. Hace unos años me fascinó el concepto de la cabaña como sitio de creación artística. Leí a un montón de autores que hablaban sobre ello: Thoreau, Heidegger, Woolf. De ahí me enganché a leer clásicos de la literatura rusa como Dostoyevski o Tolstoi. Y ahora tengo una época en la que me apetece leer cosas escritas por mujeres ambientadas en lo rural. Mis intereses van cambiando y eso influencia mi manera de ver o de imaginar. Cartas a un joven poeta, de Rilke, ha estado mucho tiempo en mi mesilla de noche. Y la música de Gillian Welch suena a menudo en casa.
¿Hay algún proyecto o fotografía con el que te sientas especialmente identificada? ¿Algún proyecto en mente que te haga especial ilusión realizar?
Tengo especial cariño a Sea You Soon, un proyecto que hice con Leire Galarza. Un viaje con dos cámaras analógicas que íbamos intercambiando y que al final acabó en una pequeña publicación. Ahora tengo en mente varias cosas pero siento que no tengo tiempo de hacer nada. Poco a poco espero que todo lo que está en el tintero vaya saliendo. Me da mucha satisfacción poder ver mis fotografías impresas en libros o publicaciones. Es un círculo que se cierra y que a la vez retroalimenta otras interacciones.
Echando la vista hacia adelante, ¿dónde te ves en un futuro próximo?
Pues hace tiempo que tengo ganas de hacer cosas más tangibles, que se puedan tocar, materializar. Tengo un par de ideas para ello, pero el otro día leí que si cuentas tus proyectos antes de materializarlos tu ego se ve recompensado de una manera que te hace perder fuerza para llevarlos a cabo. ¡Así que me guardo las fuerzas!
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