De las bibliotecas me gustan el silencio y la solemnidad, ver a la gente concentrada y con ojeras, los teléfonos sin sonido. Me encantan los bares porque es como estar solo y acompañado al mismo tiempo. Disfruto mucho escuchando las conversaciones de los demás. Voy siempre al mismo, así que ya soy amiga de las otras personas que también van, me gusta saludarlos desde lejos con un gesto, me hace sentir como en el siglo pasado. El mozo de ese bar hace dibujos con la espuma del café, son casi un oráculo, adivina tu estado de ánimo. Una vez me trajo un dibujo de un corazón con una flecha, yo acababa de separarme de un novio y cuando vi ese café me largué a llorar. En estos lugares hay estímulos todo el tiempo, también tengo poco espacio, muchas veces me olvido algunos materiales, y esas condiciones que parecen desfavorables hacen que los dibujos resulten más sueltos. Cuando estoy en mi casa con todo a mi disposición, a veces los dibujos salen rígidos o acartonados. También dibujo en museos, y ahí es todavía más incómodo, porque por lo general dibujo de pie, con la libreta en el aire, o sentada en el piso. Hay museos a los que voy muy seguido, es lindo caminar por las salas como si fueran calles de mi barrio, conocer la disposición de las obras, las distancias, los pasillos.