Hablar con él es tan enriquecedor como observar su obra. Juan Carlos Rosa Casasola tiene el cuerpo, el corazón y el estudio dividido entre Benidorm y Berlín. Sus formas de expresión pasan por la pintura, el vídeo, la performance o la instalación, y todo con mucho color, con una base filosófica basada en la cultura de masas y con la participación de los espectadores.
En su obra encontramos la conjugación entre la alta cultura y la cultura de masas, entre el pasado y el presente, entre el gozo y el miedo. Dice que produciéndola encuentra más preguntas que respuestas, pero qué suerte que las comparta, porque probablemente lo más apropiado en esta era digital y acelerada sea no dejar de generarlas. En esta época de constante contradicción probablemente es en los grises donde se encuentre la respuesta.

No es el primer momento de la historia en el que una generación se siente perdida, pero quizá sea eso lo que inquieta: lo mucho que ha cambiado la forma y lo poco que lo ha hecho el fondo. Juan Carlos cree que los cambios empezarán con una educación basada en la diferencia y el respeto y por eso invita a actuar desde los medios de comunicación, los colegios y la cultura para conseguirlo. Estamos contigo, Juan Carlos.
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¿Qué dirías sobre ti y lo que haces a los lectores que no te conozcan?
Soy Juan Carlos Rosa Casasola, natural de Benidorm (Alicante), he vivido muchos años en Valencia y, tras una estancia en Nueva York, actualmente resido en Berlín. Aquí tengo mi estudio y además trabajo para una residencia de artistas, y en el departamento de prensa y comunicación de uno de los tantos museos de la ciudad.
¿Qué explica de ti tu obra?
Mi obra cuenta mis miedos y mis deseos. Conecto temas que en un principio no están relacionados, como por ejemplo la creación del libro electrónico y el auge de la industria fast fashion. En mis hipótesis suelo encontrar preguntas más que respuestas. Destaco uno de los motores generadores de la serie #BestSeller en 2013. Por aquel entonces me preguntaba: si el libro en papel desapareciese y no invirtiéramos en cultura o educación, ¿qué llenaría nuestras estanterías? Estas reflexiones funcionan a nivel micro y macro, es decir, pongo en la misma olla el desastre de las fábricas textiles en Bangladesh y los hábitos de consumo para crear un resultado proactivo, con un enfoque positivo a encontrar soluciones.
Prefiero producir obras que hablen del gozo más que del miedo, aunque este último es uno de los principales generadores de mi trabajo. Actualmente mi discurso se centra en cuestiones relacionadas con la visibilidad, la diversidad y la inmersión, y parte de reflexiones en torno a los nodos en los binomios espacio-tiempo, público-privado, individuo-colectivo y físico-virtual.
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Actualmente tienes tu estudio en Berlín, ¿qué te hizo trasladarte desde Benidorm?
En realidad no he llegado a abandonar el estudio de Benidorm, allí tengo un lugar fantástico con un clima estupendo, con muchísimo espacio para trabajar y para almacenar las pinturas e instalaciones. Son cosas de las que en Berlín aún no dispongo, por lo que intento mantener un pie en cada sitio. Esto ha agilizado muchísimo el proceso de mis últimas exposiciones individuales en España (#Show #MustGoOn, en la Galería Espai Salmaia de Altea en 2017, y De ida y vuelta, comisariada por Andrea Brotons en el IAC Juan Gil-Albert de Alicante en 2017), aunque para ambas también transporté obra desde Berlín.
Este poder estar ‘aquí y allá’ es posible gracias a mi madre, que se ha transformado en muchísimas ocasiones en una fantástica asistente. Su colaboración ha sido fundamental en gran parte de los montajes de las instalaciones de ropa, destacando la columna de nueve metros de altura que levantamos en el Museu Centre del Carme de Valencia durante mi estancia en Nueva York.
¿Consideras el lugar donde creas influyente en tu obra?
Es cierto que el espacio en Benidorm me ofrece recursos limitados, pues la vida cultural de la ciudad no es muy rica y en Alicante pasan pocas cosas. Aunque hay mucho potencial y muchas ganas de hacer, el tejido cultural no es muy fuerte. He contado en numerosas ocasiones con todo el apoyo de la Concejalía de Cultura de Benidorm, pero ha sido en las grandes ciudades donde me he enriquecido visualmente y conceptualmente. El cambio de ciudad también es un cambio de espectador y de su nivel de interés o experiencia en el arte contemporáneo.
En Benidorm quizá me he mostrado más pedagógico y he realizado proyectos participativos por necesidad de activar al ciudadano e introducirle en el arte contemporáneo y en reflexiones críticas. En Valencia o Berlín he podido trabajar rodeado de artistas y en un círculo que me ha permitido desarrollar mi trabajo en otras direcciones. Pero en realidad ambos momentos van en paralelo. El día a día en Berlín me aporta muchísimo; las cuestiones que se tratan o el enfoque que les damos me condicionan mucho a la hora de plantear las claves desde las que parto en mi trabajo. Creo que no podría haberme decidido a comenzar la serie #Show sin la estancia en Berlín, por ejemplo.
En cuanto a mi estudio, es muy flexible, y eso me encanta. En la sección de materiales hay pinturas, papeles, lienzos, barras de metal y cajas llenas de ropa. Suelo trabajar en varias series al mismo tiempo y no siempre con la misma disciplina, y me encanta recibir visitas para poder distanciarme de las piezas y verlas con otra perspectiva a partir de una buena conversación. 
Trabajas la pintura, el vídeo, la performance, y la instalación. ¿Con qué te sientes más cómodo? ¿Qué es lo que más te gusta de cada forma de expresión?
Mi lenguaje ha sido principalmente la pintura durante mucho tiempo. Me encuentro muy cómodo con ella, me encanta trabajar con los pinceles. Me atraen mucho las formas abstractas y las vibraciones de los colores, las formas y las texturas, así como el poder eliminar elementos o tergiversarlos creando una relación lúdica figura-fondo. Esto me parece fantástico y disfruto mucho haciéndolo. Pero según el proyecto en el que trabaje acaba derivando a vídeo, instalación, performance o a algo de carácter colaborativo. Cambio de disciplina sobre todo en función del tiempo y la interacción activa del espectador para cuestionar estas dos variables.
Por ejemplo, la performance #Público es una acción de diez minutos en la que constantemente agradezco al público el visionado de la performance, como si fuera un músico o un actor que agradece el aplauso del público tras su actuación, o como el youtuber que agradece las visitas a su canal. Creo que nadie pasaría diez minutos frente a una fotografía de agradecimiento publicada en Instagram; cambia totalmente la concepción del tiempo de visionado, y esta relación del espectador con la obra es lo que me lleva a utilizar unos recursos concretos.
“Prefiero producir obras que hablen del gozo más que del miedo, aunque este último es uno de los principales generadores de mi trabajo.”
Has titulado la mayoría de tus proyectos con un hashtag, y eso dice mucho sobre lo que quieres transmitir o el momento que te ha tocado vivir. En la mayoría de tus obras reflexionas o hablas sobre creación digital, apps, smartphones, etc., con lo que defines o retratas a toda una generación. Tras definirla en imágenes, ¿cómo lo harías en palabras?
Como el puntillismo fue desarrollado por los descubrimientos en óptica, o el futurismo reflejó la obsesión por la velocidad y las máquinas, muchos artistas en la actualidad trabajamos con o a partir de las NTIC (nuevas tecnologías de la información y la comunicación). Durante unos años nuestra interacción se ha reducido a ‘Me gusta’ sin la opción ‘No me gusta’ (actualmente Facebook nos permite algo más de interacción, sí, cierto, pero enviar likes y corazones se ha transformado en un básico en Instagram, Twitter, Tinder y también en la vida al otro lado de la pantalla).
Por años he investigado y trabajado acerca de nuestra relación con los media para entenderlos y entendernos. Creo que las nuevas tecnologías de la comunicación han ampliado nuestras habilidades y actitudes. El stalker es el cotilla 2.0 que controla y chismorrea desde su ventana con quién vienes, qué has comido o dónde fuiste de viaje.
Por otra parte también me ha interesado siempre el trato a la diversidad y a la estandarización. La simplificación de un todo complejo, bien sea por la media o la norma, ya sea en el diseño de interfaces de teléfonos móviles, en patrones de ropa, o en hábitos e intereses. Tendemos a reducir a etiquetas para poder conocer el mundo y agilizar los procesos, pero esta reducción y clasificación genera a su vez muchos conflictos binarios. Para mí los nodos o puntos de inflexión son los más interesantes. 
Una de tus series, #Show, tiene como base teórica La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, aunque todos tus proyectos se podrían relacionar con cuestiones filosóficas sobre la cultura de masas. ¿Qué te atrae de esas teorías? Además de Debord, ¿hay algún autor con el que te identifiques especialmente?
Mi base teórica es bastante amplia. Me apoyo en textos de Bauman, Virilio, Canclini, Agamben, Susan Sontag o Byung-Chul Han, por citar algunos. Suelo apoyarme en citas de sus textos con noticias de actualidad para generar las imágenes y los planteamientos. Me apasiona la mezcla de pasado y presente, de alta cultura, cultura mediática y cultura popular por cómo se relacionan entre ellas de forma no lineal.
Una de las obras de la serie #Smartpaint que más me ha llamado la atención es la de la Venus del espejo, de Velázquez, con la ventana de denuncia de Instagram sobre ella. Han surgido un montón de movimientos en las redes contra la censura del cuerpo femenino, como Free The Nipple o Genderless Nipples, y aunque el debate está presente, no dejamos de ver cómo cierran cuentas de chicas y chicos que reivindican sus cuerpos desnudos como una manera de expresión y de libertad. ¿Qué opinas sobre la censura en redes? Y más teniendo en cuenta que la mayoría de usuarios son muy jóvenes. ¿Crees que perpetúa el body shaming del cuerpo femenino y la larga tradición de culpabilizar a la mujer de todo lo malo que le pasa?
Las políticas de censura de Facebook o Instagram son exageradas, incluso no permiten “primeros planos de nalgas”. Creo que hace mucha falta educar en la diferencia y el respeto para comenzar de nuevo a ver el cuerpo desnudo como algo natural, entender que hombres y mujeres tenemos los mismos derechos y libertades, no solo en las redes, sino también en las playas, lagos, parques o spas. Con ello creo que avanzaríamos hacia una sociedad más plural, feminista y más segura.
Creo que uno de los factores principales es la educación que damos y recibimos desde pequeños, haciéndonos rápidamente entender que las chicas son diferentes de los chicos y que por ello hay que ocultar sus pezones. Con apenas cuatro años las cubrimos con bikinis o bañadores en la playa o la piscina y con diez les ponemos sujetador; así es inevitable que se las juzgue cuando un pezón está al descubierto, ya que han sido eliminados de la vida diaria y reducidos a escenas de sexo. Creo que hace falta mucho trabajo para educar a la sociedad y volver a decirles que a quién le importa. Aunque soy optimista y creo que conseguiremos pronto la normalización de ver a una mujer amamantar en público si actuamos en la prensa, la publicidad, el cine, la literatura, la televisión, la escuela y en los círculos más cercanos.
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Desde el Ayuntamiento de Viena han cubierto varias ciudades con obras de Egon Schiele para hacer publicidad sobre las exposiciones con las que celebra el centenario del modernismo vienés. Sin embargo, las autoridades de Reino Unido y Alemania han tildado de pornográficas estas pinturas y no han querido exponerlas en sus ciudades. La respuesta de la Oficina de Turismo de Viena ha sido incorporar sobre los desnudos mensajes que dicen “Sorry, 100 years old but still too daring today. #ToArtItsFreedom”. Cuando Schiele publicó las obras se señalaron como obscenas y acabó encarcelado durante tres semanas ¿Tan poco hemos avanzado en todos estos años?
Al parecer hemos avanzado tecnológicamente, y sí, el mundo en cien años ha cambiado muchísimo, pero el pudor se ha conservado impoluto. Vuelvo a remarcar que es una cuestión de educación. Recuerdo que hace unos años, visitando una exposición en Valencia con un amigo, encontramos a un grupo de señoras de unos cincuenta años en una visita guiada y nos unimos para escuchar la explicación del educador sobre un retrato de Egon Schiele, y fue el guía quien moduló su discurso para generar la reacción de sobresalto de las visitantes al explicar únicamente que había pintado los genitales. Fatal. Nos cuestionamos exactamente lo mismo, ¿tan poco hemos avanzado en cien años? ¿Esto era lo único que señalar del artista y de su pintura?
Creo que quien podría contar mejor su experiencia de la censura de su obra en Instagram es el artista Juan Francisco Casas, quien ha llegado a recibir acciones violentas por ultracatólicos en contra de sus exposiciones. En su cuenta de Instagram ha optado por usar iconos de la cara de Kim Jong-Un para cubrir los pezones en las fotos de sus dibujos.
Mientras que algunas obras se pueden percibir como una crítica, otras parecen más un homenaje a la cultura de internet. Esta contradicción es muy atractiva porque muchos usuarios de redes sociales nos la planteamos continuamente. ¿Tú también sientes esa relación de amor-odio hacia internet?
Efectivamente: lo amo, lo odio y lo necesito. En mi trabajo planteo aspectos de la sociedad contemporánea con sus pros y sus contras, con sus mejoras y sus accidentes. Creo que todos jugamos con esa relación deseo-necesidad de querer ver y ser vistos, de mantenernos informados y autopublicitarnos no solo como creadores o vendedores, sino también para compartir historias, imágenes o un simple ‘estoy’. Buscamos el mejor encuadre, la frase más atractiva, los iconos más divertidos y los hashtags más usados.
Afortunadamente disponemos de internet y podemos elegir usarlo cómo y cuándo queramos, pues agiliza y permite muchos procesos. Al fin y al cabo es el usuario el que determina su uso, frecuencia y el contenido al que accede.
“Tendemos a reducir a etiquetas para poder conocer el mundo y agilizar los procesos, pero esta reducción y clasificación genera a su vez muchos conflictos binarios.”
En tu cuenta de Instagram publicas contenido de tu vida personal. ¿Consideras que sirve para entender tu obra?
Considero mi Instagram como una cuenta muy aburrida, no suelo contar mucho lo que hago y sí, podría dar muchas claves de mi trabajo, pero lo utilizo fundamentalmente para poder ver qué hacen los demás y mantenerme al día de las actualizaciones de mis amigos, artistas y galerías favoritas. Principalmente mis publicaciones son para promocionar eventos y detalles de proceso. Muestro algo del backstage, pero no soy muy activo a la hora de compartir artículos o fotografías en mis redes sociales.
Debido a esa relación amor-odio muchas veces he querido borrar las fotos antiguas y cerrar mis cuentas (aunque internet no olvida); aunque en otras realmente quiero compartir más anécdotas divertidas, más noticias relevantes, más fotografías de atardeceres alucinantes o lo bonita que es la relación con mi pareja. Pero como lo piense dos veces me arrepiento y no me encuentro cómodo o no veo tan atractivo el tener que parar lo que estoy haciendo para sacar el teléfono y tomar una foto. No suelo estar muy a gusto frente a la cámara y estar tras ella lo dejo para el ámbito laboral, sé que es contradictorio, ya que si revisas mi vida laboral suelo trabajar en los departamentos de prensa y comunicación, pero en mis relaciones personales soy más de charlar con quien tengo físicamente al lado y pocas veces utilizo las aplicaciones de mensajería instantánea.
Hace unos años, con el proyecto Donate your clothes to art planteabas una reflexión sobre el consumismo y todo lo que este conlleva. Ahora, Vetements ha creado un escaparate en Harrods con montañas de ropa enviada por gente como una llamada de atención y para recordar que la sobreproducción tiene un efecto irreversible en el planeta. ¿Crees que es contradictorio que la industria de la moda cree campañas de concienciación pero siga fomentando el fast fashion?
Me llegó la información del escaparate de Vetements gracias a varios amigos que lo vieron en internet y me lo comentaron como cita-apropiación-copia del proyecto Donate your clothes to art, que desarrollo desde 2013 y en el que invito a donar la ropa que ya no necesitamos para crear instalaciones artísticas en centros culturales. La idea es frenar el proceso de obsolescencia de estas prendas y, en lugar de ir al vertedero, conservarlas como objeto de arte. Para mí la parte más excitante de este proyecto es cuando el espectador-donante viene a la exposición y reconoce sus prendas, señalándolas y otorgándoles valor sentimental. Las diversas instalaciones han sido expuestas en la Galería Luis Adelantado de Valencia, la feria de arte Hybrid en Madrid o en el estudio de moda Studio 183 durante la pasada Berlin Fashion Week. Efectivamente, la industria de la ropa de usar y tirar genera grandes daños sociales y medioambientales: desde los métodos de producción del algodón hasta el transporte, pasando por la precariedad de condiciones de la mano de obra. Los esclavos del fast fashion son tanto los productores como los consumidores, que necesitan renovar su armario para poder recibir una dosis de felicidad inmediata. Como me decía una amiga hace años, “me sale más barato ir de compras que pagar el psicólogo”.
Por una parte me alegra que las propias marcas de fast fashion fomenten el reciclaje de la ropa porque sus campañas llegan a millones de personas. Todo el mundo conoce ahora la posibilidad de entregar la ropa usada en Vetements, o anteriormente la campaña de H&M en la que prometía utilizar la ropa donada para fabricar nuevos tejidos. Por el contrario, casi nadie ha conocido el proyecto Dona tu ropa al arte porque no tiene el mismo público o las mismas vías –o el mismo presupuesto en publicidad.
En alguna ocasión he pensado para algún proyecto la idea de relacionar el acceso a la ropa barata como un acto democratizador. Ahora todos podemos vestir a la última moda, con los colores y estampados de la temporada, y renovar nuestro outfit constantemente por un módico precio. Y parece que esto funciona, y a nadie le importa qué le pasa al planeta o a las personas que producen esta ropa. Y parece que esto es verdad al ver que Primark siempre está lleno.
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Has lanzado la segunda edición limitada de camisetas tras el éxito de la primera el pasado verano. ¿Cómo y por qué decidiste pasar del lienzo y la instalación a las camisetas impresas? ¿Se pueden entender estos diseños como parte de tu obra?
Las camisetas han surgido por diversos motivos: llevo unos cinco años pintando ropa y utilizándola como material, lo que me da cientos de posibilidades creativas. Me permite hablar de la diversidad sin señalar género, color de piel, origen, o cualquier otra etiqueta. Para mí tiene mucho sentido que este mensaje salga a la calle, que lo vea mucha gente, y a ello se suma el deseo de facilitar el acceso a que el público pueda tener una de mis obras, pues no todos los bolsillos alcanzan a permitirse la compra de uno de mis cuadros o no tienen espacio para albergar una de las instalaciones.
Así que finalmente me decidí por producir una edición limitada de camisetas. Kilian Müller me ayudó con el eslogan, “Be the intelectual of your friends, wear clothes on your clothes”, y la campaña quedó fantástica. Estoy muy contento con los resultados; me encanta ver a mis amigos orgullosos de llevar sus camisetas e imagino que realizaré pronto un nuevo diseño. Creo que si algún comisario decide exponerlas me parecería fantástico, tienen título y están fechadas. Y me parecería muy interesante poder mostrarlas con los desperfectos producidos por su uso y sus lavados.
Tengo un par de proyectos que no he llegado a producir (aún) en el que precisamente el material son camisetas impresas, uno de ellos es #Leda&TheSwan, que consta de una fotografía reproducida en alrededor de ochocientas camisetas plegadas, cuyos ‘lomos’ forman la imagen completa. Me encantaría poder producir la pieza, que consta de dos fases: poner a la venta las camisetas por separado, con la condición de que los propietarios firmen un contrato en el que se comprometen a formar parte de una comunidad online, y así autogestionar la exposición del conjunto de camisetas de forma física.
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¿Qué has aprendido de las experiencias que has tenido en tus años de trayectoria? ¿Qué más te gustaría aprender? ¿Cuáles son tus planes artísticos para este año?
He aprendido lo que quiero hacer y lo que no. He acumulado mucha experiencia trabajando para mis propios proyectos, como asistente de varios artistas, como diseñador gráfico e ilustrador, como diseñador y montador de exposiciones, en el departamento de marketing y redes sociales, y como guía de exposiciones. Todo suma, los aciertos y los errores. He tenido muy buenos compañeros de viaje de los que he aprendido muchísimo, y aún tengo la sensación que tengo que aprender más. Somos la generación del aprendizaje continuo, tenemos que ser multitarea y desarrollar nuestras competencias transversales.
Igualmente me encanta el aprendizaje, tengo los ojos siempre muy abiertos y me fascina aprender más sobre naturaleza o tecnología. El último máster que cursé es de arte multimedia y aún tengo mucho que practicar y aprender de programación y entornos virtuales. Me gustaría poder desarrollar un proyecto con más base multimedia pero aún no tengo claro por dónde dirigirlo o qué tipo de interacción generar.
2018 va a ser un año de trabajo de laboratorio. A corto plazo tengo How to fill up shelves anyhow en el Schwules Museum de Berlín, donde desarrollaremos primero el proyecto Donate your clothes to art para recopilar las prendas que formarán parte de la instalación en el museo. Este proyecto lo gestiona Anarella Martínez Madrid. Además estoy en contacto con un par de comisarios que quieren contar con mi trabajo para 2018, con muchas ganas de que suceda. Os mantendré informados.
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