El poeta Gabriel Ferrater afirmaba que Shakespeare lo había dicho todo. Quizás por eso sus obras nos interpelan siempre. En el cine Aribau de Barcelona, la compañía La Perla 29 acaba de estrenar un montaje arriesgado de Hamlet, dirigido por Oriol Broggi, que catapulta a un actor que los asiduos al teatro ya conocen por sus interpretaciones recientes en Carrer Robadors y La malaltia.
Guillem Balart me ha citado en un céntrico hotel de la ciudad para que podamos escucharnos, sin ruidos. La escucha, para un intérprete, es esencial para dar la réplica. Él es el elegido para llevar el peso de una obra teatral representada en infinidad de ocasiones a lo largo de los siglos, y de la que se han escrito treinta y seis óperas y producido más de cincuenta películas. Shakespeare se basa en los principios de la Tragedia de Orden para construir Hamlet.

Esta consiste en el asesinato de una figura de orden por un conspirador y el posterior restablecimiento del orden por un vengador. El príncipe de Dinamarca duda entre el amor a su madre y la lealtad a su padre asesinado, entre el amor por Ofelia y sus obligaciones, y entre sus miedos y el deber de vengar a su padre. Según Nietzsche, Hamlet sabe muy bien que de todas maneras nada de lo que haga podrá cambiar en absoluto la naturaleza de las cosas y los hombres.

Con 28 años, Balart se enfrenta a un personaje principal del teatro clásico sin hacerle reverencias, pero con la inmensa curiosidad de llegar a comprenderlo para apropiarse de su grandeza. Y lo hace desde su juventud y desde sus propias dudas, para recordarle al público que sabemos lo que somos, pero no sabemos qué podemos llegar a ser.
Guillem Balart Metalmagazine 4.jpg
¿Qué ha visto Oriol Broggi en ti?
Las ganas locas de expresarme y de entender el teatro como un espacio en el que puedo canalizar muchas cosas. Llevaba muchos años en el Institut del Teatre y tenía ganas de pisar la ciudad, más allá de la academia. Creo que lo percibió y empezamos trabajando un texto de Wadji Mouawad y nos entendimos muy bien. Vio este nervio y las ganas de explorar y de jugar.
¿Cuál ha sido tu relación con el teatro clásico hasta llegar a Hamlet?
Siempre me ha gustado leer teatro clásico, aunque habiéndolo leído, después, algunas propuestas que he visto no me han convencido, ya sea porque las han querido politizar o porque veo más al director que al propio autor. A mí me interesa la poética del texto por sí solo, no tanto el punto de vista del director.
Cuéntame tu historia personal.
Nací en Lleida y allí estudié en una escuela de Jesuitas que tenían un vínculo muy fuerte con lo artístico. En la Escuela Claver hay un teatro y una biblioteca muy grandes, y recuerdo desde bien pequeño estar en contacto con el arte. Con ellos hice algunas obras de teatro y me gustó mucho.
Más adelante me fui a vivir a Moià, que es de donde viene mi familia, y donde hice el bachillerato. Una etapa que no fue muy agradable. Al terminar, me fui al Pallars Subirà para estar cerca de la naturaleza, pero me di cuenta de que es una sociedad muy endogámica en la que no encajaba. Fue mi madre quien me animó a apuntarme a la Escuela de Artes y Oficios de Vic, y fue ahí donde entré en contacto con el teatro a través de Jordi Arqués. Aunque la filosofía también me interesaba, Jordi me dijo que me veía como actor. Hice las pruebas de acceso al Institut del Teatre, pero con un plan b para estudiar filosofía en la Universidad de Barcelona.
¡Qué suerte haberte cruzado con alguien que ha creído en ti! El teatro está muy valorado, pero el público no llena las salas. ¿Crees que se ha roto la tradición de ir al teatro como vía de contacto con la cultura?
Totalmente. Después del franquismo aparecen La Fura dels Baus, Els Comediants, Els Joglars, y cuando me vine a Barcelona tenía la idea de que encontraría un ambiente de compañías teatrales con quienes compartir un espacio y un lenguaje, y me encontré un poco solo. En el Institut conocí a personas que querían ser actores por ellos mismos, sin querer formar parte de un colectivo. Ahora, por ejemplo, veo compañías como La Calórica o La Ruta 40, y los envidio sanamente. Me gustaría mucho tener un espacio con gente de mi generación y preguntarnos qué queremos explicar.
Es eso el teatro. Se necesita tener mucho coraje…
Creo que sí. Necesitas apostar fuerte, en el sentido de tener claro que la carrera que puedas hacer no depende tanto de ti. Tenía la intuición de que podía canalizar mi energía ahí, aunque me he dado cuenta de que el teatro es más cómo escuchas al otro. Me permite tener un lugar donde descubrirme y descubrir al otro y eso artísticamente es muy interesante.
Llegas a Barcelona, dejando muchas cosas atrás. ¿El abandono es un sentimiento que te acompaña en la vida?
Muchísimo. Si repaso mi vida, hasta ahora ha sido muy nómada. Como si no hubiera encontrado mi lugar, aunque siempre he ido encontrando pequeñas familias que me han ido acogiendo en distintos espacios.
Te lo pregunto para enlazarlo con el personaje de Hamlet. Quizás sus dudas existenciales se pueden explicar por ese sentimiento de no pertenencia. ¿Lo entiendes así?
Le doy muchas vueltas para comprenderle mejor. ¿Hasta qué punto el personaje sale de la propia obra? Un adolescente creado por un autor que es mucho más grande que la misma obra. Es como una especie de Deus ex Machina a quien la obra le queda pequeña. Todo lo que llega a verbalizar lo convierte en un personaje de la literatura universal que no llego a alcanzar. Hamlet forma parte de la nobleza, pero para él la nobleza es corrupción pura, todo es imagen y fachada, y aunque forma parte de esto, quiere salir; pero tiene unos condicionantes aprendidos y eso le hace estar en un dilema permanente entre la razón y la acción.
¿Cómo te acercas psicológicamente a un personaje tan complejo para hacerlo tuyo?
He intentado entender su comportamiento contradictorio y por qué actúa como actúa. Es complejo porque la lectura puede ser muy amplia. Shakespeare es inabarcable. Propone unos personajes con una fuerte personalidad, cada intérprete puede llevarlo a su terreno. Oriol Broggi me decía en los ensayos: “Tienes que pasarlo por tu propio filtro y con la edad que tienes”. Yo he intentado entender sus soliloquios y en cada escena aportar mi propia energía. Es irónico, es un sátiro, es ágil como un zorro, reflexivo, burleta, pasional, de repente piensa, luego ya no… Es tan contradictorio que por eso es tan puramente humano. A nivel teatral lo tiene todo.
¿Qué nos cuenta Hamlet?
Habla de los grandes problemas que tiene la humanidad, que ha tenido y que tendrá siempre: la duda, el amor, la muerte y el devenir. Es alguien que se pregunta qué puede ser la humanidad y qué nos pasa para organizarnos de esta manera, situándolo en una familia de la realeza, pero podría ser cualquier familia.
¿Has llegado a comprenderlo?
La entiendo pero no del todo aún. Es el típico personaje más listo que yo y está en la cima de la montaña. Tienes que intentar llegar a él, y en ese trayecto hacemos la tragedia. Cuando estás a punto de llegar, se hace el silencio y mueres. Entenderlo es lo que intento.
Preparando la entrevista vi la película de Laurence Olivier que empieza con una frase premonitoria: “Hay algo podrido en Dinamarca”. ¿Qué te sugiere?
Vivimos en un Estado que huele a podredumbre. A partir de eso, ¿qué hacemos al respecto? Seguimos oliendo esa mierda, o intentamos que haga mejor olor. Hay un momento en la obra en la que Hamlet dice: “Oh suerte nefasta que me hiciste nacer a mí para abrazar estos tiempos desencajados”. Lo dice desde la desazón que le produce tanta parafernalia. Hace tiempo que vivimos con la sensación de que nuestro tiempo es muy individualista, competitivo y deshumanizado, aunque hay algunas personas que intentan darle un poco de color a pesar de la resistencia del sistema. El teatro es de los pocos lugares donde la gente aún se reúne físicamente.
Tiene algo de ancestral y a la vez sigue siendo molesto. ¿Te interesa especialmente que tu trabajo pueda llegar a molestar?
Totalmente, tiene que ser así, aunque a veces me planteo cuál es la mejor manera de molestar. El teatro se divide en comercial, musical e independiente; pero creo que también puedes molestar haciendo teatro comercial y desde una sala pequeña muy alternativa. Lo importante es la apuesta que hagas y la idea.
¿Cómo explicas esa necesidad?
Supongo que es la necesidad de conectar con el corazón y los pensamientos de los demás.
¿Esa conexión la empiezas a notar?
Estoy transitando, aunque voy ganando confianza en cuanto a la escena y todo lo que se va gestando, pero todavía no fluye del todo. Con respecto a mí y también por los demás. Yo mismo debo explorarme en muchas cosas para saber mejor por dónde quiero ir y hacia dónde me apetece investigar.
Hamlet le dice Ofelia que está decepcionado del amor. ¿Lo entiendes?
Precisamente esta escena me ha hecho plantearme hacia dónde quiero ir porque es tan poco concreta, hay tanto misterio. ¿Por qué decide decirle que se vaya a un convento? Creo que siente un amor muy fuerte hacia ella y cree que en ese palacio el amor puro no tiene lugar. Antes de que se corrompa, vete. Aunque él es también un gran manipulador y como tiene claro que su amor no podrá ser, juega a romper. Shakespeare plantea esa escena para que comprendamos cuanto se han llegado a querer.
¿Conoces el rechazo?
Sí, el abandono, me da mucho miedo. Que alguien a quien quieres decida irse, me paraliza. Otra cosa es mi propia batalla interna para saber hasta dónde quiero darme. El amor es una caja abierta que siempre es un juego de riesgo que hay que asumir. Querer no es barato y comprometerse tampoco.
Me parece que estás muy preparado para entender a Hamlet. ¿Qué le dirías al lector para que viniera al teatro?
Con todo lo que estamos viviendo y la incertidumbre que tenemos, sobre todo los jóvenes, sobre el futuro, hay elementos en la obra que pueden interpelarlos. Pero no sé muy bien qué les diría para que vinieran a verme. Es muy personal decidir por qué vas al teatro. Es cierto que a los textos clásicos se les ha consagrado tanto que pueden dar un cierto respeto, pero creo que precisamente si ha durado 400 años y sigue siendo vigente es porque llega a todas las generaciones en todas las épocas.
¿Qué es lo que le atrae más de Hamlet? ¿Su dualidad o su indecisión?
La agilidad verbal que llega a tener y su capacidad de acción. A pesar de sus dudas, toma muchas decisiones y tiene que encarar muchos hechos que no le dejan ni respirar. Su agilidad irónica es lo que más me atrae, más allá de su sabiduría a su corta edad y la contradicción.
En 1980 Pere Planella dirigió la versión de Terenci Moix protagonizada por Enric Majó, que recorrió toda Catalunya y se presentó en Madrid también en catalán. ¿Crees que hoy sería posible?
En absoluto, y es triste. Barcelona es considerada como una ciudad provinciana y Madrid es como una especie de cúpula. Una compañía vasca, gallega o catalana, tiene que traducir la obra al castellano sí o sí, lo que provoca una pérdida de riqueza cultural. Seguramente en los años 80 en Madrid sentían más curiosidad por la innovación del teatro catalán. Ahora mismo, ni me imagino llevar a Hamlet en catalán a Madrid. Me encantaría poder presentarlo en mi lengua y que el público madrileño pudiera ver el trabajo que hemos hecho. Entendería que fuera por una razón artística, pero no por una cuestión lingüística.
¿Crees que es una opinión compartida por los compañeros de profesión?
Falta posicionarse sobre estos temas. También es preocupante que solo un dos por ciento de la producción teatral se vea fuera de aquí, cuando Barcelona fue top en producción de teatro contemporáneo europeo. No se ha activado ninguna política cultural que haga nada al respecto. Quizás el sector a nivel sindical tampoco tiene un pulso muy fuerte.
¿Lo echas en falta?
Mucho. No hay referentes. Está todo muy diluido. Falta una voz cantante que reivindique un proyecto cultural ambicioso.
¿Te entristece?
Absolutamente. Y me desmotiva. Nos hemos apoltronado un poco y las instituciones han ido aflojando al servicio de determinados intereses. No tenemos un proyecto cultural público definido. La cartelera ofrece entretenimiento, que no está nada mal, pero debería haber propuestas con una raíz cultural fuerte. Tengo la sensación de que Barcelona es un escaparate de algo poco definido, aún teniendo las ganas, la fuerza y los artistas para hacerlo.
Terenci se quejaba de que en Barcelona se cortan las calles cuando el Barça gana la liga, cosa imposible para ofrecer teatro al aire libre.
Sigue pasando ahora y pasará en el 2030.
El héroe que nos ha hecho ganar una liga pasa por encima del héroe clásico. ¿Qué nos dice eso de nuestra sociedad?
(Risas). Tú mismo lo has dicho. Nadie pone en duda que podemos parar una ciudad entera para que pase el autobús del Barça, pero puede generar dudas cerrar una plaza para poder escuchar a Hamlet.
La escucha es quizás otra buena costumbre que hemos perdido. Todos emitimos mensajes desde las redes sociales, repitiendo nuestro propio monólogo. ¿Tienes la misma percepción?
Siempre me ha gustado estar en la escucha activa, incluso actuando. Escuchar es básico para crear cualquier pieza y para poder relacionarte artísticamente con el mundo. Es desde la percepción cuando puedes empezar a interpretar. Es necesario el silencio, tanto para crear un personaje como para convivir, parar un poco y escuchar el silencio.
Se dice que los actores tenéis el ego herido. ¿Te llevas bien contigo mismo?
Hay una confrontación total con el Guillem que piensa, elucubra y se inventa con el Guillem que intenta salir de su ego y la necesidad de reconocimiento. Al final eso es mundano y banal, pero es cierto que cuando terminas una obra quieres que el público se levante, aplauda y te tiren flores. Es el ego quien quiere todo eso. En el fondo yo quiero que la obra llegue y que durante ese espacio de tiempo el mundo se pare para estar al servicio de esta. Pero también quiero el aplauso. A veces pienso que a pesar de la exposición que tenemos los actores, no somos tan interesantes.
Núria Prims defiende que los actores, como los futbolistas, no deberían conceder entrevistas.
Es contradictorio, porque en nuestro oficio existe todo ese mundo de los premios y el reconocimiento, pero no dejamos de hacer un trabajo como cualquier otro. La pescadera, el quiosquero y la carnicera también hacen su oficio lo mejor que saben, pero nadie les da un premio por ello. No estoy muy pendiente de los premios.
¿Cómo ves el panorama actoral en España? El juego entre representantes, productoras, plataformas, redes sociales, los premios, la fama. ¿Te genera dudas?
He hecho pocos trabajos audiovisuales, mi formación y mi actividad es puramente teatral y en este ámbito las redes no nos han mordido tanto. Yo no tengo cuenta en Instagram, pero a veces tengo mis dudas. Era muy punky con el tema y me crea urticaria la idea del actor como imagen de marcas. De verdad pienso que no somos tan interesantes.
¿Para qué crees que sirve la cultura en estos momentos?
Pier Paolo Pasolini en los años 50 en Italia empieza a anticipar el devenir de este capitalismo salvaje. Lo que predijo ya ha llegado, y pienso que la cultura nos sirve para reflexionar por qué hemos llegado hasta aquí e intentar sacar luz de esta especie de monstruo neoliberal que ha arrasado con todo. Ante esto, tenemos que preservar los pequeños espacios de reflexión, de humanidad y de filosofía, que todavía resisten. Pasolini previó que llegaríamos a la ignorancia y con ella no hay revolución posible. Esa es mi sensación, así de fuerte.
¿Qué importancia tienen la cultura y el teatro en tu vida?
Es un poco como ir a misa, rezar un padre nuestro y volver a casa. Un espacio que te genera confort. Para mí tiene un parecido a tener fe o a la espiritualidad. Nos reunimos un grupo de gente para intentar explicar algo en lo que creemos y eso nos genera un placer enorme. También pasamos por la duda, la reflexión. Me genera confort y adrenalina a la vez, y me hace sentir vivo. Antes de descubrir el teatro me pasaba con las salidas a la montaña, pasear por el bosque, pero no lo compartía; el teatro sí.
¿Es reconfortante compartirlo?
Mucho. Cuando es honesto, lo es mucho. Y yo intento que sea honesto. Intento trabajar siempre desde la honestidad para que explote hacia dónde sea.
¿No te da miedo perderla?
Sí, mucho, pero por la misma profesión. No solamente de honestidad se vive. Necesitas una técnica, ser muy consciente del otro, hay que tener el paraguas muy abierto.
La Sardà estudiaba rodeada de diccionarios para destripar cada palabra del texto. ¿Cómo preparas tus personajes?
Esto es exactamente lo que he hecho preparando Hamlet. Llegaba a casa después del ensayo y buscaba el significado de algunas palabras de los sonetos. Sobre todo me apuntaba adjetivos que pudieran dar la imagen de aquello que se está diciendo. Preparando las obras anteriores no lo había hecho nunca. La imagen que generas si sabes qué significa la palabra cambia mucho.
Una antigua profesora del Institut del Teatre, Marta Sala, que enseñaba lo que se llamaba entonces ‘declamación’ decía: “El día que podáis decir bien un soneto, el monólogo de Hamlet os parecerá una tontería”. ¿Entiendes que lo defendiera?
La entiendo perfectamente. Cuando yo fui al Institut esta asignatura ya no se daba. Estoy muy de acuerdo con que las palabras hay que decirlas cuando resuenan en ti. No tiene por qué considerarse antiguo. En el fondo cada palabra tiene una condición que lleva a la otra, y esta a la otras, y eso es lo que crea el lenguaje. Las palabras tienen un sonido específico. Un monólogo con muchas consonantes es por algo, quizás hacerlo más agresivo, o un monólogo con muchas vocales te lleva a otro sitio. La palabra te dice cosas, y eso ayuda al actor a no regodearse.
También decía que, para un actor, interpretar significa intentar meterse en la respiración del poeta y en el tempo del creador.
Es perfecto. Lo comparto totalmente. En el caso de Hamlet es exacto, porque no solo es la literatura, sino la estética está llena de poesía. Nuestro trabajo es darle la poesía que ya está escrita. Hay quien dice que Shakespeare en Hamlet quiso poner su álter ego, para decir lo que opina sobre el mundo a través de un personaje complejo.
¿Hamlet lo haces desde una sonoridad especial?
Lo hago desde mí y estoy intentando añadir una corporalidad y una calidad de movimiento distinta a la que tengo cuando ando por la calle. Un poco más excéntrico, en determinados momentos, para que el espectador capte bien el sentido del lenguaje. Yo creo que en el fondo, Hamlet quiere ser actor. Habla mucho de los actores y les da un espacio muy noble.
¿Cómo es la experiencia de decir un texto tan largo?
Entras como en una especie de tobogán sin destino, porque cada día la función será distinta. Da mucho vértigo, pero eso es lo que mola. Tengo la seguridad de los ensayos, pero es una seguridad ínfima a la vez, porque no hay nadie que me asegure que no vaya a romperme un tobillo en el combate con Laertes. Nadie me asegura que mientras digo el ser o no ser, me quede en blanco. Puede pasar, pero es perfecto que pueda pasar. Me gusta mucho algo que leí de Pablo Messiez, quien definía la actitud que hay que tener en un ensayo como tirarse a la piscina confiando en que lo que estamos haciendo, y con eso jugamos. Esa es mi actitud cuando voy a los ensayos.
¿No tienes dudas ni miedos como para salir corriendo antes del estreno?
Hace unos años tocaba la guitarra y mi madre quería que llegara a ser una estrella, y en medio de un concierto empecé a ver lucecitas, dejé de tocar y me fui corriendo. Conozco el miedo escénico, pero en el teatro no me ha pasado nunca. Ahora me pasa al contrario, me gusta salir al escenario. Me siento vivo.
¿Cuándo pierdes el equilibrio, en qué te apoyas?
Los amigos, salir del sector, tener relación con gente que hace otras cosas, llamo a mi madre que es una gran amiga, ando mucho y sobre todo me apoyo en Daniela, mi pareja, la persona con quien comparto esta locura que es vivir. Nos conocimos en un momento en que yo estaba muy perdido y me tendió una mano. Ella me ha enseñado a amar y a vivir tranquilo. Hamlet dice que de cada diez mil personas hay una que es honesta. Daniela es una de ellas.
¿Qué puedes contarme sobre otros proyectos?
Después de Hamlet nos vamos con La Perla 29 a París al Théâtre National de La Colline a presentar en catalán 28 i mig un homenaje escénico a Federico Fellini. El cine me atrae muchísimo, pero he tenido que rechazar propuestas porque el teatro me absorbe mucho.
Tengo un papel en la opera prima de David Pujol Esperando a Dalí. No voy nada programado. Intento estar en el ahora, sino es cuando viene la angustia. No me planteo estar en un sitio concreto a los 35 años. Pero por soñar, me gustaría hacer buenos proyectos audiovisuales, seguir haciendo buen teatro, viajar también, estar en contacto con el mundo y disfrutar del trabajo al máximo.
¿Sientes que tu trabajo trasciende de algún modo? El arte del actor es efímero.
Creo que sí, pero es algo muy personal finalmente. Nunca sabes hasta qué punto. En mi caso, intento que lo que hago trascienda, sabiendo que no cambiaré el mundo. He rechazado algunos proyectos de teatro porque he pensado que no podía aportarles nada. Para mí es importante ganarme el sueldo haciendo algo honesto y que trascienda, pero soy consciente que este tipo de trabajo tiene sus servidumbres y a veces puede que tengas que aceptar proyectos en los que estás al servicio de una propuesta que no te entusiasma.
¿Estás dispuesto a asumirlo?
Me lo plantearía.
Se dice que los actores tenéis la necesidad de buscar siempre más afecto que nadie. ¿Estás de acuerdo?
Totalmente, pero como en cualquier otra forma artística. El músico busca el solo de guitarra para ponerle la piel de gallina al compositor, el que pinta busca unos colores especiales que lleguen a emocionar, pero es verdad que el actor lo demuestra, lo quiere y sin ningún tipo de vergüenza lo plantea.
¿Cómo te mides con el afecto?
Sin buscarlo demasiado, pienso que así ya lo generas, es un poco contradictorio.
¿Te reconoces como alguien que genera afecto?
Aún no lo sé.
Guillem Balart Metalmagazine 1.jpg