Podría decir, haciendo una especie de flojo chascarrillo cinéfilo, que Antonio J. Rodríguez compone a la perfección la clásica figura del profesor que encandilaría a esos tiernos y lánguidos personajes, que bien podrían estar interpretados por Kristen Stwart, Léa Seydoux o, si tiras un poco de la cuerda, Carlos Cuevas en su vertiente más músculo-macarra. Es joven, culto y su vida parece una vorágine de experiencias y conversaciones dignas de enmarcar. Tiene claro su discurso y el aplomo del que gozan las palabras con las que adorna su aplaudida bibliografía, –entre ellas obras como La nueva masculinidad de siempre (2020) y Candidato (2019)– en la que ha cuestionado a la burguesía, a la clase política y los sueños y aspiraciones de una sociedad preocupada en exceso por gustarse a sí misma. Ahora llega el turno a las relaciones personales, al género, a la identidad… a nosotros mismos. Rodríguez nos coloca frente al espejo y nos obliga a preguntarnos: ¿qué estás mirando?
Gracias a tu trabajo como escritor y tras el gran recibimiento de tu novela Candidato, se te ha considerado como la voz de una generación, ¿estás de acuerdo?
Siempre digo que, inevitablemente, uno es voz de su generación. Hay muchas discusiones sobre si ese concepto se trata de una estrategia publicitaria o si hace referencia a rango de mercado. Yo creo que existen muchas sensibilidades culturales y creativas y me siento muy emparentado con muchos compañeros y compañeras que escriben.
Me siento feliz cuando mi trabajo se identifica como algo nuevo o fresco, acorde con una mirada que, quizás en otro momento, no podría haber tenido lugar. Para escribir, evidentemente, hay que dialogar con otros escritores pero también hay que aportar novedades.
Pero, ¿quién dirías tú que son las voces de tu generación?
Hay muchas y creo que se trata principalmente de mujeres Si nombro me voy a dejar a muchas, pero hay personas muy interesantes que trabajan con temas que antes pasaban desapercibidos y, al mismo tiempo, ahora hay una voluntad de leer ciertas literaturas donde existe una voz con conciencia de género y de clase, sin perder nunca de vista una utilidad tan importante como de la la política o el activismo. Por ejemplo Cristina Morales, Anna PachecoMargaryta Yakovenko
Hasta ahora hemos podido disfrutar de tus dotes como novelista. Tus trabajos tocan temas como las falsas apariencias o la hipocresía en la sociedad actual. Pero esta vez nos encontramos con un cambio de formato. Al publicar La nueva masculinidad de siempre, ¿por qué te decantaste por desarrollar este tema como un ensayo y no a través de un relato de ficción?
Una de las cosas que siempre busco cuando escribo es divertirme, incluso cuando lo hago sobre temas espinosos. He trabajado como periodista, y considero que este libro bebe de recursos periodísticos como la primera persona, la crónica, el pensamiento, o el ensayo, pero también de la novela, ya que hay una conciencia narrativa, un interés estilístico muy importante para mí. Siempre pretendo llegar a nuevos territorios y creo que este tema, que tangencialmente se encuentra presente en otras de mis obras; era la continuación lógica de Candidato. Era una novela donde las ideas tenían un peso muy importante y la masculinidad se encontraba muy presente. La nueva masculinidad supone un ensayo donde la forma literaria también goza de mucha fuerza.
Tu ensayo ha sido calificado como polémico, han llegado a decir que no dejas títere con cabeza. ¿Te esperabas esta reacción?
Sí y no. Sé que en el libro hay frases que pueden ser muy llamativas y polémicas, capaces de incendiar Twitter. Cuando hablamos de relaciones, masculinidades y géneros, por razones obvias, se produce mucha violencia por parte de los acusados y las víctimas. Las mujeres están muy cabreadas y los tíos nos sentimos rápidamente violentados. Yo he tratado de abordar el tema con la mayor diplomacia, corrección y educación posible, pero hay ideas y posturas que pueden hacer saltar chispas.
Incluso asumo que es raro y polémico aceptar la perspectiva de un hombre hablando de temas de género. ¿Hasta qué punto estamos legitimados? Es un tema que nos toca frontalmente y no podemos ponernos de lado, pero lo primero que debemos hacer es escuchar. Sí, es un tema peliagudo, y lo divertido del ensayo es que te enfrentas a tus propias contradicciones, cambias de ideas e interactúas con otras distintas.
¿Entonces los hombres estamos legitimados a tratar estos temas?
Sí.
¿Y siempre lo hemos estado?
Sobre estos temas hay tres posturas a adoptar. Una es la reaccionaria, en la que muchos hombres dicen: “¡Ya no vamos a poder follar!”; luego tenemos aquella en la que nos ponemos de lado, nos convertimos en sujetos pasivos y, por último, la que consiste en escuchar, aprender e interpretar. A mí este tema me ha cambiado las opiniones, me ha hecho pensar y me interpela. Pienso que debo, como individuo, dar una respuesta a la sociedad. Tenemos derecho a hablar, pero no antes de haber escuchado.
¿Dirías que en la literatura los hombres han sido cómplices o enemigos de las mujeres?
Hay autores hombres que han narrado de forma interesante a las mujeres, pero eso no quita que debamos seguir también a las mujeres. Es lo mismo que conversar. Si solo hablas con hombres te estás perdiendo sensibilidades, y significa que tienes unos prejuicios sobre los que deberías meditar y preguntarte de dónde surgen. Es algo que nos hemos empezado a plantear y asumo que buena parte de mi formación ha sido fundamentalmente masculina, pero es raro. Debemos revertirlo en la medida de lo posible.
En el libro tratas temas muy peliagudos. ¿Cuándo te sentiste preparado para poner esas cuestiones sobre la mesa?
El tema de la masculinidad no creo que sea algo nuevo. Como lector, siempre he reivindicado figuras como David Foster Wallace o Philip Roth. Componían una tradición que hablaba de ser tío, de los complejos y las expectativas de ser hombre, pero de pronto se abre el grifo de la gran conversación que supone la teoría de género, y he querido que todo converja en este ensayo, que ha sido escrito desde la perspectiva de un tío que se siente interpelado en una serie de conversaciones.
La nueva masculinidad va de lo que va, de plantearse preguntas y de buscar soluciones. Muchas veces, cuando uno publica estas cosas, parece crearse una expectativa de que se está convirtiendo en un aliado; soy bastante escéptico con este tipo de cosas. No es una producción intelectual o literaria para redimirse o hacerse sentir mejor, simplemente es coger el tren de la conversación, mejorar y ser de ayuda, que es para lo que a veces sirve la literatura.
¿Qué acontecimientos dirías que nos ha llevado a este punto en el que hemos empezado a cuestionarnos los roles en la sociedad, la sexualidad o el género?
Hay varios momentos históricos, pero hablando desde una perspectiva generacional… ¿Tú cuantos años tienes?
Tengo 24. 
Entonces te incluyo. No nos llevamos tanto. Nuestra generación ha vivido momentos traumáticos. En lo económico puedo hablar de 2008, también otros relacionados con la cuestión del género, como fue el movimiento Me Too, que para mí, son eventos históricos que han supuesto un colapso global debido a un sistema económico concreto, a una perspectiva social concreta y a una desigualdad específica reproducida durante siglos y milenios. Por eso me interesaba marcar en este trabajo la diferencia entre la lectura en materia de género y la materia más sociológica, porque al final está todo mezclado. Esas catástrofes y acontecimientos mediáticos nos han llevado a esta situación, abriendo puertas que tardarán mucho en cerrarse… si se cierran.
El propio comienzo del libro es una provocación: agitas con un par de preguntas el concepto de deseo y atracción, que socialmente va a ligado al de pareja sentimental. ¿De dónde nace ese afán por cuestionar las relaciones actuales?
Las relaciones sexo-afectivas querrás decir. Es una consecuencia lógica del Me Too. En el libro, el punto de partida es el estado de guerra entre los hombres por la colonización del cuerpo de la mujer. Rascando nos damos cuenta de que el modelo normativo de las relaciones ha sido instaurado por una sensibilidad heterosexual y trasladado a otras sensibilidades e ideas, como la monogamia o el romanticismo. No siempre ha sido así, se trata de una construcción social. No es lo habitual en otras especies que las relaciones lo definan todo, conectan con nuestra reproducción y producen unas neurosis importantes.
Cuando en la sociedad se instaura un mito, no muy distinto a las mitologías católicas, como es la monogamia o el amor romántico, y empezamos a ver que quizás no es cierto y que estamos condicionando nuestra forma de sentir, terminamos por cuestionarlos. Es como conducir por la autopista en dirección contraria. Estamos en el siglo XXI y vamos de modernos, pero si coges la Biblia las relaciones que describe son muy similares a las que se dan hoy en día. No hemos cambiado tanto, y salir de todo esto no es fácil.
Te propongo el mismo juego que planteas al comenzar tu libro y es formularte las siguientes preguntas: ¿eres feliz con tu pareja?
No sé como me definiría civilmente o si tengo cero, una o varias parejas. No te puedo contestar. En este tiempo de liquidez relacional no puedo responderte a esta pregunta basándome en el concepto que tú puedas tener de relación.
¡Joder, varias parejas! ¿Quién tiene tanto tiempo libre?
(Risas) Por eso te digo que, con tan poco tiempo, uno se cuestiona si son o no relaciones.
A la siguiente pregunta de tu juego ya me la has contestado implícitamente y era si te planteas mantener relaciones sexuales con alguien que no sea tu pareja.
Pues sí o no. Puedo ser rechazado sistemáticamente y que me den calabazas.
Pero, ¿por qué nos cuestionamos tantos las relaciones?
Por miedo, por tabúes. Es un tema problemático. La sociedad se organiza alrededor del modelo de unión familiar heterosexual monógama, y todo lo que se sale de eso es oscuro y da miedo. Sin embargo, todo el mundo que ha tenido una relación de largo recorrido se plantea cosas. Para mí la literatura ayuda a eso, a plantear cosas que a su vez la gente se plantea en petit comité.
¿Podemos aplicar el razonamiento matemático a las relaciones? Es decir, cuantos más factores involucrados en la ecuación, más difícil es alcanzar el resultado correcto.
¿Te refieres a relaciones sexuales, emocionales…?
A relaciones.
De entrada parto de que las relaciones sexuales están súper sobrevaloradas. ¡Follar, qué exótico! Nos hemos convencido de ello, lo hemos oscurecido y pensamos demasiado en eso. Vivimos en una sociedad de personas sexualmente neuróticas y, por otro lado, a veces las relaciones o los flechazos se dan o no se dan y ya está, dependen de muchas cosas. Como hemos puesto en el centro al amor romántico, nos hemos hecho creer a nosotros mismo que si no lo consigues, fracasas en la vida. Uno puede estar bien soltero, con una o con varias parejas. Sobre todo, uno es uno mismo con independencia de las relaciones que tiene. Pasa algo parecido con el trabajo, ¿si me quedo en paro he fracasado en la vida? No, eres el mismo, pero con más o menos suerte o atravesando una coyuntura.
Antonio Jrodriguez Metalmagazine 2.jpg
Pero las relaciones nos definen.
Parcialmente. El hecho de que yo sea correspondido por quien me gusta no me hace mejor o peor persona. Te pongo un ejemplo: tienes un amigo o amiga y esa persona se echa pareja y deja de hacerte caso y te sientes rechazado. Eso no te hace ni mejor ni peor.
Pero siguiendo el ejemplo que has puesto, el amigo que deja de prestar atención a sus colegas por su pareja, si que puede ser descrito como descuidado.
Sí, y también víctima de la idea de la monogamia y el romanticismo como elementos que definen a la sociedad.
Pero, ¿qué tiene que ver el romanticismo con la pareja? Hay parejas que son un auténtico coñazo…
Con romanticismo quiero hablar del amor para toda la vida.
¿A la fidelidad?
Sí y no. Alguien conoce a alguien, empiezan a vivir juntos, van a todos lados juntos… lo cual es una manera de relacionarse muy popularizada, pero que pone en el centro a la pareja como el eje definitivo, apartando a las amistades, que muchas se recuperan cuando la pareja desaparece. Estas jerarquías emocionales es algo a invertir y que nos indica lo azarosas que son las relaciones. Independientemente de quién te haga caso, por unas razones u otras, tú eres tú y no necesitas la validación de nadie más para sentirte pleno. Obviamente hay que tener amigos, amigas, pareja, parejas pero para estar primero bien con los demás hay que estar bien con uno mismo
¿Consideras que las relaciones cerradas están obsoletas?
Están más presentes que nunca, y se ha visto en la pandemia. La gente tiene miedo a quedarse sola. La vida en pareja economiza gastos y es más fácil sobrevivir en pareja que solo.
Hablas de practicidad, no de sentimientos…
Sí, pero la pareja resuelve elementos prácticos que tiene que ver con lo material y lo simbólico. La expectativa básica para un adulto es que tenga trabajo y pareja y si no la tiene algo falla. Eso hace que uno se pueda sentir mal u obligado a tener una pareja cuando quiere tener varias o ninguna. Yo sería partidario de hacer contratos temporales en el matrimonio, como los alquileres para un piso. Dime, ¿a ti qué música te gusta?
¿A mí? Elvis Presley.
Igual sus canciones son tu música favorita pero, si te dicen que solo vas a escuchar Elvis el resto de tu vida, ¿no pedirías escuchar algo más? Pues con las personas pasa igual, puedes terminar asfixiándote. Pasa con todo, con cualquier expresión estética con la que uno pueda sentir una estimulación emocional surge la necesidad de nutrirte de ella, de todas ellas.
Tu razonamiento me recuerda a la novela La dependienta de Sayaka Murata, porque hay gente que es como es y que por mucho que teoricemos siempre será así. No hay hueco para claroscuros.
Puede ser, sí. Si uno quiere una vida sin aventuras, me parece bien, pero debería verse como algo natural el querer experimentar. Que cada uno haga lo que le sienta mejor.
¿Desde qué perspectiva te planteas todos estos dilemas?
Cuando estaba terminando el ensayo pensaba en cómo explicar el libro en pocas líneas, y una frase que me gustaba es la del ‘aliado contra sí mismo’. Formo parte de una generación de hombres cuya formación intelectual y sentimental está anclada en una sensibilidad masculina y heterosexual y que, en un momento dado de la conversación pública, toma conciencia de sus privilegios. Soy bastante escéptico con la posibilidad de una reforma de la masculinidad heterosexual —considerando además que sus vicios están ampliamente extendidos más allá de sí misma: hay relaciones entre gays y lesbianas que arrastran los vicios relacionales que nacieron del privilegio masculino—; aún así, creo que lo justo es tratar de remediar lo que aún puede ser salvado. Me parece mucho más esperanzador que permanecer de brazos cruzados.
Entonces, ¿de qué manera estas trabajando en tu propia masculinidad?
Creo que el primer paso evidente es escuchar y aprender. Llevamos muchos siglos soslayando el pensamiento o la experiencia de las mujeres, y urge revertir esa desigualdad. A partir de aquí, y siguiendo con algunas de las líneas maestras del libro, creo que en tanto que hombres nos conviene renunciar a la aspiración, a la propiedad del cuerpo de la mujer, pero también nos conviene dejar de pensar en el resto de hombres como posibles rivales.
Has afirmado que la mirada masculina heterosexual ve a los otro hombres como algo amenazante, desagradable y que ha degradado a la mujer a lo largo de la historia. ¿Hay esperanza para la perspectiva masculina heterosexual en el futuro?
Yo no esperaría nada bueno de los hombres heterosexuales, ni hoy ni en el futuro. Creo que nos evitaríamos muchas decepciones si tuviéramos unos estándares más o menos realistas. Tampoco pienso que esto deba entenderse como una llamada al cinismo, dado que la masculinidad no tiene remedio. Al contrario: creo que debemos esforzarnos en comprender las violencias históricas ejercidas y los privilegios con los que contamos, lo cual es una forma de violencia. Sin embargo, la masculinidad heterosexual es lo que es: una celosía de complejos de la que salen cosas feas. A menudo pienso que buena parte de lo más interesante que ha producido la literatura escrita por ellos trata la naturaleza irremediable de la masculinidad, pero también de su intento por comprenderla y salir de ella. En este sentido debemos aspirar a salir del laberinto conscientes de la dificultad para salir.
Dices que mientras los hombres sigamos siendo incapaces de besar otro falo el machismo no desaparecerá. ¿Hasta qué punto se encuentran estos movimientos sociales ligados a la sexualidad?
Vivimos en una sociedad muy condicionada por la dominación masculina y por los residuos de una religión muy conservadora, lo cual es un cóctel mortal. En consecuencia nos encontramos en un mundo absurdamente obsesionado con el sexo. Damos una importancia desmedida al sexo, le hemos atribuido toda una serie de connotaciones morales, simbólicas, espirituales, trascendentales y de poder que son el germen de todo tipo de neurosis.
Evidentemente esa frase del ensayo era una provocación. El enunciado cierra un texto más amplio en el cual cumple un contexto muy concreto, pero en cualquier caso sabía las connotaciones que tendría, se trata de una frase que incomoda. Pero, ¿por qué? Pienso que rascar en los motivos por los que esa sentencia nos violenta puede ayudarnos a encontrar algunos de los complejos asociados a la masculinidad normativa.
En tu libro comparas a dos figuras heterosexuales y políticas de gran relevancia, como Emmanuel Macron, primer ministro Presidente de Francia, y el expresidente de los Estados Unidos Donald Trump, como dos prototipos de heterosexualidad antagónicas pero que, a la vez, comparten ciertos lugares en común. ¿Acaso representan las dos caras de una misma moneda? ¿Puede existir una visión progresista de la masculinidad sin su contrapunto conservador?
Si hay que elegir, evidentemente me parece preferible una masculinidad progresista a una reaccionaria. Dicho esto, también creo que es importante contemplar el presente con una cierta cautela. Cuando hace unos pocos años empezó a extenderse la conversación sobre el feminismo a los territorios de la masculinidad y de las nuevas masculinidades, hubo, y aún continúa habiendo, una especie de entusiasmo desmedido por esta idea de los hombres nuevos, como si fuésemos capaces de resolver milenios de desigualdad en unos pocos meses. Creo que se trata de caminos largos y de procesos de duelo y reparación histórica que exigen mucho tiempo, y por eso pienso que es importante pensar en lo que diferencia, pero también en lo que une la masculinidad progresista y la reaccionaria.
En tu libro has mencionado a través de una cita de Raewyn Connell que dice el hombre, sea homosexual o heterosexual, jamás se sentirá apoyado por completo, ya sea por la burla de otros hombres o la desconfianza de las mujeres. ¿Tú te has visto en esa tesitura?
Sí, claro. Soy consciente de que se trata de un tema delicado. Dicho lo cual, creo que los hombres podemos reaccionar de tres formas posibles frente a las conversaciones alrededor de género y desigualdad, como he mencionado antes.
Evidentemente el feminismo no es un tema que ataña solo a las mujeres. No creo que hablar o escribir sobre temas menos conflictivos sea más ético que recoger y continuar todas estas conversaciones planteadas en los últimos tiempos.
Centrándonos ahora en tu propio progreso como escritor. ¿De qué manera crees que has avanzado desde tus comienzos, hacia donde te encaminas? ¿Hacia donde estás encaminando ahora mismo tu carrera?
A mí me gusta escribir pero como me gusta seguir escribiendo termino pensando que el libro anterior es peor que el posterior. He aprendido muchas cosas que se vinculan con mi experiencia profesional. He trabajo en publicidad y en el periodismo, que ambos están estrechamente ligados con la intención de compartir ideas complejas con un público amplio, y por eso he intentando hacerme más accesible, sin renunciar a una serie de ideas que a mi me interesan o me resultan más complejas. Luego todo son tablas. La escritura se aprende escribiendo, es un oficio.