Artista del sueño y la realidad; exploradora del recuerdo, del olvido. Así es Andrea Mae, un cuerpo lleno de curiosidad unido a una mente creativa que disfruta, experimenta y siente con cada proyecto. Hablamos con ella sobre sus inquietudes, sus juegos con el arte visual y sobre Desert-ar, su corto seleccionado para el BFI Future Film Festival, un trabajo incapaz de dejar indiferente.
Eres una artista que se expresa a través del arte visual. Además de tu formación en Londres en producción de cine y televisión, ¿qué influencias o experiencias te han inspirado para desarrollar tu carrera?
Tengo la suerte de haber crecido rodeada de varios humanos tremendamente creativos e inspiradores. Mi madre es una magnífica escritora y a ella le debo la educación de oro que he tenido. Mi padrastro, a quien estaba muy apegada, era un gran fotógrafo, además de escritor e ilustrador. Él fue una de las figuras más influyentes en mi proceso de aprendizaje. Me empujó a perfeccionar cada una de mis disciplinas creativas: a usar mis manos, a revelar y a trabajar mis propias fotografías, a observar el arte –y en cierto modo el mundo–, de otra manera. Además, tanto en Madrid, como en Londres, como ahora en París, siempre me he rodeado de amigos con mucho talento creativo, de modo que siempre siento que estoy aprendiendo.
Sueles trabajar con grupos musicales para la realización de sus vídeos. ¿Cómo es este proceso? ¿Tienes libertad para elegir el tema, vienen con alguna idea o es un intercambio de opiniones y gustos?
Los vídeos musicales son de lo que más disfruto hacer dentro del arte visual. Siempre me he sentido muy cercana al mundo de la música –aun no siendo el mío. He tenido mucha curiosidad por ese universo y de alguna manera he estado rodeada de músicos en todas las ciudades donde he vivido. Los proyectos de vídeo musical que he hecho hasta el día de hoy han sido colaboraciones con buenos amigos y bandas que adoro. Esto, por supuesto, ha contribuido a que haya tenido mucha libertad en cuanto a tema y visión, aunque siempre se ha mantenido un equilibrio con las de la banda.
Me encanta cómo los vídeos musicales pueden ser un monólogo interior, un fluir de la conciencia. Contrarios a una película, por ejemplo, no hay por qué buscar lógica, ni una estructura, ni siquiera necesariamente un sentido. Pueden convertirse en una orgía de objetos, colores y sensaciones.
Me encanta cómo los vídeos musicales pueden ser un monólogo interior, un fluir de la conciencia. Contrarios a una película, por ejemplo, no hay por qué buscar lógica, ni una estructura, ni siquiera necesariamente un sentido. Pueden convertirse en una orgía de objetos, colores y sensaciones.
Esos vídeos son tratados con una delicadeza especial: el procesamiento de la imagen, el cuidado de los cromas, el juego con las velocidades… parecen pequeñas piezas de cine. ¿Los consideras experimentaciones de estilo o son ya el resultado de una búsqueda?
Ambas cosas. Desde luego tengo la sensación de que mi estilo ha evolucionado mucho en estos últimos años, ha ido cobrando una forma muy particular y personal. Pero al mismo tiempo, parte de este estilo incluye la experimentación. No me gusta la monotonía, me parece un lugar muy incómodo, una muerte. Me gusta probar cosas que nunca he probado y sentir que cambio con ellas.
Es importante mencionar lo inusual y hasta surrealista de algunas de tus producciones –como el fashion film Wanda’s Coven. ¿Contrapones la realidad a lo onírico?
Sí. Es algo que me planteo mucho: el significado de ambas palabras. En el fondo siento que para mí siempre serán parte de lo mismo. Una no puede existir sin la otra. Es por eso que el género que más exploro en mi trabajo es el realismo mágico, donde lo real, lo onírico y lo fabuloso forman parte de un todo, complementándose. Hasta las situaciones más extrañas son una realidad completa para los personajes. Me gusta pensar en un espacio donde todo se concibe como parte de lo mismo: el subconsciente, el consciente, el recuerdo, el olvido, lo abstracto y lo tangible.
En tu fotografía, en cambio, vemos un ojo más íntimo, una búsqueda de la persona como ser. ¿Qué cambios ves en ti, en tu fase de creación, en relación a tus proyectos audiovisuales?
La fotografía es un medio mucho más concreto, un momento preciso capturado desde una perspectiva que decido, aunque a veces inconscientemente, con antelación. No lo pienso demasiado, lo veo, lo capturo, y se acabó. Los proyectos audiovisuales, sin embargo, requieren un proceso de preparación más o menos largo dependiendo del proyecto; pero siempre hay diferentes etapas y diferentes medios a tener en cuenta hasta llegar al producto final. Quizás es por esta razón que las fotografías se convierten en una perspectiva más íntima, porque son el resultado preciso de un encuentro con una persona o un lugar, una respuesta a una curiosidad.
El blanco y negro presenta menos distracciones. Pienso que, por esta razón, la imagen se percibe de otra manera, te concentras en algo mucho más particular, en las formas, en la luz, en las emociones. Sensaciones atemporales me parece una manera muy poética –y cierta– de describirlo. Además, jugar con el blanco y negro y sus posibilidades combinatorias aporta a la foto atemporalidad y maestría.
El cúlmen de tu exploración estética viene con Desert-ar, corto seleccionado para el BFI Future Film Festival. ¿Cómo surgió esta idea? ¿Te da más independencia creativa como directora frente a otros trabajos?
La historia surgió con mi amiga y colaboradora Carla, mirando una fotografía del fotógrafo japonés Shoji Ueda, donde la puesta en escena era simplemente maravillosa. Queríamos crear algo parecido, donde cada detalle del plano tuviese un sentido y llegamos a una idea donde una niña paseaba por un lugar desierto y se encontraba a diferentes personajes que habían poblado su vida, es decir, a sus recuerdos en físico. Queríamos que fuese una historia con personajes muy españoles, ya que nuestras infancias fueron ahí. El desierto de alguna manera se convirtió en el personaje principal. Este proyecto es tremendamente personal y, por lo tanto, la independencia creativa fue absoluta.
En él, los colores son protagonistas sin saturar al espectador, la calidad de la imagen impecable, se modifica el curso de la narración mediante travellings… ¿cómo era el equipo del que te rodeaste para este pequeño ensueño visual?
Realmente tuve la extraordinaria suerte de contar con un equipo súper talentoso y profesional. Fue una experiencia especial porque la mitad provenía de Londres y la otra mitad de España (Madrid y Málaga). El choque cultural fue tremendo pero a la vez muy mágico porque mientras que no todos podían siempre comunicarse a través del lenguaje hablado, haciendo uso de este maravilloso medio que es el cine pudimos crear algo juntos.
Tras su paso por la ronda de festivales, ¿hacia dónde irán tus inquietudes? ¿Estás ya con nuevos proyectos o con algún camino en mente?
Proyectos nuevos siempre. Ahora mismo estoy en proceso de creación de cuatro proyectos audiovisuales muy diferentes: dos cortometrajes, uno de ellos experimental, un vídeo musical y un documental –que será mi primero–. En cuanto a un camino, me apetece seguir experimentando y sorprendiéndome, pero mis principales enfoques continuarán siendo los vídeos musicales y el cine, mucho cine.