Yo creo que en general somos todos un poco cagados con las decisiones duras. Nos gusta la seguridad, estar en lo sencillo, en lo que ya está establecido. Porque ahí no tienes tanto riesgo de cagarla. Si hago una analogía con todo lo que he vivido con la película, lo más fácil hubiera sido hacer lo que me decían mis padres: “Hija mía, ya está, ya lo has intentado. Haz unas oposiciones, métete en la tele…”. Tomas un riesgo y te dejas la vida en ello.
Ya sé que no tiene nada que ver con lo que pasa en la película, pero a veces nos dejamos guiar y vamos así, como corderillos. Y, a lo mejor, hay que parar y mirar para otro lado, ¿no? Si me pongo en plan estupenda, pues como Platón en la caverna: estamos siempre mirando una pared, mirando las sombras, e igual hay que parar y mirar hacia atrás y ver lo que está pasando en realidad. Porque realmente no es que estés mal. Es lo que le pasa a Ana.
Cuando hacía las primeras proyecciones en festivales, una mujer me decía, “¿pero qué le pasa? No tiene problemas con el novio, no tiene unos hijos que la agobien.” Y yo pensaba, “toda la problemática la estás teniendo en torno a un hombre, a una pareja –a unos valores estereotipados de la psicología de la mujer”. Vale, todo le va bien, pero igual no se siente realizada y ya está. Es tan sencillo como eso. Somos complejos, los seres humanos. Pasan estas cosas. Hay días que te levantas de la cama y dices, no soy feliz, y te preguntas por qué eres infeliz si te va de puta madre.