“Mujer libre que ejercía su libertad”. Así la presentaba Nadia Arroyo, directora de Cultura de la Fundación Mapfre. Berenice Abbott estudiaba para periodista cuando por el camino fue sorprendida por la fotografía. Tras descubrir que esa era su vocación, y seguido de los cruciales viajes a Nueva York y posteriormente París, la joven fotógrafa –que cabe decir, no nació en el seno de una familia acomodada– empezó a moverse por lugares de encuentro de los artistas e intelectuales más vanguardistas del momento.
En Europa conoce a Eugène Atget, sin cuyo nombre la trayectoria de Abbott no puede concebirse. Por Atget sentirá un profundo respeto, considerándolo gran inspirador. Así se fue forjando una trayectoria profesional que se convertiría, eventualmente, en referente de la fotografía norteamericana de la primera mitad del siglo XX, capaz de vincular los círculos culturales de vanguardia parisinos y neoyorkinos de los años 20 y 30 y su entorno, constantemente cambiante.
Los retratos de Abbott son su rasgo más característico, y la idea de modernidad invade toda su obra. Desde retratos de los personajes más rompedores de la época, a la serie Nuevas mujeres, en las que fotografía figuras femeninas dispuestas a vivir al margen de las convenciones para salvaguardar su libertad. Retratada por Abbott estuvo también la fotogénica Nueva York. Por eso que nace el proyecto Changing New York, realizado entre 1935 y 1939, donde Abbott realiza la documentación fotográfica del crecimiento de la metrópolis a raíz de la Revolución Industrial. Un tipo de fotografía que, pese a su intención de rehuir las pretensiones artísticas y de los supuestos artificios del arte, es mucho más que fotografía documental.