Amar es complicado. Lanzarse a vivir el amor. Sentirlo en las carnes y en la conciencia sin un modelo preestablecido, simplemente, dejándolo ser y arrasar. Amar es complicado y más si decides salirte de la norma. Porque, ahí fuera, parece que no tienes dónde mirar, a qué acogerte. Eres una temeraria. Por eso, hacen falta relatos sinceros, pero amables, que nos sirvan de guía, o por lo menos de consuelo, en esta experiencia tan turbulenta que es la de desear desde los márgenes.
Sara Torres despuntó en el sector del libro el pasado 2022 con su primera novela, Lo que hay. Una historia de autoficción movida por la tensión entre el duelo y el deseo. La madre de la protagonista fallece mientras ella hacía el amor con su nueva amante. Así arranca el libro. Y esta bomba que marca el inicio será la constante del relato. ¿Qué hacemos con ese amor que ha sido arrancado antes de poder agotarse por sí mismo? ¿Hasta dónde dejamos permear el lenguaje del deseo normativo? ¿Y con este sentimiento de culpa, qué hacemos? Sara Torres describe los paisajes de las distintas fases de la experiencia amorosa, que se amontonan y asfixian a la protagonista de Lo que hay.

Ya tuvo su debut como escritora en 2014 con la publicación del poemario La otra genealogía, Premio Gloria Fuertes de poesía joven, con Ediciones Torremozas. A este libro le siguen Conjuros y cantos (Killer 71, 2016), Phantasmagoria (La Bella Varsovia, 2019) y El ritual del baño (La Bella Varsovia, 2021). Vamos, que Sara lleva entre nosotras casi una década, construyendo imaginarios para el deseo disidente. Con su escritura, nos ofrece una visión honesta de las experiencias lésbicas y de las relaciones no monógamas. Sara Torres utiliza una escritura descarnada para darnos a nosotras, lectoras, un cobijo donde sentirnos menos solas.
Lo Que Hay.jpg
Lo primero, felicidades por el Premio Javier Morote a la mejor autora revelación de 2022. Me llama la atención que te sigan considerando autora revelación cuando llevas publicando desde 2014, con una poética ya consolidada y premiada. Parece que subraya las diferencias entre publicar poesía y publicar narrativa, como si la prosa fuese la hermana mayor, la que finalmente te legitima como una escritora ‘de verdad’.
La verdad es que no lo pensé mucho, de algún modo yo también tengo asimilado que aparecer con una novela es casi como llegar de cero, de modo que no me llamó la atención que se recibiera en algunos espacios como una autoría nueva. De alguna forma, todo lo que está ocurriendo con la recepción de mi trabajo es bastante nuevo. También ocurre que, en algunos sitios, dependiendo del contexto, te consideran una autora emergente. Me hace mucha gracia, porque a veces la categoría emergente tiene más que ver con imagen pública, followers en Instagram y la presencia o no de grandes premios que con el trabajo que lleves haciendo con tu escritura a través de los años. Es difícil para mí pensar que soy una autora emergente después de cuatro libros de poesía y uno de narrativa. Pero sí confieso que como novelista me considero tan emergente que ni me considero novelista, porque el lenguaje narrativo nunca ha sido mi lenguaje, así que estoy aún imaginándolo y gestándolo en un huevito.
¿Cómo está siendo la experiencia del éxito de Lo que hay? ¿Te esperabas todo esto?
Sucede una cosa paradójica, y es que ese supuesto éxito me ha pillado aislada, viviendo en Baviera, Alemania, de modo que no lo he vivido como tal. No me ha llenado de dulce o de fiesta el día a día. Mi día a día ha sido estar bastante sola, trabajando en lo académico, leyendo y lidiando con la vida más básica. Así que, sensación de éxito no tengo, ni quisiera tenerla, porque aceptar el concepto de éxito es también aceptar el de fracaso, y ambos me parecen erróneos para contar la vida. Por otro lado, sí que estoy muy alegre y sorprendida al ver cómo la novela está acompañando a la gente en procesos difíciles. En cada presentación hay siempre el abrazo de alguna persona a la que le saltan las lágrimas. Eso es un regalo, porque yo he tenido esa relación de acompañamiento y consuelo con otros libros y, al final, lo importante de la literatura es que te ayude a atravesar la vida.
Volviendo al tema del éxito, es algo que se proyecta por redes. El trabajo de difusión de un libro depende en grandísima medida de la generosidad de personas que deciden apoyarlo libremente porque les ha emocionado. Yo he notado que el alcance de la novela ha ido creciendo cuando personas con muchos seguidores la han leído y la han querido compartir. Eso le cambia la vida a un libro hoy en día y para mí es motivo de agradecimiento: me considero afortunada. También es justo decir que habrá muchas obras buenísimas que no lleguen a tener presencia en redes y por esto tal vez no nos lleguen a las lectoras. Lo que llamamos ‘éxito’ si queremos decir ‘popularidad’ o ‘difusión’ no depende solo de la calidad literaria de la obra.
Alguna vez has comentado que la prosa ha sido una continuación de los temas que ya venías perfilando con la poesía, pero necesitabas un lenguaje que te permitiera ser honesta. Ahora que has resuelto el ejercicio y has conseguido hablar sin refugiarte en lo simbólico, ¿crees que has agotado el tema? ¿Te darías por satisfecha o crees que aún te queda por escarbar?
Necesito una segunda parte, porque siempre hay cosas que no cuentas cuando estás hablando de tu propia vida. A pesar de que el libro entra en pasiones complicadas, hay experiencias y emociones que no he querido tocar para proteger a mi entorno. Y tengo necesidad de trabajar con estas emociones que lo autobiográfico no me permitió sostener. Estoy escribiendo una segunda novela y gracias a que no es autoficción estoy pudiendo entrar en otras cuestiones íntimas. Yo no tengo tanta imaginación como para pensar que seré alguien que trabaja desde mundos ficcionales que no le son íntimos. Mi material de trabajo siempre va a ser la vida. Pero trabajar desde una voz que no tenga mi nombre y apellido me permite otra amplitud. Creo que puede haber mucha más verdad, intimidad e incluso veracidad escatológica en un lugar donde las voces que hablan no llevan tu nombre.
Lo que hay tiene pasajes de una carga erótica brutal, llenos de texturas, de volúmenes y de pesos. Me llama especialmente la atención la presencia del peso de los cuerpos. ¿Por qué motivo tanta insistencia en este factor?
Tiene que ver con escribir lo sexual entre mujeres desde la experiencia lesbiana. Cuando se escribe lo sexual entre mujeres habitualmente se queda en un plano imaginario donde sigue pareciendo irreal y no se entiende la mecánica de los cuerpos. Por ejemplo, en la pornografía mainstream al representar el sexo entre mujeres no se entiende la mecánica de los cuerpos, de modo que el deseo lesbiano por lo general no se identifica ni se excita con ese tipo de pornografía. Para mí era importante representar la mecánica de los cuerpos para poder contar de cerca lo real. Aunque lo real nunca se puede representar del todo, buscaba una alternativa erótica a la pornografía entendida como representación de un tipo de sexualidad sin cuerpo material y sensible. Yo quise invitar a la lectora a poder estar dentro del cuerpo que está viviendo el sexo lesbiano. Que la lectora no mirase las escenas de sexo desde un afuera, sino que fuera participante. Que fueran suyas las manos que tocan y el vientre que se contrae.
En una de esas escenas íntimas, escribes: “En el momento más denso del deseo, cualquier palabra que se me viene a la cabeza está manchada de algún modo con la historia de las palabras que los hombres dijeron de las mujere”. ¿De qué manera se ve condicionado el deseo entre mujeres por la herencia de la mirada masculina?
En la novela se representa bastante bien el efecto que tiene en la narradora desear desde la norma cuando está deseando a su amante. La amante maneja muy bien la performance de género y, al ser actriz, puede ofrecer con maestría determinadas imágenes para alimentar el deseo de la otra, actuar para su deseo. Cuando las minorías sentimos que alguien actúa para nuestro deseo, ofreciéndonos la masculinidad o la feminidad, puede ocurrir que de pronto nos involucremos en la norma con gran intensidad, satisfechas como si nos hubiesen dado un premio al que no teníamos acceso. A veces, al entrar en un intercambio de ideales de género en el espacio sexual, la norma deja de ser un juego, un lugar de actuación y te empieza a asfixiar a ti, porque el juicio estético que lidera el intercambio se vuelve cada vez más normativo. En la novela hay bastante tensión entre el deseo de norma y un afuera de la norma donde poder descansar.
En Lo que hay, las relaciones no monógamas están absolutamente normalizadas. Y me he dado cuenta que nunca había leído una ficción donde el poliamor estuviese integrado de tal forma. Me ha recordado a la reivindicación constante de la representación del colectivo LGBT. ¿Tenías referencias de ficciones con representación de relaciones no monógamas?
Esta referencia no implica directamente la conciencia política de la no monogamia, porque cuando se escribió no estaba en boga, pero creo que me han marcado mucho las novelas de Esther Tusquets, la llamada Trilogía del mar. Ahí profundiza en los distintos vínculos de pasión simultánea que puede sostener un cuerpo.
¿Cómo nos afecta esta falta de referentes?
En las relaciones no monógamas, la carencia radical de referentes hace muy difícil vivir la no monogamia de manera no ansiosa y de forma alegre. La falta de referentes tiene un efecto sobre lo posible. Da igual que el deseo pueda ser no monógamo, porque las emociones están estranguladas en la lógica monógama y sus narrativas. Y aunque tú estés creando tus propias historias y tus propias mitologías, los relatos de la norma están ahí, adheridos a lo emocional, y van a salir cuando más débil e insegura estés. Tal vez desde la calma o en un buen momento de tu vida consigues que tu imaginación esté un paso por delante de las referencias del pasado, pero en cualquier momento de vulnerabilidad puede ganar la angustia, la sensación de desajuste entre lo que aprendiste del amor y lo que estás viviendo en tu vida no monógama. Para poder imaginar y vivir de forma creativa hace falta no estar angustiada. Y los relatos normativos de la monogamia nos dicen que todo lo que ocurre fuera de ella es un peligro para nuestra integridad y autoestima.
Mantener relaciones poliamorosas no nos exime de los gestos románticos. Una desea construir un lenguaje y un imaginario propio con cada uno de sus vínculos, hacerlo singular, y esto, en cierto modo, nos hace sentir culpables. De hecho, cuando copiamos símbolos de una relación en otra, eso sí que se siente como una infidelidad. En un momento escribes, ‘‘busco una flor que no haya regalado nunca y que sepa que no regalaré nunca a D’’. Son los resquicios del amor romántico colándose en nuestra red poliamorosa. ¿Crees que debemos dejarnos llevar por ese pulso o resistirlo? ¿Hay hueco para el romanticismo en el poliamor?
Cualquier vínculo no monógamo arrastra saberes de la monogamia a ese nuevo orden que intenta inaugurar. Porque no amamos de cero, amamos con los lenguajes heredados de la monogamia. Para mí, el romanticismo es el lenguaje que históricamente hemos asociado al amor y está atravesado por la idea de exclusividad. Creo que la única forma que se me ocurre de vivir el poliamor sin angustia paralizante es desde un modo relacional que utilice más los lenguajes de la amistad que los de la pasión romántica. Ahora bien, renunciar a los lenguajes futuristas de la pasión romántica es renunciar a ciertos placeres y promesas de estabilidad y eso no tiene por qué ser deseable para muchas personas.
Otra cosa que ocurre es la identificación con aquello que amamos. Con el paso del tiempo, a menudo sentimos que un vínculo íntimo es nuestra vida, forma parte del yo. Aceptar la libertad radical de alguien que forma parte del yo es conflictivo, pues implica aceptar que no estás en control de tu propia vida. Simplemente, abrirnos a la posibilidad de modelos relacionales distintos, es un acto que potencia las vulnerabilidades. Estás menos protegida y a la vez vives momentos de enorme belleza y verdad. ¿Qué puedo decir? Hay una frase de Esmeralda Berbel que describe perfectamente mi deseo: “Quiero dos cosas: lo extraordinario y dejar de sufrir”. Sé que dejar de sufrir no es posible, pero encontrar un equilibrio entre la experiencia de lo extraordinario y la cantidad de angustia vivida, eso es lo que le pido a un modelo relacional.
En esa mirada con lupa que arrojas sobre los vínculos, entra también la relación madre e hija, casi como el origen y el fin de todas las cosas. Y nos muestra cómo el sistema monógamo se extiende a todas nuestras relaciones, más allá de las relaciones sexo-afectivas. Porque la madre, al final, le exige a la hija un amor incondicional, la atención plena, una prioridad incuestionable, y eso es lo que después le exigimos a nuestras parejas. También le pasa a la protagonista, que se sorprende anhelando un amor incondicional a pesar de haber escogido el amor libre.
Yo creo que nuestras primeras lecciones en lo que es el amor se repiten después en la vida adulta. La narradora vive una intensidad romántica con su madre en la infancia, que marca su dependencia de esa intensidad romántica como adulta. Tal vez el centro de la novela son distintas mujeres buscando entre ellas el amor único y fracasando al entregarlo. Todas buscan algo que no pueden dar. Prometen algo que sostienen con dificultad y contradicción a través del tiempo.