Hace apenas unos días, Lourdes Hernández, Russian Red, visitó España para dar tres conciertos, algo un poco especial. Hace ya bastante desde que la cantautora decidió poner cierta distancia entre ella y los escenarios. Tan solo de forma excepcional vuelve a nuestro país y cierra un par de fechas. Madrid, Barcelona e Ibiza fueron las ciudades escogidas en esta ocasión y en todas ellas propuso formatos algo diferentes: ambientes íntimos y acogedores, cuidados, y poco público. En el caso de Barcelona, el lugar escogido fue Casa Bonay.
Una vez asistí a un directo de Russian Red. De eso hace bastante, unos nueve (¡nueve!) años, en Santiago de Compostela. Ella, con un vestido camisero azul de aire naive, cantaba su álbum debut, I Love Your Glasses. La sala, llena casi al completo. Por entonces no había indie que se preciara (y tuviera una guitarra) que no tocara Cigarrettes. Y hace nueve años, todo el mundo era indie. 500 Days of Summer se estrenó ese mismo año y había pegado fuerte. Y en medio de todo esto, Russian Red, con su belleza tímida, suave, diferente. Musa indie, la llamaban. Era merecido.
Ahora ya nadie es indie. La mayoría de los que entonces tocaban sus canciones hoy pinchan electrónica experimental en algún club. Y, ojo, que no pasa nada. Al contrario, en realidad hay bastante belleza en todo esto. En contemplar, algún tiempo después, la evolución de las personas. Su recorrido. Lo que fueron y lo que son.
Lourdes, por ejemplo. Unos años después de aquel concierto atravesó una época algo turbulenta y una temporada desapareció. Luego, de cuando en cuando, nos llegaba alguna noticias sobre ella. Así nos fuimos enterando de que se enamoró y se mudó a Los Ángeles junto a su marido. De que cambió los escenarios y los estudios de grabación por una antigua iglesia en la que organiza eventos. Y de que, poco a poco, ha ido dando sus pasos en el mundo del cine.
Ahora ya nadie es indie. La mayoría de los que entonces tocaban sus canciones hoy pinchan electrónica experimental en algún club. Y, ojo, que no pasa nada. Al contrario, en realidad hay bastante belleza en todo esto. En contemplar, algún tiempo después, la evolución de las personas. Su recorrido. Lo que fueron y lo que son.
Lourdes, por ejemplo. Unos años después de aquel concierto atravesó una época algo turbulenta y una temporada desapareció. Luego, de cuando en cuando, nos llegaba alguna noticias sobre ella. Así nos fuimos enterando de que se enamoró y se mudó a Los Ángeles junto a su marido. De que cambió los escenarios y los estudios de grabación por una antigua iglesia en la que organiza eventos. Y de que, poco a poco, ha ido dando sus pasos en el mundo del cine.
Y ahora, bastantes años después, al girar en la puerta que da acceso a la Casa Bonay, ahí está, custodiada por sus dos músicos (uno de ellos su marido) que le acompañarán durante el concierto. Ella, tan diferente a aquella musa indie de antaño, luce preciosa: vestido suelto color vino y rosa claro con plumas en mangas y cuello. Su melena corta, color platino. Prepara la voz mientras intercambia unas palabras con sus acompañantes. Es algo tarde y el concierto está a punto de comenzar. Dentro, la sala está llena pero el ambiente es muy íntimo y agradable. Y todos están expectantes por ver y escuchar.
Después, todo fluye natural y sincero, con una energía muy bonita. Como un reencuentro entre conocidos que después de muchos años vuelven a cruzarse en el camino y recuerdan viejos tiempos. Y la verdad es que la mayoría de las veces los caminos transcurren así, improbables. De ahí la belleza de pararse a trazar el recorrido hacia atrás. Y eso fue esa noche: canciones de su último trabajo –el álbum de covers titulado Karaoke (2017)– como Heartache de Bonnie Tyler o Take My Breath Away de Berlin, y bastantes de discos anteriores como Everyday Everynight, Conquer the World o The Sun the Trees de Fuerteventura (2012). “Esta fue una canción que escribí cuando era extremadamente joven”, bromeó Lourdes sobre esta última, tras haber olvidado por un momento parte de la letra. Después de terminarla añadió: “Cuando eres (más) joven ves las cosas y las haces tuyas. La luna, los árboles, todo. Todo lo haces tuyo porque sí, y se me había olvidado”. Incluso hubo tiempo para un momento sorpresa en el que Amaia Romero se unió a la cantante para hacer una cover de Hey, de Julio Iglesias.
Dice Lourdes que, tras estos años, ha descubierto su verdadera forma de estar en conexión con la música y que esto la ha fortalecido y la ha hecho más libre. Y debe ser cierto porque, más allá de lo estético, hay algo diferente en ella. Después del concierto, continuamos charlando un rato más, esta vez directamente con la propia Lourdes, trazando caminos pasados e imaginando futuros.
Después, todo fluye natural y sincero, con una energía muy bonita. Como un reencuentro entre conocidos que después de muchos años vuelven a cruzarse en el camino y recuerdan viejos tiempos. Y la verdad es que la mayoría de las veces los caminos transcurren así, improbables. De ahí la belleza de pararse a trazar el recorrido hacia atrás. Y eso fue esa noche: canciones de su último trabajo –el álbum de covers titulado Karaoke (2017)– como Heartache de Bonnie Tyler o Take My Breath Away de Berlin, y bastantes de discos anteriores como Everyday Everynight, Conquer the World o The Sun the Trees de Fuerteventura (2012). “Esta fue una canción que escribí cuando era extremadamente joven”, bromeó Lourdes sobre esta última, tras haber olvidado por un momento parte de la letra. Después de terminarla añadió: “Cuando eres (más) joven ves las cosas y las haces tuyas. La luna, los árboles, todo. Todo lo haces tuyo porque sí, y se me había olvidado”. Incluso hubo tiempo para un momento sorpresa en el que Amaia Romero se unió a la cantante para hacer una cover de Hey, de Julio Iglesias.
Dice Lourdes que, tras estos años, ha descubierto su verdadera forma de estar en conexión con la música y que esto la ha fortalecido y la ha hecho más libre. Y debe ser cierto porque, más allá de lo estético, hay algo diferente en ella. Después del concierto, continuamos charlando un rato más, esta vez directamente con la propia Lourdes, trazando caminos pasados e imaginando futuros.
Hace cinco años que dejaste España y te instalaste en Los Ángeles junto a tu marido. Desde entonces, nos llegan noticias tuyas pero más de vez en cuando, en especial desde hace tres años, tras cancelar tu gira de Agent Cooper. Ruby Street (la iglesia que habilitaste para eventos), tus trabajos como actriz, tu álbum de covers, y ocasionalmente alguna breve visita a España con un par de conciertos, como fue el caso hace un par de semanas. Pero tu mundo se nos ha vuelto algo lejano... como un amigo que se fue a vivir el sueño americano y a quien hemos perdido un poco la pista. Ponnos al día, Lourdes, ¿cómo te encuentras ahora mismo?
Estoy en un momento muy bueno. En los últimos años he aprendido a diversificar y por fin estoy empezando a recoger los frutos de un cambio de dirección que fue brusco pero que me ha llevado al lugar prometido. La música es mi elemento, no me lo puedo negar, pero existe en mí desde que empecé a cantar, una necesidad de hacer más cosas, de abrirme a otras disciplinas. Casi de explorar otras identidades dentro de mi persona. De ahí la idea de desarrollar un negocio, mi faceta como actriz y otras inclinaciones como la danza y la escritura.
Tu universo musical y estético actual también tiene mucho de ese imaginario del american dream. Por ejemplo, Karaoke, tu último disco, un álbum de versiones que nos sumerge en una ensoñación kitsch, de tonos pastel y brillos; o ya tu anterior trabajo, Agent Cooper, que desde su título hace aflorar en nuestra mente el universo Lynch. ¿El gusto por este idilio americano siempre ha estado en ti o ha sido fruto de estos años viviendo allí?
Siempre estuve un poco obsesionada con los Estados Unidos y su estilo de vida. De pequeña sentía una conexión con este país que no sabía explicar. Tal vez de ahí mi afán por cantar canciones en inglés: crear un sonido diferente al de mi contexto inmediato era una forma de acercarme a la realidad soñada. Y volviendo al tema de las identidades, de explorar esa parte de mí que afloraba de los sueños, pensaba, ‘Y si hubiera nacido en América, ese lugar en el que nunca he estado, como sonaría mi voz?’ Los vibes oníricos de los que hablas vienen de esa necesidad de soñar, donde nada es real, solo el sentimiento. O tal vez esto sea lo único de verdad real.
En cualquier caso, está claro que esa América dreamy, la misma a la que nos evocan artistas como Lana del Rey, no es más que eso, un imaginario. Pero, ¿qué hay de lo real? ¿Cómo describirías la ciudad en la que vives? Tu Los Ángeles.
Mi relación con Los Ángeles es bastante controvertida. Cuando vivía en Madrid era una absoluta enamorada de mi ciudad. Me gustaba todo de ella: lo accesible de la cultura, la comida, la calidad de vida, mi gente y la habilidad de sentirme en una ciudad grande y manejable al mismo tiempo. En Los Ángeles, la tierra prometida, paradójicamente no tengo la mayoría de las cosas que disfruto de una ciudad. Pero la energía que recibo aquí es adictiva. A parte, es aquí donde he encontrado un compañero de viaje tan excepcional (mi marido), lo cual me ha atado mucho más a la ciudad.
Piezas audiovisuales, tus últimos discos, Ruby Street; recientemente has comentado que tienes ganas de centrarte en tu faceta como actriz. Parece que la forma no te preocupa demasiado. Y lo cierto es que en todos estos proyectos está tu sello, parte de tu personalidad y de tu universo personal. Sin embargo, todos tenemos una forma por defecto. ¿Dirías que, a pesar de todo, la tuya es la música?¿Si no cuál?
Sí, la música es el sitio desde donde lo hago todo; es un lugar sagrado para mí. Justo por eso tuve que encontrar un nuevo contexto para continuar haciéndola. La incansable dinámica grabación-promo-gira no encajaba con cómo quería (y quiero) vivir mi vida. Y pensé en que la música tendría que estar adaptada a mi estilo de vida y no viceversa. Creo que pasar por todo esto era necesario para poder evolucionar. Ahora concibo la música como un individuo en sí que tiene su propia necesidad de existir sin que yo tenga que obligarle. Cada cual tiene su proceso. Descubrir que ese era el mío me ha convertido en una persona más sólida y, al mismo tiempo, más libre.
Al final ahí está la clave para evolucionar, ¿no? Ir conociéndose. Ser coherente y sincero con uno mismo. Soltar lastre. Con tu último trabajo, Karaoke, has dicho haber sentido esa mayor libertad. Creo que esto es siempre buena señal y por eso, a pesar de ser un disco de covers, estamos ante un trabajo muy personal, más de autor. En todo esto, siempre hay mayor riesgo, claro. Todo para bien o para mal. ¿Qué fue diferente con este disco?
En este caso, creo que esa sensación de libertad tiene más que ver con el hecho de que, al ser canciones de otros, me permití la libertad de poder crear teniendo una base que no cuestionaba. Parte de ser compositor o artista es cuestionar todo lo que uno hacer para poder llegar a un sitio mejor. O ser capaz de plasmar fielmente un espacio conceptual concreto. Con Karaoke sentí que podía jugar más.
De esa pequeña crisis durante Agent Cooper, lo que en su momento fue una ruptura, fue lo que al final te ha permitido seguir creciendo como artista. El punto de inflexión. Algo como un renacimiento. Y la prueba, tu actuación en Barcelona. Los allí presentes estábamos encantados de verte, la Lourdes actual, y todo tomó un poco esa connotación. El ambiente íntimo, el repertorio, etc. Como un reencuentro entre viejos conocidos que ven fotos antiguas y recuerdan otros tiempos. Pero, ¿y para ti? ¿Qué crees que pensaría la Russian Red que escribía sobre la luna y los árboles de la Lourdes actual, la que vive en Los Ángeles con su marido y está centrada en sus proyectos como actriz?
No se sorprendería demasiado de ver dónde he acabado. Siempre fui consciente de esa necesidad de volar a otros sitios y de escapar un poco del escenario. Me gusta ser performer, poner mis sentimientos y los de aquellos que escuchan a flor de piel. Pero me gusta que el proceso no sea predecible y que pueda hacer uso real de mi estado de ánimo, sin impostarlo.
La única cosa con lo que sí se sorprendería es con lo de ser actriz, porque hace diez años todo me daba mucha vergüenza. Muchas veces pienso que la música nunca fue un fin sino un medio. Lo que me ha permitido crecer y llegar al momento profesional y personal en el que me encuentro ahora. Uno que es más fiel a algo que podría llamar alma.
La única cosa con lo que sí se sorprendería es con lo de ser actriz, porque hace diez años todo me daba mucha vergüenza. Muchas veces pienso que la música nunca fue un fin sino un medio. Lo que me ha permitido crecer y llegar al momento profesional y personal en el que me encuentro ahora. Uno que es más fiel a algo que podría llamar alma.