Sus obras están plagadas de humor, crítica social y personas famosas. Algunas de ellas, como Paris Hilton o Kate Moss, incluso le han comprado alguna pieza. El catalán Lluís Barba ha obtenido un gran reconocimiento, sobre todo a nivel internacional, y es un artista ineludible en las ferias de arte más prestigiosas del mudo. Aprovechamos los últimos días de su exposición la Fundació Vila Casas de Barcelona para conocer mejor su obra y, de paso, descubrir que se puede hablar con él de todo: desde historia del arte hasta política, pasando por sus experiencias y anécdotas en ciudades como Miami o Nueva York.
Trabajas la escultura, la fotografía y la instalación. ¿Cómo y por qué decides decantarte por un soporte u otro?
Va en función de lo que quiero decir. Al final, siempre tienes un discurso, y lo que cambian son las herramientas. A veces, las herramientas escultóricas dicen cosas a través del volumen que con la bidimensionalidad de otro soporte no se pueden expresar. Utilizo el vídeo también, que me parece muy interesante – hay algunos en los que aparecen personajes moviéndose dentro de una obra del año 1500 o 1700. La interrelación que hay entre la obra del pasado y la actual es fascinante.
Tu obra es una crítica de la sociedad contemporánea. ¿Cuál crees que es el mayor defecto (o el aspecto más negativo) que debería cambiar inmediatamente?
La deshumanización. Es el peor, sin duda. Pienso que nos falta mucha tolerancia, más sensibilidad e intentar hacernos eco de los problemas reales que tiene la sociedad. Pienso que cada vez hay un materialismo más cerrado y tendríamos que intentar abrirnos más en este sentido.
¿Qué influencia tiene el arte como herramienta o arma política? ¿Cómo usas la tuya para denunciar lo que no te gusta?
Yo empleo el mismo sistema que usó Charles Chaplin en su época. Nos transmitía grandes tragedias y encima nos hacía reír. Yo tampoco hago reír exactamente, pero quiero que esas tragedias estén dentro de la obra para concienciar a la sociedad, intentar poner ese granito de arena para ver si se puede cambiar algo. Al menos hay que intentarlo. Luego, si la gente lo interpreta o no, es más complicado. Hay personas que, al yo poner a las celebrities, se piensan que no hay nada más detrás de la obra y se quedan, como me dijo una vez un crítico, “en la epidermis” (aunque luego dijo que “entró en la obra” y que le gustó). Eso puede suceder. Por ejemplo, cuando vas a un concierto de música y lo escuchas durante una hora, luego te formas una opinión sobre si es de puta madre o no. Pero una obra de arte muchas veces se observa unos treinta segundos, y es imposible que se pueda interpretar una pieza que has tardado varios meses en hacer. Esto una reivindicación que siempre hago: hay que observar más y reflexionar más frente a una obra de arte.
La crítica social que haces con tu arte es irónica e incluso satírica. ¿Por qué elegiste el humor y no otra forma de reivindicación más combativa o reaccionaria?
Yo pienso que hay que utilizar, como te decía antes con Chaplin, herramientas digeribles, porque al final el público está todo el día viendo tragedias a través de la televisión y la prensa. Estás comiendo, mirando las noticias, y se te atraganta la comida. Hay que explicar las cosas de una forma inteligible y que la gente pueda, sin padecer, darse cuenta de los problemas que hay.
¿Cuáles crees que son los artistas políticamente reivindicativos más interesantes del momento y por qué?
Reivindicativos no sé. A mí me parece que Marina Abramovic es muy interesante en cuanto a reivindicación. Hay más, pero separaría un poco lo que es la política de lo que es el arte. Antes ponía políticos en mi obra, y ahora los he quitado a todos. No quiero poner ninguno porque he llegado a la conclusión de que hay una mediocridad tan salvaje en la política, que no se merecen estar en la obra ni para criticarlos. No vale la pena ni ponerlos. Por ejemplo, en el Guernica [hecho por mí], hay un tanque que está lleno de flores, como un Dolce&Gabbana, para desmitificar la violencia, conducido por el Papa Benedicto XVI, y enfrente hay una mujer absolutamente desnuda con un tatuaje de Mondrian. Esto es la imagen que me vino a la cabeza para representar al hombre que se puso enfrente de los tanques en Tiananmén y los paró, por más enormes que fueran. Simboliza el arte contra la guerra.
Los referentes artísticos de tus obras son muy explícitos: de Rafael a Andy Warhol, pasando por El Bosco, Picasso, Damien Hirst y Jeff Koons. ¿Qué influencia han ejercido estos personajes en tu vida y en tu obra?
Podríamos empezar con Duchamp, que extraía los objetos del lugar. Cuando vas al váter, un urinario es un urinario, pero lo colocas en medio de la galería y cambia completamente de simbolismo y de significado. También tienes a Rembrandt, que a través del claroscuro ha influido a la televisión, el cine, la fotografía, etc. Mondrian nos enseñó la masa, el volumen y el color. A través de él sabes si un cuadro se cae o no se cae. Esto lo estudié en la Massana. A veces no soy consciente de todo lo que me han enseñado, pero luego si lo piensas ves la influencia que han ejercido. Por ejemplo, cuando una mujer me dijo que quitara a Megan Fox de una obra, vi que si lo hacía se me rompían las líneas de color y el cuadro “se caía”, y esto lo aprendí gracias a Mondrian.
En tus piezas fotográficas aparecen personajes de forma recurrente como Paris Hilton, Lady Gaga, Angelina Jolie o el Papa. ¿Por qué ellos y no otros?
Cuando busco el glamour, siempre me llaman la atención personajes que me aporten elementos. Cuando Paris Hilton sale a la calle es como una especie de obra de arte. Yo sería incapaz de salir como lo hace ella. Entonces, te das cuenta de que aportan algo, están rompiendo unos estereotipos. Lady Gaga, por ejemplo, ahora ha estado en Londres viendo mi obra. No he obtenido mucha respuesta, lo que significa que muy halagada no se ha sentido. Cuando la pongo con el vestido de carne estoy haciendo una crítica social muy bestia, porque en un momento de crisis tan fuerte, salir a la calle con un vestido de carne cruda me parece demasiado osado, muy bestia. Para mí, el mundo va a dos velocidades, entre los que tienen glamour y los que no lo tienen, y estos personajes son muy simbólicos de este funcionamiento.
También aparecen personalidades como Karl Lagerfeld, Kate Moss o Devon Aoki. ¿Qué influencia ejerce el mundo de la moda en tu trabajo?
Para mí es importante. El mundo de la moda es, por un lado, vacío y frívolo; pero por el otro, hay una creatividad que, a veces, los modistos tienen en cuenta (y otros no). A mí me parece que, como hace Arata Isozaki en arquitectura, los modistos deberían adaptarse al terreno. Él estudió los parámetros de la montaña de Montjuïc para construir el Palau Sant Jordi. Creo que la moda debería adaptarse igual. Personalmente, uno de las modistos que me encanta es Issey Miyake: su perfume, el concepto que transmite, su moda, todo. Una vez vi un desfile que me impresionó porque las modelos llevaban unos sombreros (o algo parecido) que, a través de un magnetismo, flotaban separados de la cabeza. Cuando aparecen estos elementos, tanto formales como conceptuales, me interesa la moda. Cuando es frívola y no aporta nada, no.
En algunas de tus obras apareces tú en medio de estos personajes. ¿Por qué?
Es la primera virtualidad que se me ocurrió, porque me gustaría estar en un estudio de 1700 con David de Teniers, por ejemplo. ¿Por qué no me puedo poner? Además, me gusta mucho Eduard Punset, y una vez explicaba que, cuando las referencias externas entran en el cerebro, lo hacen de forma separada y tú reconstruyes la imagen virtual razonada según nuestra especie. La cuestión es que esto me hizo entrar en el cuadro. Luego vinieron los fotógrafos y finalmente los turistas. ¿Por qué van a un museo y no pueden entrar dentro del cuadro? Esto me pareció muy interesante y dije, “venga, vamos a crear una relectura del arte del pasado confrontando el arte del presente y sus personajes”. He adaptado obras anteriores al lenguaje actual porque no me gusta aburrirme.
En algunas de tus obras haces referencia a tu propio trabajo (por ejemplo: en La Vicaria. Mariano Fortuny aparece tu autorretrato de Francis Bacon). ¿Cuál es la finalidad de esta auto-referencialidad?
Es el espejo. Llega un momento en que necesitas nutrirte de tus propias referencias. Aunque es cierto que me gusta poner a otros artistas que yo admiro y que se adaptan muy bien como Oldenburg, Koons o Hirst (que me gustan porque han roto con muchas cosas), poner mi obra es interesante en el sentido de que sirve de espejo: así como me miro en los demás, también debo mirarme a mí mismo. Poner mis obras enriquece la propia obra.
Actualmente tienes dos exposiciones en Barcelona: una en la galería de arte Contrast y otra en la Fundació Vila Casas. ¿Se podría decir que estás en tu mejor momento a nivel de reconocimiento artístico?
No lo sé. Tampoco es que me preocupe mucho. Mientras me dejen trabajar, soy feliz. Si luego la gente se interesa, pues te estimula. Pienso que el artista crece a través de los estímulos. Me doy mucha cuenta, sobre todo en Barcelona, ya que vivo aquí y conozco artistas que no han podido salir y tienen estímulos negativos y empiezan a dudar de su propia obra. A mí no me sucede porque veo un reconocimiento, sobre todo fuera. Pero debo admitir que me ha sorprendido positivamente la receptividad que ha habido aquí. Mucha gente ha visitado ambas exposiciones y han tenido repercusión en los medios. Tal vez es la primera exposición importante que hago en Barcelona (antes había expuesto en galerías), y tenía ganas de hacerlo porque soy un romántico. Jaume Plensa decía “yo tampoco tengo galería en Barcelona”, pero bueno, yo ahora la tengo y como soy un romántico, me gusta exponer en mi ciudad. Además es mi taller, he trabajado aquí muchos años. Como reivindicación, debo decir que me gustaría que hubiera una feria de fotografía, o una en que no solo acepten artistas jóvenes y emergentes de menos de 35 años porque eso hace que sea muy difícil exponer en mi propia ciudad.
¿Qué significa para ti tener una exposición en un espacio tan importante para el arte catalán como es la Fundación Vila Casas?
Para mí ha sido un placer, porque exponer en mi casa me hacía mucha ilusión. Hacía tiempo que no veía algunos amigos y aparecieron el día de la inauguración, y esto te llena. Que tu familia y tus amigos puedan ver lo que haces es gratificante. Recuerdo que cuando hice El Jardín de las Delicias en 2007, mi mujer tardó dos años en ver la obra porque, si no viajaba conmigo, era imposible. La pieza viajó a Nueva York, Miami e incluso a La Habana. En todos los sitios, menos en Barcelona, donde ha aterrizado casi 8 años después. Te sabe mal que el sitio donde estás pariendo la obra sea el último donde se exponga. Me ha hecho mucha ilusión, y estoy muy agradecido tanto a Gloria Bosch, la curadora que me ha elegido, como a Vila Casas, que es quien está apoyando el arte catalán.
Después de estas dos exposiciones, ¿cuál es el siguiente paso?
De momento iré a Miami, ya que tengo la inauguración del Guernica en un edificio de allí (un mural). También iré a Nueva York en octubre, donde tendré una exposición en la galería Cynthia Corbett, luego vuelta a Miami para Art Basel, y finalmente Turquía porque me exponen allí también. Voy haciendo sobre la marcha, tampoco me agobio. Prefiero ir trabajando y, a medida que salen las cosas, me planteo si viajar a un sitio o no.
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