Ha vivido en Mali y no hace mucho que aterrizaba en Madrid tras una residencia artística en Nigeria. Gloria Oyarzabal se implica a fondo en sus trabajos, y es que la investigación, el conocimiento y, sobre todo, tratar de evitar los prejuicios y retratar escenas desde una mirada que lo convierte todo en exótico es crucial. No le gusta definirse, y la verdad es que sería difícil intentarlo: el fotoperiodismo, el documental, el arte, la performance e incluso el cine son las diferentes disciplinas que se entrecruzan en su trabajo. Hoy descubrimos su interés por ir más allá y capturar la esencia de lo que ve tras la cámara.
Para empezar, ¿quién es Gloria Oyarzabal?
Soy muchas cosas a la vez: fotógrafa, a veces artista, investigadora, ávida de conocimiento para analizar y comprender situaciones injustas, activista, escéptica, observadora y escuchadora, y por supuesto, madre y compañera.
Tus trabajos siempre tienen aspecto vintage o retro, con mucho ruido y filtros. ¿Te consideras una nostálgica?
No uso filtros en el momento de la toma fotográfica, aunque es verdad que ahora estoy experimentando con superposición de veladuras de color muy trabajadas sutilmente en parte de las imágenes de archivo de mi nuevo proyecto. Me ayuda a otorgarles un aspecto onírico envolvente. El ruido es el que me encuentro. Ten en cuenta que suelo utilizar soportes muy variados, muchos de ellos analógicos como Polaroid o Instax, que ya de por sí tienen ruido. También material encontrado en mercadillos como placas de cristal, postales o fotos antiguas. No sé si es nostalgia o un simple placer estético cromático.
A veces he manipulado las imágenes de archivo con trama de mapa de bits para electrificarlas y hacerlas aún más incómodas. Eran documentos de los terroríficos años de colonización belga: amputaciones, latigazos, etc.; un verdadero genocidio. Cuando hago esto intento que se vea que claramente es intervención mía, no juego a hacer un falso histórico. Más que nostálgica, tal vez venga de mi vínculo con el cine experimental. A veces veo una imagen y la manipulo en base a un ruido, un sonido, un movimiento repetitivo, a mi imaginario cinematográfico, etc.
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Viendo tu trabajo da la sensación de que abarcas muchísimos géneros dentro de la fotografía. ¿Eres fotógrafa documental, fotoperiodista, foto ilustradora, fotógrafa artística?
Me pones en un compromiso. No, no soy fotógrafa documental (tal vez sí archivista en parte de las muchas capas de mis proyectos), ni fotoperiodista y tampoco soy fotoilustradora, no domino tanto el Photoshop (risas). Salgo de Bellas Artes y mi acercamiento, si quieres, es más plástico, me apoyo en un concepto. Hace unos días estaba invitada a Revela-T Festival de Fotografía Analógica porque exponía y daba una conferencia.
En estos eventos se discuten temas constantemente presentes y evolutivos. Uno de ellos fue cómo se están diluyendo las líneas que separan el fotoperiodismo de la fotografía conceptual-creativa-artística, o como quieras llamarla. Ya no nos tenemos que encajonar en una estantería definida, limitada y acotada. El artista plástico puede apropiarse de un lenguaje fotoperiodístico y viceversa. Rabih Mroué, artista visual, performer, autor teatral, etc. lo hace en su proyecto sobre los francotiradores en Siria.
Entonces, mejor huir de las etiquetas. 
Hay una parte en mi trabajo a la que llamaría docu-ficción. Parto de una historia que me llama la atención y voy tirando del hilo hacia atrás y hacia delante (pasado y consecuencias). Pero mis imágenes tal vez no estén tomadas –ninguna de ellas– en esos lugares de los que hablo. En mi proyecto La Picnolepsia de Tshombé, por ejemplo, hablo de un personaje de la historia de la República Democrática del Congo, de cómo acaba acogido por Franco, de su secuestro en Mallorca, su encarcelamiento y muerte en Argelia , y muchas otras cosas. Y la verdad es que nunca había estado en el Congo (aunque posteriormente sí que lo he podido conocer), ni en Mallorca, ni en Argelia.
¿Influyes o manipulas de alguna manera lo que captas con la cámara, aparte de, por supuesto, poner tu mirada y punto de vista?
Todos los fotógrafos influimos y manipulamos simplemente al poner nuestra mirada, encuadre, punto de vista. Yo hago paisaje, retrato, autorretrato, foto de estudio, bodegón, documento mis performances, etc. Me sirven casi todos los géneros para ir más allá. Creo mucho en el poder y responsabilidad del fotógrafo, del potencial y del poder que tienen tanto un fotoperiodista como un fotógrafo artístico para levantar pasiones, aclarar nebulosas ideológicas, corregir errores históricos y, sobre todo, generar debate, provocar pensamientos nuevos.
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Me impactó mucho tu trabajo con un hombre de la República Checa, ¿cómo es trabajar con realidades tan crudas?
Si te digo la verdad, no veía la crudeza en sí, era pura admiración. Ivosch era un ser con una integridad envidiable. Estar con él era toda una experiencia: horas y horas escuchándole junto a sus amigos cantar canciones clásicas checas, de amor, tristes, pícaras, juerguistas, ¡a veces acababan llorando de risa! Comer todos juntos, y beber y beber. Su historia es cruel, más que cruda. Durante la época comunista, siendo muy joven, fue profesor de natación. Luego tuvo que hacer su servicio militar obligatorio.
Cambiando una rueda a un camión, el gato venció y le aplastó, dejándole paralítico de cintura para abajo. Muchas operaciones infructuosas después le llevaron a una resignación inevitable. Nunca quiso adaptar su entorno ni tener una casa para minusválidos. Era cabezota. Podría contar más dramas du su vida pero creo que no es el lugar. Una vida llena de negligencias gubernamentales con consecuencias indignantes. Tal vez este sí sea mi trabajo más puramente documental. Aunque utilicé una cámara de medio formato, que no es nada ágil: te invita a reflexionar el momento, el encuadre, la composición.
Cada uno de tus trabajos fotográficos es una verdadera inmersión en historias reales, te implicas mucho en cada una de ellos.
Pulsión obsesiva. Tuve una época en la que me acompañaban tres o cuatro ‘fantasmas’ en mí día a día y se me aparecían a la vuelta de la esquina aleatoriamente. Bueno, ¡y ahora se me aparecen otros! Quiero decir que, cuando hay algo que te llama la atención, pasas por momentos de investigación lúdicos y emocionantes, y por otros de desarrollo que pueden llegar a ser frustrantes. Afortunadamente, no todos mis proyectos son rocambolescos. A veces simplemente cojo un tema y lo repito hasta la saciedad, como una especie de gimnasia.
Echando un vistazo a tus trabajos, dejas entrever que te interesan los lugares alejados de tu realidad, ya que tú vives en Madrid. ¿No crees que en ocasiones puede resultar peligroso intentar plasmar la esencia de algo cuando es una realidad tan alejada a la tuya?
Sí, hay que tener mucho cuidado en no caer en el exotismo de la primera mirada. Esa mirada hay que saber combinarla con los valores y la ética. Yo evito con todas mis fuerzas llegar, robar una foto y salir corriendo. Ahora sí que vivo en Madrid, pero estos últimos años me he movido bastante con los niños y el perro. Estuve unas cuantas veces en la República Checa. Y cuando me fui a vivir a Bamako estuve muchos meses sin poder coger la cámara. No era mi primera vez en el continente africano, pero sentí un rechazo absoluto ante la fotografía exótica. El paisaje, la belleza del cuerpo, las mujeres hermosas con telas coloridas, los niños sonrientes, etc.; no quería caer en eso. No podía seguir alimentando un imaginario que, sin saber muy bien por qué, me irritaba.
Me puse a leer sobre cómo se había creado maquiavélicamente durante siglos la idea de África, cómo ese imaginario colectivo occidental seguía construyéndose siempre en detrimento del ‘otro’ y a favor del privilegiado. En la invención del Bon Sauvage descubrí el concepto de negritud creado por Senghor y Aimé Cesaire, o lideres anticolonialistas como Sankara y Lumumba. Me sirvió para aclarar mi mirada y darle una vuelta. Y es que creo que es esencial la responsabilidad del que vuelve a casa para generar un imaginario colectivo, sea en la disciplina que sea: fotoperiodismo, escritura, fotografía conceptual, lenguaje cinematográfico, pintura, escultura, teatro, danza, etc.
“Hay que tener mucho cuidado en no caer en el exotismo de la primera mirada. Yo evito con todas mis fuerzas llegar, robar una foto y salir corriendo.”
En tu obra Ophelia aparece el desnudo femenino, ¿qué quieres transmitir con él?
Me fascinaban el cuadro de Ophelia de John Everett Millais y la época en la que fue pintado, la hermandad prerrafaelita, la modelo del cuadro, los pintores de la época y su relación con las drogas del momento. Y por supuesto, también el personaje de Hamlet y su muerte tan cruelmente absurda. Ahora, con distancia, veo mi primer acercamiento a un activismo feminista que, diez años después, puedo defender con un discurso más sólido.
En aquel entonces seguí mi instinto, la necesidad de hacer algo con mi cuerpo, de hacer performance en la naturaleza. Pensaba en cuerpos mutilados metafóricamente, en situaciones extremas, extrañas, en la extenuación (ligada a mi interés por la danza contemporánea), en lo femenino entregado a las pasiones y a la irracionalidad, irónicamente hablando. La mujer se va transformando, a lo largo del siglo XIX, de madre de dios/a a ‘mascota’ o talismán de la buena suerte.
Has mencionado antes una de tus últimas obras, La Picnolepsia de Tshombé, en la que observas y analizas la historia para comprender las consecuencias o impacto que han tenido actos del pasado. Entiendo que este proyecto no se ha originado simplemente a través de la fotografía sino que has tenido que utilizar material de archivo. Al final, se convierte en un verdadero trabajo de investigación, ¿no?
Caí en la historia de Tshombé hace casi diez años en una edición de Documenta Kassel y aluciné. Cuando volví en 2014 a España después de mis años en Mali y en Francia me permití volver a desempolvar la fascinante historia. Durante el máster en Creación y Desarrollo de Proyecto Fotográfico en Blank Paper empezó el embrión de esta aventura. En ese momento mi mirada ya era otra, mi discurso era más sólido. Y sí, efectivamente, me puse a tirar del hilo, ¡y fue increíblemente enriquecedor! La historia de este personaje responsable del asesinato de Lumumba es ya de por sí fascinante, pero tenía que saber más sobre el porqué.
¿Y cómo seguiste a partir de ahí?
Mirando hacia atrás acabé en esa pesadilla terrorífica que fueron los años del Estado Libre del Congo y el genocidio que hicieron el rey Leopoldo II y los belgas: amputaciones, torturas y violaciones, hasta acabar diezmando la población de un territorio cinco veces más grande que Bélgica a casi la mitad. Pero ¿por qué había acabado secuestrado este personaje? Franco, la CIA, Argelia, la ONU, mercenarios occidentales, Mobutu, etc. Pude hilarlo buscando durante años imágenes dentro de mi cabeza, mi mirada, archivos; un enorme puzzle.
De ahí me permito ‘divagar’ en la creación de El Dorado, en esos paraísos de cartón piedra, murales de exotismo, posters de estudios fotográficos africano, etc. Y finalmente, los manteros, uno de los máximos exponentes de las contradicciones sociales de nuestro sistema, consustancial al neoliberalismo colonial en el que vivimos. Como verás me permito ciertas licencias que tal vez un fotoperiodista no podría o no debería. Aunque no quiero tampoco entrar en la moral de cada profesión. Simplemente, creo en los valores humanos.
El material de archivo ha sido otra capa de expresión que me ha permitido poner imagen a información que me iba encontrando. El texto de periódico lo trato como una imagen; una foto de un mercadillo con niños negros desfilando me sirve para hablar de la colonización de la mente; o una placa de cristal de un zoo y una postal de los años 80 de una playa paradisíaca las incluyo en el mosaico del concepto de paraíso. Es el lenguaje que he usado para este proyecto.
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El texto es muy importante también en tu trabajo. ¿Crees que se necesita de esas simbiosis texto-imagen para entender lo que quieres transmitir?
No creo que sea una relación simbiótica porque no en todos los casos pongo texto. Y a veces es muy corto. Pero no me importa tener que tirar de una explicación en ciertos proyectos. Si planteo una historia de estructura narrativa lineal, y mi lenguaje no siempre es accesible –hasta podría decirse encriptado–, el texto otorga la posibilidad de informarte más. Cuento con la curiosidad del espectador. Me gusta mucho contar con la implicación del que te intenta entender. Si no has entendido algo, lo buscas. Quiere decir que el efecto intriga ha tenido resultado.
Además de fotógrafa, fuiste cofundadora de la Sala de Cine Independiente La Enana Marrón, una sala que existió de 1999 a 2009 y que proyectaba cine independiente y experimental. ¿Qué vínculo te une al cine? ¿Es inspiración en tus creaciones fotográficas?
Absolutamente, no lo puedo evitar. Mi vínculo viene a través del amor (risas). Mi pareja es cineasta, hace documental de autor. Desde hace muchos años colaboro en parte del proceso de creación, sobre todo en los rodajes. Con lo cual es inevitable, el imaginario cinematográfico me acompaña. Tengo la suerte de poder ver bastante cine y cuando puedo veo clásicos: Godard, Agnes Vardá, Chantal Akerman, Pasolini, Tarkovsky, Weissman, Wim Wenders, Jim Jarmush, etc. Son muchos y muchas. Y sí, seguramente en parte esa estética me envuelve.
En uno de tus proyectos tratas el tema de las proyecciones de películas al aire libre en Bamako. Me sorprende que ya solo se puedan proyectar películas antiguas y que cada vez estén en peores condiciones, pero se les permita proyectar cine porno.
Sí, mi proyecto Once Upon a Time son fotogramas de película porno en formato grande y en GIF que me encontré en un cine al aire libre en Bamako. La historia de este cine es pura frustración. En la película documental que rodamos en Mali durante nuestros años ahí (CC1682) salen los habitantes de este cine, entre otros muchos personajes, hablando de esta paradójica situación. Ahora les hemos podido conseguir un proyector que ha ayudado a simplificar un poco sus problemas, pero no tienen ningún apoyo por parte del Ministerio de Cultura maliense.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que es un país con un islamismo presente pero no demasiado tajante. No quiere decir que esté permitido el porno, pero se hace un poco la vista gorda. Lo mismo que con el alcohol, la prostitución, etc. Por el contrario, no hay violencia en la calle ni se tolera el robo. Bamako es uno de los lugares en el que yo me he sentido más segura. En Mali el verdadero problema está en el norte, casi podría decir que es ajeno a los malienses. Lo que pasa en el vasto desierto del norte es algo más complejo.
También es verdad que este era el único cine que proyectaba pornografía que conocí ahí. Lo que más me llamaba la atención es que era todo cine de blancos, películas que venían de Francia. La mujer blanca en muchos lugares del continente está idealizada, al igual que en Occidente la mujer negra está hipersexualizada. Ambos errores con distintas consecuencias, por supuesto.
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Has ido repitiendo tu experiencia viviendo en Bamako. Entiendo que fue y es máxima inspiración en tu obra.
Muchísimo. No puedo más que mirar atrás y agradecer el haber podido analizar in situ. Y aún hoy sigo nutriéndome de esa dinámica de estudio e investigación que adquirí en su momento. En esos años aprendí a escuchar y observar antes de juzgar. Cuando llegué, mi ‘blanquitud’ (por supuesto, inevitable) me llenaba de indignación. Y esta me impedía analizar para comprender. Tuve que aprender a cambiar mi modo de acercamiento. No quiere decir que lo consiguiese ni que fuese consciente en ese momento, pero estaba viviendo un proceso. Mi experiencia maliense fue un regalo, un antes y un después.
¿Nos puedes adelantar algo de tus próximos proyectos o cosas en las que estés trabajando?
La vida, o mejor dicho mis energías, me siguen llevando al continente. En otoño del 2017 me fui un mes y medio a Lagos (Nigeria) como seleccionada en las residencias artísticas Ranchito Matadero. Y pasó lo que me imaginaba, aunque no puedo evitar mi sorpresa a posteriori: llegué con un proyecto sobre el feminismo africano y salí con la tortilla dada la vuelta y mi discurso mucho más equilibrado. O eso creo yo, porque este proyecto es a largo plazo.
Llegué con la intención de no juzgar, con orejas y ojos bien abiertos, y volví con un activismo en pos de una parte de la colonización no tomada en cuenta que afecta a los discursos feministas occidentales que distan de ser universales. Gracias a una beca de producción que acaban de otorgarme, MAV (Mujeres en la Artes Visuales), dentro de la Bienal Miradas de Mujer, voy a poder continuarlo. El proyecto se llama Woman go no’gree y se va a mostrar en distintos espacios de igualdad de la Comunidad de Madrid, en Intermediae, una exposición colectiva, Feminismos y feminidad.
También gracias a un premio que gané el año pasado en Landskrona Foto Festival (Suecia) voy a poder publicar mi primer fotolibro. Dentro de un mes estará listo. Por otro lado, estamos arrancando un nuevo proyecto cinematográfico en el que preveo que estaremos inmersos años.
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