Inés: El mundo de los hoteles siempre me ha fascinado, desde muy pequeña sabía que quería dedicarme a esto. Todo lo que me gusta está dentro de un hotel: la gente, la comida, la decoración, la cultura, el diseño… Hace 10 años empecé a trabajar en el sector. En varios viajes a Londres o Berlín me sorprendía ver como gente de nuestra edad iba a hoteles, mientras nosotros íbamos a los bares. En Barcelona, en ese momento, el único hotel que había conseguido movilizar al local era el Omm. Fue ahí donde trabajé en hostelería por primera vez. Después de dejarlo, decidí empezar a redactar el primer proyecto de Casa Bonay: un hostal en el que todo el mobiliario estaba a la venta. Intenté moverlo sin ningún éxito. Para entonces, estaba en una cadena de hoteles y decidí que si quería seguir con el proyecto tenía que ir a trabajar fuera, en algún concepto con el que compartiese la filosofía de enfocar la hostelería. Después de muchas búsquedas, encontré un grupo hotelero que se llamaba Ace; estaban a punto de abrir su primer hotel en NY. Les envié el proyecto de Casa Bonay y fui a trabajar para ellos durante tres años. Era un momento muy interesante, una empresa pequeña en pleno crecimiento.
En 2012, en Barcelona, mucha gente quería invertir en hoteles; había edificios pero faltaban ideas. Mi etapa en NY de alguna forma se había acabado, quería volver, echaba de menos la calidad de vida de aquí. Lo hice y empecé a mover el proyecto otra vez junto a Luis Rullan, aprovechando la evolución que había adquirido durante aquellos años. A Luis lo conocí cuando estaba acabando la carrera, lleva más de 40 años en la industria hotelera. Después de un proyecto fallido en la calle Jonqueras, por cambios en la licencia de Ciutat Vella, y tras haber visto otros seis edificios, encontramos Gran Vía 700, Casa Bonay. Nos asociamos y compartimos la marca. Estuvimos dos años de permisos y obras y, desde hace un mes, estamos abiertos.