A los 12 años Agustina se quedó sin Jaime, su padre. Él, militante de izquierdas y homosexual en la clandestinidad, dejó como legado infinidad de cintas de vídeo con las que ella indagaría sobre su –desconocido, para muchos– pasado. Años después nace su ópera prima, El silencio es un cuerpo que cae, testimonio de la historia personal de Jaime que refleja, a su vez, la situación política, social y cultural de Argentina a finales del siglo pasado. El film, que ha formado parte de la 25ª edición del Festival de Cine Independiente L’Alternativa, ha sido premiado con el galardón a Mejor Largometraje por su hábil y desafiante capacidad de mostrar las complejidades de una época desde lo más íntimo. Una hija orgullosa que rinde un conmovedor y valiente homenaje.
Antes de nada, felicidades, Agustina, por haber ganado el premio al mejor largometraje del Festival L’Alternativa con El silencio es un cuerpo que cae. ¿Cómo recibes este galardón?
Es un orgullo para mí recibir un premio en el marco de un festival tan hermosamente curado como L’Alternativa.
Viniendo del mundo de las letras y siendo guionista de formación, este es tu primer largometraje como directora. ¿Cómo es esto de debutar en el cine con una pieza tan personal?
Creo que no podía ser de otra manera. Las primeras películas son siempre, o casi siempre, producto de eso con lo que cargamos. Tienen el peso de lo que nos acompañó siempre. Quizás incluso, de eso que avivó en nosotrxs esa necesidad de narrar.
¿Cómo y cuándo empieza el proyecto de este largometraje?
La película se desprende de un proceso personal bastante largo de revisar la historia familiar –un gesto muy recurrente entre quienes fuimos huérfanas a temprana edad. Revisar como parte de la búsqueda de identidad. Por eso mismo, este proceso no tenía la voluntad de convertirse en obra, era algo personal. Desde muy joven participo de espacios políticos y me fue inevitable empezar a leer mi propia historia en esa clave. Las persecuciones fueron políticas, las muertes por VIH también. De repente, una historia que hasta entonces había sido tan mía empezó a tener otro peso.
Cuando la contaba, tejía ciertas relaciones y notaba que el relato resonaba en el/la que lo escuchaba. Al mismo tiempo, encontré el material de archivo que filmó Jaime. Entonces apareció esto que se parece a un pedazo de su mirada, y ahí entendí que la versión pública de mi historia iba a tener la forma de un documental. Claro que cuando empezó a tomar forma dejó de ser esa historia tan personal; viró, cambió de forma, y empezó a ser en función de ese relato público.
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En el film dices que visionaste más de cien horas de grabaciones que tu padre realizó durante tu infancia. ¿Cómo fue el proceso de elección de las imágenes? ¿Cómo diferencias las que forman parte del largometraje y de las que decides prescindir?
En un comienzo, el material de archivo no iba a formar parte de la película. No me parecía interesante, lo entendía como un documento personal. Me pasaban cosas, como frustrarme porque mi padre casi no aparece en los videos por ser él quien filmaba. Con el tiempo, una toma distancia, y con ello viene cierta lucidez. Entonces apareció el otro riesgo, ‘hacer hablar’ al archivo, hacerle decir cosas que no dice. Me acuerdo de que una amiga me dijo que lo tenía que peinar a contrapelo, y un poco a raíz de esa charla, aparece esta idea de mirar en él la educación en la heteronormatividad. Y ahí aparecieron cosas a borbotones. A partir de pensar el archivo en esa clave se ordenó lo que sí y lo que no era útil a la película.
Para la realización del film recurres a fuentes personales del pasado de Jaime, que forman parte de una etapa que es, para algunos de su círculo cercano, desconocida. ¿Cómo fue este proceso de búsqueda e indagación de testimonios? ¿Has sentido que había predisposición a colaborar en una cosa tan íntima y sobre todo personal del pasado de tu padre?
Creo que fue lo más rico, donde más aprendí, donde se jugaron los vínculos afectivos, los límites, los miedos. Es muy potente lo que pasa en un documental entre quien cuenta la historia y sus protagonistas. Hay un compromiso ético que nunca se puede perder de vista, y al mismo tiempo, es de un delgado filo. Por ejemplo, en este caso, había una voluntad por mi parte de que hablasen personas que quizás preferían no hacerlo. La particularidad tiene que ver con la cercanía, con el cariño –primero con mi papá, y después conmigo, por extensión. Entonces, creo que muchos y muchas hicieron el esfuerzo. Y en el medio aprendimos a ‘decir’, juntxs.
La historia personal de tu padre refleja, a su vez, la crispada situación política, social y cultural de Argentina de finales del siglo pasado. En el film se dice que se pensaba que ser homosexual corrompía el espíritu revolucionario. ¿Cómo es tan incompatible la libertad sexual y el activismo político, cuando ambos se tratan de actos revolucionarios y progresistas?
Es muy complejo. Creo que una de las amigas de Jaime, Susana, lo define muy bien. Los partidos de izquierda, al menos en Latinoamérica, tenían una impronta moral muy fuerte y fueron sumamente dogmáticos. La sexualidad era entendida como algo de naturaleza individual, y lo que importaba era solo la revolución, que es colectiva. Es un error muy grande porque nada se transforma si primero no nos transformamos. Así y todo, sí tenían mucha claridad respecto al peligro del capitalismo (hoy podríamos pensarlo como neoliberalismo). Creo que son luchas que deberían aunar fuerzas.
Y por momentos observo que las luchas LGBTIQ han perdido la fuerza corrosiva, se han ‘aggiornado’: ya no son luchas que buscan cambiar la realidad y pelear contra la injusticia, sino que se vuelven muy funcionales al sistema. Lo mismo pasa con el feminismo. Hay un feminismo de conquista de derechos, que está muy bien, pero hay otro que es verdaderamente poderoso y que va a por todo. Quiere transformarlo todo. Ese feminismo es antifascista, antirracista, antihomófobo. Creo que ciertas corrientes están incurriendo en el mismo error que las organizaciones políticas y sociales de los 70, que es no entender que tenemos que cambiarlo todo porque el mundo está muy feo.
“Las primeras películas son siempre, o casi siempre, producto de eso con lo que cargamos. Tienen el peso de lo que nos acompañó siempre.”
Actualmente, Argentina vuelve a vivir una situación turbulenta: la llamada ‘Macrisis’, la lucha (de momento fallida) para legalizar el aborto, etc. ¿Ves alguna semejanza con la época que le tocó vivir a tu padre?
Este gobierno se parece mucho a otros que han sido los más oscuros de la historia de Argentina, solo que moderno, más ‘correcto’ en sus formas. Pero la gente en mi país está pasando hambre mientras otrxs se están enriqueciendo más que nunca. Hay represión policial, hambre y endeudamiento. Y como en aquellos años, es común a Latinoamérica. Lo de Bolsonaro en Brasil es absolutamente terrible.
Claramente, nada de esto es casual. Con respecto a la lucha por el aborto, es hermoso y poderoso vernos ahí en la calle, fue una muestra de poder popular impresionante. Yo creo que va a salir, pronto. Es inminente. Sí, de nuevo, creo que hay que aprovechar ese caudal político y traer esa otra lucha que es tan nodal y lo atraviesa todo, que es la lucha en contra de la desigualdad espantosa entre ricos y pobres. Digo, si hablamos de libertad, vayamos hasta el final del razonamiento. ¿Qué libertad de elegir tiene alguien que no puede ni comprar comida?
La semejanza que yo veo entre el período previo a la dictadura del 76 en Argentina, que fue un momento de gran efervescencia política, y el feminismo actual, es esa sensación de estar ante la posibilidad de cambiarlo todo. Es muy complejo conseguirlo, pero la utopía crea tracción. Y algo nos tiene que sacar de este pozo. Como en aquel entonces, amenazan los errores propios y una derecha implacable que avanza sin piedad.
Algo habrá cambiado por eso. ¿En qué crees que se diferencian estos dos periodos revolucionarios del país?
Creo que los 60 y 70 dejaron una marca muy fuerte en Argentina. Hay un ejercicio de memoria particularísimo que no se da en otros países que sufrieron dictaduras. Esos ejercicios de memoria y justicia tienen una continuidad histórica con los feminismos que se han vuelto tan potentes en mi país. Pero el mundo es distinto: Internet, las posibilidades que esto conlleva y también sus vicios hacen que nada se parezca demasiado a cualquier cosa que haya pasado más de diez años atrás. Creo que no tenemos que abandonar los espacios públicos, eso me parece fundamental. Así como las salas de cine. No hay que dejar de habitar espacios colectivos. No sé muy bien qué va a pasar y me preocupa. Pero ahí, en los cuerpos y en la calle, crece lo que salva.
¿Cuál es la lección más preciada que te llevas de tu padre, Jaime?
Qué linda pregunta. Son muchas. Pero viniendo de una de las preguntas anteriores, me acordé de una anécdota muy bonita. Yo tenía no más de diez años y le pregunté a mi papá cuál era la diferencia entre la izquierda y la derecha –me refería a la cuestión política, claro. Jaime me preguntó de qué lado tenía yo el corazón. Más allá de las cuestiones partidarias, Jaime me enseñó a ‘estar’ en esta vida con el corazón. Siempre. A veces lo consigo.
¿Cuáles son tus planes y proyectos para el futuro? ¿Te veremos realizar más largometrajes como directora?
Tengo proyecto en marcha, se llama Escuela de Putas. Es un documental filmado con amigxs y nos tiene muy contentxs. Esperamos estrenarlo a principios del 2020.
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