Maier recorría estas ciudades con la Rolleiflex colgada al cuello, una cámara que formó parte de su manera de mirar. En concreto, esta cámara realiza las imágenes desde la altura del estómago, no de la vista, con lo que se consigue que entre el fotógrafo y fotografiado no haya ningún obstáculo y que nadie se sienta violentado por el disparo. La mirada de Maier es directa hacia el mundo.
Sin embargo, y frente a esta necesidad de etiquetar su obra bajo el género de la Street, hay un hecho singular y que merece ser destacado. Y es que el 30% de su obra, de esos 120.000 negativos, son autorretratos. Algunos son realizados a través de espejos o superficies reflejantes y en otros solo se proyecta una sombra. En estas fotografías, Maier trabaja sobre su personalidad y sobre su propia imagen. Quizá, su condición marginal, no solo por formar parte de esa sociedad de servicio como nanny, sino de mujer artista, hizo que necesitase dejar su huella. Maier no se mira así misma como una desconocida, sino que gracias a la fotografía reafirma que está y, por tanto, que es. Una especie de autoafirmación en el tiempo y en el espacio.
Pero más allá de los géneros, la fotografía fue para Vivian Maier una manera de relacionarse con el mundo. Sin familia y sin amigos, la cámara fue sus ojos durante su vida y condicionó su manera de mirar. Y ahora, después del descubrimiento de sus fotografías, condiciona también la nuestra.