El descubrimiento en una casa de subastas de sus fotografías solo un año después su muerte ha hecho que el caso de Vivian Maier (1923 - 2009) se haya convertido en un auténtico fenómeno. Su mirada ya se ha hecho un hueco en la historia de la fotografía de la segunda mitad del siglo XX. Hasta el próximo 20 de octubre, la Sala Artegunea en la Tabakalera en San Sebastián acoge Vivian Maier. Una fotógrafa revelada, una muestra de ciento treinta y cinco fotografías, de las cuales treinta y tres nunca se han visto en España, organizada por la Fundación Kutxa.
Un año después de su muerte en una residencia de ancianos de Chicago, John Maloof, un agente inmobiliario, compró por casualidad una caja de negativos de las fotografías de Vivian Maier. Buscaba para su libro de historia sobre Chicago imágenes de la ciudad y por este motivo se encontraba en la casa de subastas. Al conocer las imágenes, Maloof decide aparcar su proyecto del libro de historia y abrir un blog para publicar la obra de Maier, el cual comienza a tener un tremendo éxito. Cada vez más obsesionado con estas fotografías y su calidad decide juntar todo su trabajo y comienza a comprar otros lotes de negativos que más personas había adquirido. De esta manera, logró reunir más de 120.000 negativos.
Tal y como explica Anne Morin, comisaria de esta exposición, el fenómeno Maier consta de tres fases: la realización de las fotografías, el descubrimiento por parte de Maloof y, una tercera y decisiva, la singularidad de su personalidad. Maloof también fue consciente de que conocer su historia era necesario para completar este hallazgo. Así que más tarde, y gracias a un obituario que encuentra en internet, Maloof es capaz de averiguar sobre la vida de Maier y escribir su historia junto a las de Cartier Bresson, Walker Evans, Doisneau, Robert Frank o Helen Levitt.
Vivian Maier trabajó durante 40 años de niñera, es decir, formó parte de la sociedad de la gente de servicio. Siempre entre Francia y Estados Unidos, emigró para encontrar una situación económica más favorable, de la misma manera que ya lo habían hecho su madre y su abuela. Estos continuos vaivenes forjaron la fuerte personalidad de Maier. Ahora es momento de cambiar el paradigma: Maier no fue una niñera que hacía fotografía, sino una fotógrafa que, por falta de recursos económicos, consiguió subsistir cuidando niños.
Maier recorría las ciudades de Nueva York y Chicago haciendo fotografías. Y por este motivo su obra ya ha sido catalogada como parte de la Street Photography, pero la realidad es que la procedencia francesa de la autora hace que también haya bebido de la fotografía más humanista de autores como Bresson o Doisneau. Sus imágenes las pudo encontrar en las revistas de la época, como Vogue, o en exposiciones de la época y se cree que pudo haber influenciado su manera de acercarse a las imágenes.
La vida en la calle es su temática más recurrente. Fotografiaba constantemente a las personas anónimas que se encontraba, casi con el objetivo de extraer la belleza de lo más puramente cotidiano. La comisaria hacía hincapié en que fotografiaba simplemente lo que veía: “solo las pequeñas cosas, las verdaderamente importantes en la definición de cada persona o situación: un detalle, un gesto, una actitud, una inflexión en la realidad transformada en anécdota”. Una desnudez completa de las cosas. Para Maier el acto de fotografiar era una forma de descubrir el mundo y aquello que miraba.
Maier recorría estas ciudades con la Rolleiflex colgada al cuello, una cámara que formó parte de su manera de mirar. En concreto, esta cámara realiza las imágenes desde la altura del estómago, no de la vista, con lo que se consigue que entre el fotógrafo y fotografiado no haya ningún obstáculo y que nadie se sienta violentado por el disparo. La mirada de Maier es directa hacia el mundo.
Sin embargo, y frente a esta necesidad de etiquetar su obra bajo el género de la Street, hay un hecho singular y que merece ser destacado. Y es que el 30% de su obra, de esos 120.000 negativos, son autorretratos. Algunos son realizados a través de espejos o superficies reflejantes y en otros solo se proyecta una sombra. En estas fotografías, Maier trabaja sobre su personalidad y sobre su propia imagen. Quizá, su condición marginal, no solo por formar parte de esa sociedad de servicio como nanny, sino de mujer artista, hizo que necesitase dejar su huella. Maier no se mira así misma como una desconocida, sino que gracias a la fotografía reafirma que está y, por tanto, que es. Una especie de autoafirmación en el tiempo y en el espacio.
Pero más allá de los géneros, la fotografía fue para Vivian Maier una manera de relacionarse con el mundo. Sin familia y sin amigos, la cámara fue sus ojos durante su vida y condicionó su manera de mirar. Y ahora, después del descubrimiento de sus fotografías, condiciona también la nuestra.
La exposición Vivian Maier. Una fotógrafa revelada se puede visitar hasta el 20 de octubre en Tabakalera, Plaza de las Cigarreras 1, San Sebastián.