Pensar que la fotografía es lo único que nos salva del inaguantable nihilismo que parece ganarle la partida a la saturación de lo pasajero es, posiblemente, el pensamiento inconformista más inteligente de las últimas décadas. Un desafío al tiempo, y una tregua frente al olvido que gira la esquina mirando de reojo. Desde la experimentación despreocupada hasta la edificación de un lenguaje propio, Viridiana Morandini ha escogido su propia forma de subversión: observar para sobrevivir y agarrarse con uñas y dientes a la continuidad del relato. Uno que, como herramienta de causa y efecto para autoproclamarse, ha escogido el cotejo: lo analógico frente a la tecnología avanzada, y la tradición del papel frente a una creciente proyección digital.
Entre los recovecos de una memoria estática presenta Pogo, su primera incursión en el mundo de la divulgación fotoliteraria, y un examen de conciencia a través del ojo artístico con el que ha convivido durante quince años. Armada con el poder para el suspense y pasmo de lo analógico, Morandini explora los límites de lo instantáneo y del devenir del tiempo; una especie de liturgia que, más que simbólicamente sagrada, parece necesaria para examinar lo que hemos sido y seremos. Pero es, además, un premio a quien la hace presa y la tiende con la generosidad de la mirada para hacer de la memoria un sitio que habitar. Este miércoles 17 de septiembre lo presenta en el espacio de Terranova en Barcelona, y aprovechamos la oportunidad de hablar con ella.
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¡Hola, Viridiana! Bienvenida a METAL. Aprovechando que acabas de publicar un torbellino de creatividad, haznos un breve resumen de las últimas semanas antes del lanzamiento del libro en canciones que has tenido en bucle para romper el hielo.
Aún estoy con la cabeza en agosto. Lo primero que me viene a la mente es Planet Caravan y Solitude, de Black Sabbath, en los paseos nocturnos, viendo luciérnagas en el campo mientras paseaba a los perros. Ese momento de soledad, de noche en verano… es maravilloso. A Nine Inch Nails los he quemado bastante últimamente después de verlos en concierto en París en julio; Right Where It Belongs, The Fragile y el disco Ghosts I-IV han sido recurrentes.
Y para cambiar de registro, Voglio Vederti Danzare de Franco Battiato sienta muy bien si estás sola en casa y la cantas en voz alta; y Tu mirá de Lole y Manuel, por la referencia de Rubén en el prólogo, ha sonado más de una vez mientras conducía de la lista Favoritos.
Los primeros archivos que tenemos de tu desarrollo en la fotografía se encuentran en tus propias redes sociales, pero tu faceta creativa detrás de la cámara no nos permite interactuar con tu encrucijada profesional desde el plano más personal. ¿Cómo comenzaste? ¿Por qué convertirla en tu modo de trabajo?
Es difícil marcar un momento como el comienzo. Si me baso en mi archivo fotográfico, empiezo a guardar negativos en el 2019. Antes había hecho alguna incursión en la fotografía digital, pero lo perdí todo en un disco duro que se estropeó en algún momento y del que no recuerdo el contenido. Los negativos los guardo todos.
Lo que me enamoró de la fotografía analógica era el efecto sorpresa, no saber exactamente qué te vas a encontrar. Entonces podía tardar meses en acabar un carrete y, cuando veía las fotos, difícilmente podían decepcionar. Si entraba un poco de luz en la película, o la imagen estaba borrosa, era más fascinante por inesperado. No debía nada a nadie y me permitía, quizás, más licencias que ahora.
A base de probar y experimentar vas entendiendo qué te gusta y qué cosas funcionan. Yo venía del vídeo, y cuando usaba la cámara digital para hacer fotos no me reconocía en el estilo. Por eso siempre mantuve el analógico para mis fotos personales y el digital lo usaba para trabajar, pensando que la nitidez y calidad eran rasgos más valorados que un retrato con un montón de grano. Hasta que me di cuenta de que tenía que fusionar los dos estilos y que eso le daría más valor a mi trabajo, pasó un tiempo.
El papel del fotógrafo es un tanto misterioso; una especie de proceso mental que navega el nunca ser la cara visible de tu trabajo, pero siempre la indiscutible protagonista. Es, en esencia, una generosidad envenenada. ¿Cómo convive el fotógrafo con ello?
No es algo en lo que recaigo cuando hago fotos. En mi fotografía personal más despreocupada busco retener una sensación que me atrae en un momento concreto, una acción, o deleitarme con algo que interpreto como pura metáfora. Lo vivo como espectadora, no suelo planificar las fotos que hago. Hay muchas referencias, eso es evidente, pero a base de verlo en mis propias fotos es cuando me doy cuenta si funciona o no. No sé cuál es el mecanismo, supongo que es parte del proceso de ir creando un estilo.
Siempre me he sentido atraída por el documental, hay una belleza especial en lo mundano y en la temporalidad repetitiva. Creo que hasta que empecé a ordenar y catalogar todos estos años de material fotográfico no me di cuenta de cuales son las acciones en las que me detengo con mayor interés. Dormir, ducharse, correr. Catalogar los momentos por acciones te hace recaer en la belleza de observar, de estar presente en la intimidad. Cuando veo algunas de estas fotos me siento afortunada de haber podido desarrollar ese grado de confianza y cercanía con estas personas, amigos, familia, como para poder estar presente y custodiar ese momento.
“Siempre me he sentido atraída por el documental, hay una belleza especial en lo mundano y en la temporalidad repetitiva.”
La publicación de un libro es algo contundente; un paso adelante en tu carrera. ¿Por qué Pogo, y por qué ahora?
Pogo es ahora porque ya tendría que haber sido. A veces siento que voy tarde, con el ansia insoportable de tener que llegar a ningún sitio. En fin, siempre he romantizado el objeto: me gusta leer en papel, comprar muchos libros, que abunden y se dejen ver, volver a ellos si hay algo que tengo que consultar y, por ende, era algo que sabía que antes o después tenía que hacer. En casa de mis padres hay y ha habido muchos libros; los de fotografía recuerdo mirarlos en continuación y detenimiento.
Pensar en hacer un libro también ha sido una forma de creer en lo que hago, de darle valor. Cuando ves que han pasado quince años desde que empezaste a hacer fotos con intención narrativa y que ese material está guardado, sufres una especie de claustrofobia. En algún momento empecé y ya no he sabido frenar. Naomi Kawase decía: “Filmo para dejar algo atrás, para probar que he vivido”. La fotografía también me hace tomar consciencia de mi propia vida, de las cosas que se pierden o dejas atrás, y los breves destellos de belleza que te vas encontrando de cuando en cuando en el camino; de los que hablaba Jonas Mekas.
Compartirlo y que la gente a la que se lo confías pueda valorarlo es de las cosas más bonitas que me han pasado. Supongo que en todo esto hay también una intención de perpetuación y de superar el pánico escénico por estar mostrando lo más íntimo y sentirte evaluado al mismo tiempo.
Yo no sé escribir ni dibujar, que considero artes más puros y de creación directa, así que me sirvo de un medio más artesanal como la fotografía para expresar lo que me interesa, y con el libro, busco la materialización de esa expresión en un objeto que le pueda dar más consistencia a esas imágenes. El papel lo puedes oler, llevártelo a la cama; es algo vivo.
¿Tiene mayor firmeza que la divulgación online?
El efecto es diferente. Supongo que la trascendencia del papel lo vuelve más fácil de retener y te devuelve así mismo el paso del tiempo. Alguno de los libros que me he llevado conmigo a lo largo de los años de la casa de mis padres o mis abuelos han envejecido también. Ese amarillear de las páginas, o la decoloración de las imágenes en el papel tiene su propia belleza. Soy un poco romántica, yo qué sé. El medio digital tiene otra función, no son comparables ni sustituibles, cada uno cumple su propósito.
Es, además, un contraste ingenioso. Divulgación contemporánea online frente a la tradición del papel; y fotografía analógica en el auge de la tecnología avanzada. Parece casi un reclamo a la intimidad, pausa y profundidad que parece que estamos perdiendo progresivamente. ¿Cómo se desarrolla tu idea artística en este aspecto?
La fotografía analógica sin duda es una pausa. El tiempo de espera es un alivio en mi caso. Si pudiera ver todo el tiempo lo que estoy fotografiando en una cámara digital cuando trabajo a nivel personal, perdería la noción de lo que estoy haciendo porque intentaría manipular y perfeccionar la imagen y me aburriría antes, seguramente. El analógico me quita presión: no disparar más de una o dos fotos de una misma cosa, no acumular miles de imágenes que acabarás descartando y el valor del efecto sorpresa como ya he mencionado.
Normalmente, cuando revelo un carrete lo dejo reposar un tiempo después de haber visto el resultado. Lo que más me ha gustado de este proyecto es poder darle un lugar a algunas imágenes que individualmente no tenían un valor significativo. Trabajando en el conjunto, mi percepción sobre mis propias fotografías cambió bastante y aprendí a valorar las pausas y aquellas imágenes que funcionan como anclajes o preludios de otras para ir construyendo un relato visual.
Una amiga que se dedica a la edición cinematográfica me dijo que ella ve un montaje en la narrativa del libro. No lo había pensado así, pero realmente el mecanismo es parecido, aunque compongas con imagen estática.
“La fotografía me hace tomar consciencia de mi propia vida, de las cosas que se pierden o dejas atrás, y los breves destellos de belleza que te vas encontrando de cuando en cuando en el camino.”
El proceso creativo para Pogo ha consistido en una amplia selección de imágenes que se ha acabado alargando durante dos años; pero que, de forma indirecta, viene cocinándose desde hace quince. Rubén Lardín comenta en el prólogo, “ver lo invisible es agotador, verlo todo es inasumible”. ¿Cómo se descartan tres lustros de memoria visual?
El descarte ha de ser indoloro y consciente. Trabajando en la secuencia para el libro he entendido que un relato en imágenes no es un portafolio donde encajar las mejores fotos que has hecho. Debe tener un ritmo, trazar un recorrido.
Lo primero que descarté fue la idea de hacer un diario. No buscaba representar mi vida de forma literal, ni que existiera una cronología. Me enfoqué más en desarrollar un discurso universal, encontrar patrones en las imágenes que me parecieran interesantes y sin duda servirme de momentos personales, pero más que como anécdotas; mi intención ha sido generalizar vivencias y emociones que nos son comunes como seres humanos. Podría haberlo materializado de otras maneras, pero es la expresión que me surgió de forma más natural. No sé si se entiende o no la intención y tampoco me gusta explicar en exceso. Una vez lanzado, es más interesante recibir los comentarios de la gente que lo está viendo por primera vez; yo lo he visto demasiadas.
Existe un matiz muy concreto en buscar la emoción a través de fotografías compuestas casi totalmente por el rostro humano. ¿Es una decisión estética, emocional o narrativa?
Es una forma de comunicar. A veces veo trabajos impresionantes de fotógrafos a los que nunca podría llegar a parecerme porque no me nace componer de esa determinada manera. Es como el estilo al escribir, supongo: hay quien lo hace de forma más descriptiva y quien se vale de formas más poéticas.
Me gusta lo que describen los rostros y poder inmortalizarlos, pero no tienen que ser únicamente humanos. Los animales tienen una forma de comunicar impresionante y me encanta relacionar los comportamientos, la manera en la que interactuamos o como nos relacionamos. Por eso en este proyecto la desnudez humana es parte del entorno y la retrato con ligereza. La intención no es sexualizar; quizás se podría definir como ‘normalizar’ el cuerpo desnudo.
Puedo sacar muchas conclusiones del porqué el foco en la desnudez. Mi madre, al ver la maqueta del libro, comentó, “¡cómo te gusta fotografiar culos! Igual que a tu padre”. Nunca tuve en mente esas fotografías que había visto por casa, pero sí las recuerdo y reconozco que están ahí, en algún lugar de mi imaginario, al igual que lo están algunas fotos de mi abuela desnuda en una pared de la habitación de su casa y que cada vez que las enseñaba decía con orgullo, “mira, esta soy yo con cuarenta y cinco años”. Seguramente esa ligereza y falta de pudor con la que se ha tratado el cuerpo desnudo en familia me ha llevado a no cuestionarme cierto interés en retratarlo de una forma puramente estética. Ryan McGinley en esto es un experto y nadie lo hace mejor que él.
¿Cómo descubriste que habías encontrado tu lenguaje visual en este formato?
Con el tiempo, a base de revisar el archivo, te vas dando cuenta que se repiten patrones y puedes ir entendiendo qué es lo que funciona e ir perfeccionándolo.
En un punto en el que es utilizada como herramienta para la expresión y rebelión, y en el que existen tantas posibilidades para perpetrarla en redes sociales como símbolo de identidad, la fotografía se ha transformado progresivamente en un instrumento de las masas. Y, vulgarmente, parece que se encuadra en este desprestigio al arte en el que ‘todo el mundo sabe y puede hacerlo’. Además, el prólogo se mete también en la lectura de la fotografía y en cómo esta se subestima y desecha de forma injusta. ¿Cómo se navega este sistema entendiéndolo como tu trabajo?
Parece un arte menos puro porque todo el mundo tiene la posibilidad de acceder de forma fácil a una cámara y es capaz de reproducir una buena foto en algún momento. No creo que el acceso fácil desprestigie al medio porque cada mirada lleva su mundología, y hay muchas formas de fotografiar, las posibilidades son infinitas. Otra cosa distinta es la construcción de un relato o generar un estilo: una foto suelta puede ser buena, parecerse a otra foto, pero es la acumulación lo que consolida un discurso sobre un autor y ahí es donde creo que se marca una diferencia.
Consumimos imágenes a un ritmo muy acelerado, por eso a veces evito, en la medida de lo posible, las redes sociales; o, cuanto menos, intento no referenciarme en lo que veo en ellas. La lógica consumista de las redes implica quemar, agotar y generar la necesidad de reabastecimiento. Tantas veces escucho a amigos y compañeros de profesión desmotivados ante la presión de crear contenido infinito para no desaparecer del mercado. Esta lógica funciona, pero es agotadora y dificulta el proceso de creación y la calidad de la obra.
Siempre he creído que pausar tu propio trabajo, darle un sentido y prolongarlo en el tiempo para que la finalidad última no sea el consumo inmediato, sino que pueda mutar en otras cosas, le da más solidez. Pero quizás es un argumento que lanzo al aire para justificar tanto empeño en un proyecto cuyo reporte comercial es nulo y lo único que lo justifica es la satisfacción personal de ver el trabajo materializado.
También hay una dicotomía en lo que digo: como fotógrafa, en el área comercial tienes que hacerte ver, permanecer conectada y producir contenido que te de visibilidad constante; pero, cuando pienso en un proyecto personal, me lo debo a mí misma antes que al mercado y me tomo la licencia de ir a otro ritmo.
“La cámara tendría que estar despojada de lógica, para que el espectador le aplique la suya propia. Cuando todo es armónico pierde impacto, se vuelve constante.”
La fotografía es entendida, además, como documento histórico; y retomando la cuestión sobre las imágenes focalizadas en la mirada y cuerpo humano, nos han ayudado a entender a los demás. Paul Strand explicaba que su principal intención era “fotografiar a gente para que los demás se preocupasen por ellos”.  ¿Qué nos dice la fotografía contemporánea de los últimos años al respecto? ¿Cómo podremos usarla en un futuro para entender el próximo pasado?
Cada fotografía es un fragmento del momento, y al futuro se puede ir hacia él o aguardar a que venga. Yo creo que la fotografía no explica tanto como son las cosas, sino como interactúan entre sí. La realidad no es otra cosa que interacción, y me gusta ver proyectos en los que parece que hay un desprendimiento de la técnica y los formalismos para intentar crear desde el estado de ánimo. No sé si esto se entiende; la técnica es necesaria, pero una vez aprendida hay que desembarazarse de ella para que no limite tu visión o puede llegar a ser un lastre cuando se trata de crear.
Leía hace poco que las emociones son un efecto antropológico básico, como el hecho de hablar o respirar. Ante las emociones nos perturbamos. Cuando veo el trabajo de otros fotógrafos, me gusta que me generen algo de inquietud; que una imagen me desconcierte o me desagrade un poco es una forma de hacerme pensar en ella y en el discurso que el autor quería transmitir. La cámara tendría que estar despojada de lógica, para que el espectador le aplique la suya propia. Cuando todo es armónico pierde impacto, se vuelve constante.
¿Siempre debe aportar algo? ¿Puede permitirse no ser ‘seria’ para ser trascendental? ¿Hace falta que trascienda?
La trascendencia de la obra no tendría que ser la finalidad, es un valor añadido. La mayoría de las veces mi interés por la fotografía se acerca más a una experiencia estética; a veces también hay una intención conmemorativa, un momento histórico o documentación de una época. El fotoperiodismo tiene su propio lenguaje, la necesidad de documentar en ese sentido es para la trascendencia. Las opciones son infinitas, depende del lugar que decidas ocupar.
De hecho, tu trabajo es, en parte, un análisis de la pasada década. ¿Qué has redescubierto en la selección y elaboración del conjunto?
Que nunca hay que descartar nada y la paciencia es tu mejor aliado. Estoy muy tranquila. Tengo ganas de disfrutar del momento sin prisa. Me gustaría que la gente que pueda interactuar con el libro pueda verse a sí mismo en algunos aspectos. Soy muy consciente del nicho al que pertenezco y todo es inabarcable, así que lo que me toca ahora es verlo desde fuera y ser espectadora.
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